A mi siempre amada Norma.
A mis hijos todos.
A mis nietos.
A MANERA DE PRESENTACION
Una
de las mayores satisfacciones de mi vida ha sido el conocer a gente extraordinaria. Tuve la suerte, gracias a mi profesión
y a mis deberes, de frecuentar a muchos de los personajes que forjaron un México nuevo en la etapa postrevolucionaria. Para
ellos, mi más profundo respeto y agradecimiento por haberme permitido tratarles y conocerles.
De
esa larga lista, quedan en mis viejas agendas los datos del Lic. Miguel Alemán Valdés; Don Rómulo O’farrill; Don Guillermo
Jenkins; Don Manuel Espinosa Iglesias; el Lic. Jesús Reyes Heroles; Don José López Portillo; mi respetado Don Pedro Ferriz
Santacruz; mi inolvidable Christian Siruguet; y muchos otros de quizá menor valía histórica, pero forjadores al fin de ese
México mío tan amado.
Ellos,
forjadores de la historia, repito, ya tienen un lugar apartado y muchas páginas escritas.
Pero
México no camina sólo con la energía de sus grandes hombres, su proceso entraña también la participación de los engranes que
luchan cotidianamente. Es a ellos, a esos Personajes de Mis Recuerdos, a quienes va dedicada esta serie, como ya lo hemos
señalado a lo largo de ocho tomos anteriores.
Es,
este noveno, contenedor de la vida y obra de un hombre que dejó profunda huella en Guerrero, el estado suriano más rico y
dotado por la naturaleza, pero el más atropellado y agraviado por la mano del hombre.
Antonio
Trani Zapata brota de la simiente rural, del bello nido de Ometepec, para pasar por una serie de posiciones que van desde
chícharo hasta ferretero, pasando por las de acólito, pescador, orfebre, chaperón, mandadero y hasta político por accidente,
pero igualmente plagada de triunfos personales que sólo aplauden sus cercanos, y ahora dejamos para el aplauso de la historia.
Es
nuestro personaje, a más de ello, cabeza de una dinastía que mucho honra a Acapulco y, por ende, a la Costa Chica, de donde
proviene casta y rango, que deja como herencia para la bonanza comercial porteña conducida por él mismo en su momento.
Sea
este pequeño homenaje literario e histórico tan profundo y trascendente como su trayectoria, y muestra para generaciones venideras
a las que tanta falta hace el ejemplo positivo, franco, honesto, ético.
Dr. Ltt. Fco. Xavier Ramírez
S.
Autor
De Italia y Chile
En
la agreste zona del sureste de México, sobre el litoral del Océano Pacífico, corre una franja costera que se conoce desde
hace mucho tiempo como Costa Chica.
El
nombre es hermano de Costa Grande, resto del litoral que sobre ese hermoso y cristalino mar tiene el Estado de Guerrero. A
ambas costas les divide el puerto más maravilloso del mundo: Acapulco.
Enclavado
a 500 metros sobre el nivel del mar, ya casi en los límites con el Estado de Oaxaca, en esa área que ni es sierra ni es valle
costanero, está -como le bautizara insigne compositor- un bello nido: Ometepec.
Alrededor
de los dos cerros -que eso quiere decir Ometepec: Ome-dos Tepetl-cerro- se encuentran infinidad de haciendas ganaderas, que
se han significado como orgullo de los ometepequenses a lo largo de la historia.
Dos
ríos también son los que bordean al pueblo: el Quetzala y el Santa Catarina, que pasan a ambos lados como a doce kilómetros
del centro de la comunidad.
El
poblado está situado en la cima, a quince kilómetros de la carretera de Costa Chica, que comunica a los Estados de Oaxaca
y Guerrero, y en la línea divisoria de la montaña y la planicie.
Al
sur de Ometepec, la zona está habitada por gentes de raza negra, gente de color como ahora con más respeto se les llama, llegados
de Africa hace muchos siglos, traídos en calidad de esclavos que, al alcanzar su libertad, poblaron lugares como Cuajinicuilapa,
Maldonado y hasta la Barra de Tecoanapa, que era el puerto de salida en ese entonces.
Al
norte, están los amuzgos, gente de tez blanca que habita Xochistlahuaca, Tlacoachistlahuaca, Santa María y otros más que llegan
hasta Tlapa, en plena montaña, y puerta de la Sierra hacia el Estado de Puebla.
Ometepec
es pues un pueblo de gente blanca y mestiza, de gente bien, que se dedica a lo suyo con honestidad y respeto.
Por
allá de 1870 u 80, hasta ahí, proveniente de Italia, llegó un mocetón que más parecía gitano pues su profesión le llevaba
a reparar cazos de cobre, armas y demás adminículos que su habilidad manual le permitía.
Francisco
Trani Santori era originario de Ravelo, pueblo cercano al puerto de Nápoles, y en donde todos los habitantes se dedican -hasta
la fecha- a la misma profesión del cobre.
Trabajador
como pocos, fue cayendo en la bondad de los habitantes y pronto formaba parte de lo más selecto de la sociedad lugareña. Así,
como todo joven de su edad, no tardó en poner los ojos en una bella suriana: Hermelinda Añorve Ramos, perteneciente a una
de las familias más prolíficas de la Costa Chica, que cuenta con ramificaciones que abarcan, incluso, el propio puerto de
Acapulco.
La
pareja tuvo nueve hijos, el octavo de los cuales fue Rafael, de oficio orfebre -o platero como coloquialmente se les conoce
a los orfebres por estos rumbos- y personaje importante en nuestra narración.
Ometepec
es también tierra de costumbres y tradiciones, como la del agua llamada Chicha, bebida típica que se vierte con abundancia
sobre todo en las fiestas y que la canción recuerda con el estribillo aquel que dice: “...échale chicha a los vasos,
que para eso mi suegra tiene un fundo requetegrande, y hartas vacas, y hartos bueyes...”
Una
de las tradiciones que ha legado la Costa Chica a Guerrero es, indudablemente, su música. En el folklore regional, la Chilena,
tipo de baile zapateado y alegre que se baila en artesa -o sobre tarima para los legos- que caracterizara primeramente a la
región y luego a la entidad, ha sido causa de polémica entre los historiadores, principalmente entre aquellos que pretenden
investigar la historia desde sus cómodas oficinas oficiales. Ellos son los que niegan que la Chilena sea un baile llegado
de Chile y adoptado por los costachiquenses, y argumentan mil y un barbaridades, como el que es un baile llegado del Africa,
dada la gran cantidad de negros que hay en la zona.
Sin
embargo, esta parte de nuestra historia reafirma la tesis de que la Chilena viene de Chile y sus sones son no sólo similares
sino idénticos, pues de Chile precisamente llega un hombre que deja como heredero a Don Adolfo Zapata Baños, seguramente de
alguna zona cercana a Santiago dado su carácter ganadero y ranchero que tanto le ayudó a progresar en Ometepec y su nueva
patria.
Casi
de acuerdo con las costumbres de la época, Don Adolfo, patrón y poderoso ya y en su momento, enamora a una joven de no mal
ver, Angustias López Carreño, que de aquellos tormentosos romances le da como retoño a la hermosa Adolfina Zapata López, otro
de nuestros personajes importantes.
Don
Adolfo, con todo, no casó con Doña Angustias; pero cuando Adolfina tenía diez años, el hombre contrajo nupcias con Doña Rosa
Elena López, perteneciente a una distinguida familia de Azoyú, pueblo cercano a Ometepec, con la que tuvo siete hijos más,
cinco mujeres y dos varones.
Adolfina
tenía una pariente en Puebla, casada con Don Ramón Gavito, español propietario de una de las pujantes fábricas de hilados
y tejidos que tanta fama dieron a la angelópolis. Doña Adela Méndez de Gavito, en uso de la costumbre que en esa época moralmente
señalaba que los parientes ricos debían ayudar a los parientes pobres, mandó traer a varios de sus familiares cercanos, entre
ellos a la propia Adolfina, a su media hermana Ofelia, y otras más que se fueron a Puebla cuatro años a estudiar.
La
ida fue toda una aventura pues las damitas tuvieron que atravesar la sierra, a caballo, hasta Huajuapan de León, Oax. en donde
tomaron el tren hacia la ciudad de Puebla.
Sin
embargo, la estancia en la angelópolis fue agradable, con el agregado de que de vez en cuando Doña Adela las llevaba a pasear
en ferrocarril, visitando algunas poblaciones como Querétaro y algunas otras cercanas. Así, Adolfina regresó a Ometepec con
un flamante título de maestra que, por azares del destino, llegó a ejercer someramente.
A
mediados de la segunda década del siglo XX, el camino de nuestros personajes se cruza. El, Rafael, cuatro años menor, la deslumbró
con su galanura. Era apuesto y trabajador -que era lo importante- y se desarrollaba como pez en el agua en su profesión que,
como ya señalamos, era la de orfebre. Ella, Adolfina, hermosa como toda flor suriana, y preparada por añadidura, a más de
conocer los buenos oficios del ama de casa, se sabía mayor, pero esa pequeña diferencia no le importó.
Así,
llegado 1916, con el beneplácito de las dos familias, Rafael y Adolfina unen sus vidas para iniciar una aventura nueva: el
matrimonio.
Adelantándonos
a los acontecimientos, y con el sólo objeto de identificar a los hijos brotados de ese matrimonio, dejemos asentado que son
siete en total. Rafael, que nace en 1917; David en 1919; Eloína en 1921; Antonio en 1923; Ma. de los Angeles en 1926; Adela
en 1930; y Adolfina en 1932.
De
todos ellos, es Antonio nuestro personaje central, cuya vida y obra serán plasmadas en esta biografía que honra de esa forma
a uno más de los Personajes de Mis Recuerdos.
Los primeros años
Rafael
y Adolfina hicieron un buen matrimonio. Ubicaron su casa en un predio muy cercano al Palacio Municipal y al mercado. Mientras
él hacía maravillosos dijes, pulseras, aretes y arracadas de oro, ella atendía el hogar hasta el momento en que, acompañando
a su marido, recorrían ferias como la del Tercer Viernes de Igualapa, en las que vendían con buena fortuna las joyas elaboradas,
verdaderas obras de arte que por su misma calidad eran aceptadas por los conocedores, llegando hasta Juquila en sus viajes.
Algunas
veces, Adolfina hacía los viajes sin Rafael, pero acompañada de algunas amigas. El producto de la venta siempre llegaba intacto
pues en esa época no había asaltos ni robos, era seguro pues, y Rafael tenía la oportunidad de comprar material para reiniciar
la elaboración de su magníficos diseños.
El
ambiente de vida lugareña se salpicaba con la cercanía de la familia, pues ahí, en esa calle que corre por la orilla cimera
de la loma, y que guardaba en sus corredores desniveles que asombraban a los nietos, estaba la casa de los abuelos.
De
vecinos, no se diga, unos de ellos fueron los Reyna, Don Ernesto Reyna Zamora y Doña Isaura Soto, cabezas de una conocida
familia que se desplaza al puerto y entre cuyos descendientes está Ramiro Reyna, parte importante de la sociedad acapulqueña.
El
padre de Don Ernesto venía también de fuera. En el camposanto de Ometepec existe una lápida que reza: Aquí yace el Sr. D. Antonio Reyna Sono, originario de Guayaquíl, Ecuador, y la fecha del deceso.
Enrique
Díaz Clavel, Cronista de la Ciudad y Puerto de Acapulco, recuerda que Don Antonio Reyna Sono era marino, Capitán del Aéreo,
bergantín de bandera ecuatoriana. Radicado ya en nuestro país, tuvo una brillante trayectoria que incluyó los cargos de ViceCónsul
de Francia, asesor y consejero de don Diego Alvarez, Diputado Local y Prefecto del Distrito de Abasolo, decidiendo radicar
en Ometepec sus últimos años casado con Josefa Zamora, quien le dio dos hijos: Ernesto y Eloína.
Ernesto,
a su vez, procreó a Rosita y Ernesto, que eran más o menos de las mismas edades de los Trani, Eloína y Antonio respectivamente.
La casa en que vivían los Reyna, era muy grande y descendía por la barranca que daba al Barrio de La Paila -debemos recordar
que Ometepec está situado en el medio de infinidad de barrancas y crestas- y ahí, al patio trasero de la casa, llegaban caravanas
de burros cargados con la cuajada que traían del propio rancho de Don Ernesto. Esa leche cuajada era la materia prima
para la elaboración del famoso queso de prensa, popular hasta la fecha en la zona suriana, que una serie de mujeres
molía en metate y, ya preparada, se montaba en los aros que les darían forma y sustento.
Bajos
los tejados, decenas de gigantescos quesos de prensa se ponían a asolear para su secado en estanterías que llamaban la atención
tanto por su extensión como por el tamaño del producto. Era una época de bonanza en Ometepec, sobre todo por la ganadería.
Antonio
Trani Zapata llegó en cuarto lugar en la cadena de herederos. Nace en 1923 para formar parte de una familia que arrastra tradición
de trabajo y honestidad, a más de habilidad manual.
La
familia tenía sus propios detalles, convertidos en anécdotas al paso del tiempo. En esa época, como sus tíos se dedicaban
a reparar armas y todos esos menesteres mecánicos para los que Dios les había dado una especial destreza, tenían mucha relación
con la gente del pueblo y, sobre todo, con la gente acomodada que les iba a visitar porque tenían una chispa muy especial.
Eran Miguel, Beto y Chico, los que amenizaban cualquier reunión y tenían la fábula o la gracia en la boca.
Cuentan
que Miguel, cuando veía a alguien fumando, le preguntaba qué marca fumaba. Montecarlo, le contestaba el interpelado, y Miguel
hacía una alegoría inmediatamente: Yo también fumo de la misma marca. Cómo? rebatía el otro al darse cuenta de que fumaba
cigarro de hoja; sí, yo le compro el tabaco a un señor que se llama Carlos Montes de Igualapa! Las agudas respuestas causaban
siempre la risa de los escuchas.
De
Beto contaban que era tan avaro, pero tan avaro, que para desayunar esperaba que una de sus gallinas pusiera el huevo por
la mañana. Hubo quien incluso llegó a describir cómo el Tío Beto andaba espiando a la gallina y, en cuanto veía que ponía
el huevo, lo arrebataba y salía corriendo a desayunar.
Una
de las anécdotas que se narran sobre el Tío Chico es aquella en la que, un día, estando sentado al frente de su casa, un hombre
cae abatido a tiros por otro que le venía siguiendo, situación que aún por cotidiana en la época y el lugar, no dejaba de
causar revuelo.
Al
caer el hombre agonizando, la gente se acerca a verle, incluido obviamente Don Chico, se hace la bolita y alguien comenta:
-Oiga
Don Chico, a este señor le dieron en la sien...
-No,
replica tío Chico al notar que aún no muere, le dieron en la 99....!
En
1926, Adolfina acepta un puesto como Maestra en Xochistlahuaca y Rafael le sigue, montando un pequeño negocio de joyería en
ese lugar. El viaje, como todos los viajes en esas épocas, es a caballo, a lomo de bestia como dicen y, para llegar, había
que bajar una barranca muy grande conocida como Barranca Honda. Ahora, en ese mismo lugar existe un puente funcional y bien
armado, pero entonces...
El
pequeño taller se refuerza con una miscelánea y los recuerdos de Antonio, con tres años apenas, se remiten a los danzantes
de las fiestas, esos coloridos personajes que evocan fragmentos de la historia tanto patria como lugareña o regional, y que
al son de los más disímbolos instrumentos -principalmente la chirimía y el teponaztle, o el Chile Frito en su caso- danzan
sin descanso horas y horas.
Cierto
día, un visitador de educación pública llegó a ver a Doña Adolfina. Traía un perro muy grande al que Antonio le cobró miedo
de inmediato. Qué tiene que ver este visitador en la historia de los Trani? nada... simplemente que el miedo al perro liga
el recuerdo de Antonio con otro evento feliz.
Los
Trani vivían en unas de las habitaciones de la propia escuela a la que Adolfina había llegado a trabajar. Un corredor largo
y fresco, bordeado por inmensos árboles le daban el toque hogareño provinciano necesario para disfrutarlo. La mujer, por cierto,
estaba a punto de dar a luz. Sentaron a Antonio en una media maquila -medida de la época usada para la venta del maíz-
y, de pronto, escuchó el llanto de un bebé. Alguien le dijo “ya tienes una hermanita”. El chiquillo salió corriendo
a conocerla.
Así
nació María de los Angeles, a quien más adelante, cariñosamente, sus hermanos llamarían en son de burla india de Xochistlahuaca!
Un
año después, regresan a Ometepec. Las cosas caminaban de maravilla, pero...
Desde
el famoso Plan de Agua Prieta, Alvaro Obregón, Plutarco Elías Calles y Adolfo de la Huerta tenían un pacto secreto para lanzar
al último como Presidente de la República. Sin embargo, Obregón empezó a favorecer abiertamente a Calles. El 7 de diciembre
de 1923, De la Huerta partió a Veracruz desde donde se levantó en armas.
A
finales de ese mismo mes, en Acapulco, los hermanos Escudero, partidarios de la candidatura de Calles, fueron llevados al
Fuerte de San Diego engañados por el comandante de la guarnición, el coronel Crispín Sámano, y asesinados el día 21 por su
acérrimo enemigo el mayor Juan S. flores.
El
gobierno de los Estados Unidos, preocupado siempre por sus connacionales ante la nueva agitación, envió el destroyer Cincinnati
a proteger el puerto y a los norteamericanos. El Cónsul, Harry K. Pangburn, actuó como intermediario entre el coronel Sámano,
simpatizante delahuertista, y los hermanos Baldomero y Amadeo Vidales, seguidores obregonistas dominantes de la región de
Costa Grande que apoyaron en su momento a Juan R. Escudero y que estaban sumamente molestos por el vil asesinato, amenazando
con atacar Acapulco. Sus fuerzas en la zona centro, las dirigía un hombre -valeroso o no, según el lado político desde el
que se vea- apodado El Ciruelo.
El
Ciruelo, al correr el tiempo, influye en Rafael que, abandonando el hogar, se traslada a Xaltianguis para abrazar la carrera
militar, aunque dejando al azar el destino de su familia.
Es
precisamente vestido de militar que se aprecia a Rafael en la única foto que queda de su recuerdo.
Todo
se conjuga. Es en esos tiempos cuando llegan a Ometepec tres monjitas entusiastas que, sin más ni más, montan una escuela:
El Colegio del Verbo Encarnado.
La
Madre Ma. Ignacia Chávez, la Madre María Medina Mora y la Madre Salomé de apellidos borrados por la pátina del tiempo, provenientes
de una congregación que tiene su sede en Tlalpan, alquilaron una casona amplia en la que enseñaban desde párvulos hasta el
sexto año.
Adolfina
llevó desde luego a sus hijas al colegio y las madres simpatizaron con ellas de inmediato, dejando sin cobro la colegiatura
becando propiamente a sus protegidas, gracia que alcanzó hasta el propio Antonio y sus hermanos, que también se colaron a
las aulas, aliviando así la ya precaria economía familiar.
Cuando
el hombre cede ante la tentación se vuelve víctima de esta. Así sucede con quien sigue los consejos de los malos amigos. La
milicia, la guerra, el azaroso destino que en esos días envolvió a Rafael dejó una profunda huella en él.
Fue
quizá la debilidad o el remordimiento de haber abandonado a la familia lo que le llevó, ya de regreso, a abandonarse en el
licor esporádicamente, cumpliendo a medias con una responsabilidad que poco a poco fueron cubriendo los hijos, pero principalmente
Antonio que, al final de cuentas, se convirtió en el pilar y sostén de su casa... pero nos estamos adelantando de nuevo a
los acontecimientos.
Es
en esa etapa cuando nadie sabe cómo logra salir adelante Adolfina, pero saca al frente a sus hijos que, habiendo aprendido
la platería, hacen sus pininos en ella y de esa forma ayudan al gasto familiar.
Dios
no abandona nunca, y la Tía Adela hace de nueva cuenta su aparición. Visita Ometepec y ofrece a David, el segundo de los herederos,
la oportunidad de costearle sus estudios en México. Así es que, allá fue David, a la casona de la Colonia del Valle, propiedad
de la mujer que, en su bondad, había puesto los cimientos del Templo del Sagrado Corazón, iglesia a la que -como ya señalé
en otro de mis libros- yo también asistí a sus misas dominicales cuando viví en México con mis hermanas mayores.
Antonio,
entretanto, ayudaba a las Madres del Colegio del Verbo Encarnado haciendo los mandados, una forma muy honesta de corresponder
a la bondad de estas, bondad que se veía de todas formas golpeada pues la falta de dinero les obligó varias veces a cambiar
de residencia la institución.
Tras
hacer los mandados, Antonio se sentaba a oír las clases. Le gustaba estudiar, le encantaba escuchar las explicaciones de las
monjas de tal suerte que, cuando los demás presentaron el primer año, él también lo presentó y no sólo aprobó, sino que sacó
las mejores calificaciones del grupo.
Las
cosas se le facilitaban al pequeño Antonio. Tenía una retentiva fabulosa y las cosas escolares se le pegaban con facilidad.
Así
cursó el segundo año... el tercero... el cuarto... y, cuando llegó al quinto año, estudió al mismo tiempo el sexto! A finales
del curso, presentó y aprobó ambos grados, honor que compartió con su hermana Eloína, terminando así con éxito su primaria.
De
esos días, Antonio guarda un recuerdo muy especial. En pleno exámen le pasaron junto con Eloína al pizarrón para hacer unas
cuentas. Al presentarles el primer problema, la Madre María Ignacia, que a más de ser la Directora era la maestra del grupo,
se asombró al ver que ambos hermanos terminaron al mismo tiempo y con una respuesta correcta. Les puso otro problema, y volvió
a suceder. Antonio y Eloína dejaron el gis al unísono. No conforme, o quizá por curiosidad, la monja les puso uno más. El
resultado fue el mismo. Tres problemas les pusieron y en tres ocasiones terminaron iguales y con sendos resultados.
En
este momento, los recuerdos se agolpan en la mente de Antonio; vienen en cascada aquellos días en que aprovechaba los ratos
libres que le dejaban la escuela y las tareas del hogar, para recorrer todo el pueblo acompañado de su entrañable primo y
amigo Antonio Adelaido Victoria, Layo como él le llamaba, y con quien lo mismo concertaba incipientes peleas de gallos que
chapuzones en el arroyo del Chipilar en el que gozaban desnudos de sus cristalinas aguas, o en la Poza del Diablo, o la Poza
de Camilo, o la Poza Larga... en el Arroyo Talapa, al que iba como balneario la familia completa, y en el que se celebra cada
año la Fiesta del Señor Santiago el 26 de julio, fecha en que se acostumbra nombrar un Mayordomo que organizará la fiesta,
y el desfile a caballo que parte desde el zócalo de Ometepec hasta el arroyo. Todo mundo va a comer allá; hay tamalada, pozole...
sobra de comer para cualquiera que va a sentirse alegre al ritmo de las bandas de Chile Frito, conjuntos regionales que tocan
la música popular suriana: la Chilena.
Llega
también el recuerdo aquel que evoca la invitación de los familiares de algunos compañeritos para pasar el día en su casa,
como Pepe, que años más tarde sería su compadre, hijo de los Díaz Plampona, encabezados por Don Domingo, primo del Obispo
de Chilapa, Don Leopoldo Díaz Escudero; o la de los Díaz Guillén, formada por Don Heriberto Díaz y Doña Ricarda Guillén, padres
de Enrique y Florentino, este último que casaría posteriormente con una de sus hermanas; o a la casa de Fernando Jiménez Díaz,
cuyo padre era el mejor fotógrafo de Ometepec. Por algo los patios de todas ellas se comunicaban, para permitir el libre acceso
de los pequeños a los demás, y que todos recibieran así, callada pero seguramente, la influencia de ese chamaco que daba ya
muestras de su lucidez intelectual en el ámbito escolar.
Una de las casas que más me gustaba visitar era la de Don Fidel Guillén -recuerda
Antonio- pues me fascinaba ir a la cocina y ver una infinidad de cazuelas de barro con diversos guisados. Nosotros tan
pobres... y ahí tanta comida!
Y
que decir de Las Maromas, como le llamaban coloquialmente al Circo que llegaba a instalarse en el gran patio de la casa de
las cuatro Señoritas Romero, tías de aquel que llegara a ser Secretario de Patrimonio Nacional, el Ing. Hector Romero Alvarez,
y quedadas para vestir santos. A la función había que llevar su propia silla que, al terminar el acto que costaba diez centavos,
retiraba uno a discreción.
Lo recuerdo porque mi mamá era comadre de una de ellas: Amalia. A veces, mi madre me mandaba a traer alguna cosa, un
hilo quizá, pues en esa época así se estilaba con la mayor facilidad y confianza, y ahí iba yo. La casa era de dos plantas;
tenía el piso de madera, de duela, pero todo apolillado, por lo que ellas caminaban con cautela. Eran todas un personaje del
siglo XIX.
Por
desgracia, años después la casa se incendió y murieron ahí dos de ellas.
Cuando presentamos el sexto año, lo hicimos en el pizarrón. No había libros ni nada de eso, cuenta el propio Antonio emocionado. Estaban presentes las autoridades de Ometepec y muchos personajes del pueblo,
porque ahí tenían a sus hijos algunas personas pudientes; entre ellas, estaba Angel López Arellano, un sacerdote maestro de
Latín en el Seminario de Chilapa, que venía de vacaciones a Ometepec.
El
terminar de la primaria, sus diez años de edad, y la presencia del sacerdote, marcarían un nuevo rumbo en la vida de Antonio.
Pocos
días después, el padre Angel López se presentaba en el hogar de los Trani. Tras los saludos de rigor y las amabilidades propias
de una sociedad hospitalaria, como era la suriana de aquel tiempo, el sacerdote expuso el motivo de su visita.
Había
contemplado la habilidad de Antonio en la escuela y les proponía llevárselo al Seminario de Chilapa. Los gastos y costas de
viaje y estancia correrían por su cuenta, Antonio sólo debía poner su ropa.
Rafael
y Adolfina se vieron entre sí con una mezcla de orgullo y temor. Una propuesta de ese tamaño llenaba de satisfacción a cualquiera
padre pero, al mismo tiempo, sufrían la ingente posibilidad de ver alejarse al más pequeño de los varones de la familia.
A
pesar de que la edad de Antonio era tan corta que no podría considerarse una respuesta propia responsable y consciente, los
papás, ante la duda, preguntaron a él mismo si quería irse. La respuesta no se hizo esperar. El alma inquieta de aquel jovenzuelo
lleno de vida le hizo ver, en la posibilidad de partir, más la puerta abierta de un mundo nuevo, lleno de horizontes prometedores,
que una sotana en su futuro.
Sí!
contestó de pronto ante al azoro de sus progenitores y el beneplácito del sacerdote.
Sin
más que decir, el padre Angel se retiró con la promesa de regresar por el muchacho en cuanto estuviese lista su partida.
En
esos días, Antonio vivía -por cuestiones de ayuda moral y económica- con un tío, el Tío Roberto, ganadero, aquel tío Beto
que tenía una muy bien cimentada fama de tacaño. Cuando el pequeño le informó que ya no iría más a ayudarle debido a su ingreso
en el Seminario, el buen hombre le miró con cariño y le preguntó sobre sus necesidades. Antonio le explicó las facilidades
que le daba el padre López Arellano, pero que debía comprarse ropa.
-No
te preocupes, dijo el tío orondo, yo te voy a regalar un toro para que lo vendas y, de ahí, te compres todo lo que necesitas.
El
muchacho salió corriendo a contarles a sus padres y a sus hermanos mayores el ofrecimiento del tío, pero la risa de todos
le lanzó el ánimo al ras del suelo.
-Qué
caso haces de sus promesas, si es un tacaño de primera... qué te va a regalar nada si es más codo que nadie... no puede ser...
Faltando
un mes para el día que debían salir hacia Chilapa, Antonio se arriesgó a decirle al tío Roberto que ya necesitaba que le regalara
el toro pues su partida se avecinaba.
Al
día siguiente, para asombro de muchos y satisfacción de pocos, hacía su arribo a la casa un toro bien dado, dosañero, que
Don Roberto vendió de inmediato, entregando al sonriente sobrino el dinero de la venta del animal.
Antonio
se compró de todo, camisas, zapatos, pantalones, chamarras, y un par de cobertores nuevos. A su madre entregó parte del resto
y guardó otro poco para viaje y estancia. Y vaya que si le alcanzó, pues en ese entonces, recuerda, una gallina valía una
peseta!
Llegado
el día, ya listo y aviado, Antonio fue entregado al sacerdote. A lomo de bestia cruzaron hasta la Barra de Tecoanapa, puerto
de salida como ya asentamos, en donde abordarían un barquito de vela que iba hacia Acapulco.
La Barra de Tecoanapa era un pueblo que, si lo hubieses visto, podrías jurar que estabas en Africa, comenta evocador. Sus habitantes eran pura gente de color. Las casas estaban construidas con unos palos parados
y cubiertas de palapa al más puro estilo africano. Ahí desembocaba el Río de Santa Catarina, y el barquito entraba hasta el
río, es decir, al estuario del río.
Como a las cinco de la tarde llegó el barquito de vela, se llamaba La Esperanza, nos subimos y zarpamos una hora después.
Durante
la travesía, rodeados de puros negros, Antonio les agarró luego la tonada con que hablaban, lo que le causaba gracia al padre
Angel que constantemente le pedía les imitara.
A
las seis de la mañana arribaban al puerto de Acapulco.
Eran
los principios de 1934 cuando Antonio pisaba suelo acapulqueño. Obviamente, el puerto no era lo que es ahora.
Antes
de seguir viaje para Chilapa era menester preparar algunas cosas, así es que se fueron a hospedar al Hotel América, ubicado
en la calle de La Quebrada y propiedad de Don Rosendo Pintos.
Ya
ubicados en sendas habitaciones, el sacerdote le dijo que saldría a dar una vuelta con un amigo que tenía una motocicleta,
y que le iba a llevar a conocer Acapulco. La vueltecita fue de toda la noche... el padre se fue de parranda, dice entre
carcajadas. Y es que el padre Angel era un hombre muy abierto, muy simpático, y tenía una voz preciosa. Cantaba muy bonito.
Al
día siguiente, tras el desayuno, como a las nueve de la mañana, subieron ambos al side-car que tenía la moto del amigo aquel
y así, con la natural y obligada incomodidad, hicieron el viaje hasta Chilpancingo, agravado por la infame carretera que
había en ese entonces. Ahí les dejó. Ni de chiste hubiese podido llegar la moto hasta Chilapa. Así es que abordaron un
camión que les aventó durante varias horas por todos los lados posibles, y a cada segundo, dando tumbos por lo que pomposamente
llamaban carretera.
A
su llegada, se dirigieron a la iglesia de El Calvario, situada en una de las orillas de Chilapa, que tenía asignada el padre
Angel López, y se alojaron en una casita aledaña donde pasaron la noche. Al día siguiente irían al Seminario.
Antonio
fue aceptado de inmediato en el Curso Inferior, es decir, el de principiantes, pues de ahí seguía el superior, retórica, filosofía
y teología.
Recuerda
que habían muchos alumnos, provenientes la mayoría de otras regiones del estado y aún de tierras más lejanas.
Entre
las materias a aprender estaba, obviamente, el Latín, lengua que Antonio aprendió con facilidad y, en los concursos mensuales
que se hacían, el ganador generalmente era él.
Cabe
la casualidad de que el profesor de Latín era precisamente el padre Angel, por lo que los demás alumnos, sabedores de la protección
que éste tenía para con el muchacho, protestaron alegando que el sacerdote le hacía el favor en los citados concursos, a lo
que Antonio contestaba retándoles a que le preguntaran lo que quisieran. Así de seguro estaba de sus conocimientos.
Durante
su estancia en el Seminario de Chilapa, Antonio fue designado para cumplir las funciones de acólito con el Señor Obispo Don
Leopoldo Díaz Escudero, en todas las ceremonias religiosas.
La vida del seminario era muy rígida -recuerda- había que levantarse a las
cinco de la mañana, bañarse con agua fría, y vaya que en Chilapa hace frío, y luego a desayunar antes de entrar a clases.
Los fines de semana nos llevaban a caminar por todos los alrededores de Chilapa; nos llevaron a conocer las Grutas de Juxtlahuaca,
y al Tesquisín, un volcán cerca de Chilapa que es una montaña alta. Hacíamos excursiones de mucha caminata, lo que nos ayudaba
a mantener buena salud.
En
el inter de todos estos eventos, persistía aquello de -A ver Toño... cómo hablan los negros...? que pedía el Padre
Angel ante sus compañeros del Seminario, que se divertían tanto como el sacerdote con las muecas y decires del muchachillo.
El Rector del Seminario era el Padre Jesús Alzate, y había un estudiante de filosofía
que yo admiraba mucho porque era un poeta, Justino Salmerón, que por cierto acaba de morir, y el Padre José Landa, estudiante
de teología, que cantaba muy bonito.
En
el Seminario, Antonio conoció a Armando Herrera, un joven muy estudioso. Al finalizar el Curso Inferior, en el que los tres
primeros lugares eran premiados enviándoles al Seminario de Montezuma, en Nuevo México, Herrera sacó el primer lugar. Antonio
el segundo, y Emilio Sánchez, obtuvo el tercero. De los tres, sólo Antonio no siguió el sacerdocio.
El
padre Herrera se fue a la selva lacandona a servir a los Chamulas. Antonio, obviamente, seguiría otros derroteros. Esa ingente
necesidad de apoyar a su familia fue la que marcó el rumbo.
Al
terminar el año, la novedad al regreso fue que de Acapulco ya no partirían a la Barra de Tecoanapa en un bote de vela. Había
un piloto que se llamaba Clevenger que tenía un avión trimotor. En ese nos fuimos a Ometepec. Aterrizó en los bajos, en un
campo cercano a los ríos. De ahí nos fuimos a caballo, pero ya nada más eran dos horas. Así es que... regresé en avión!
Otra
novedad es que su papá ya se había ido a Acapulco, porque en Ometepec la situación estaba muy difícil para ellos.
Tampoco
pudo regresar al seminario pues ese año lo cerraron temporalmente.
Poco
tiempo después, había que alcanzar a papá. En esas fechas había fallecido una parienta de Adolfina, lo que hizo venir a la
tía Josefina Montalban, que, a su regreso, se sumó a la caravana que la familia formó para emigrar al puerto. La mayoría iba
a caballo. Llegaron al Río Quetzala y estaba rebosante, era pleno julio, el día seis para ser exactos.
Esperaron
un par de horas para que bajara un poco y, prácticamente nadando, cruzaron apresurados. Siguieron a Juchitán y ahí pernoctaron,
llegando al día siguiente a la Barra de Tecoanapa para tomar un barquito de motor que se llamaba precisamente Tecoanapa; pero
había mal tiempo, mal tiempo no sólo en el transcurrir de la vida por la que atravesaban en ese momento, sino mal tiempo dotado
por la naturaleza, quizá como reclamo a su abandono, a su huida. La tierra llama, dicen algunos.
Así
las cosas, el barco no se podía acercar a la Barra, de tal forma que hubieron de dormir dos noches ahí, bajo una palapa a
medio caer, apenas sostenida por erectos palos en vacilante soporte, donde tendieron sendos petates.
Al
acostarse, Adolfina dijo precavida a Antonio:
-Toño,
tú duérmete del lado donde están los palos de tal forma que, si viene un alacrán, te pique a ti y no vaya a picar a tus hermanas,
porque aguantan menos...
Mi mamá tenía palabra de santo, y yo sí me quedé del lado de los palos. Ya como a las once de la noche, un alacrán
me dio tres piquetes sorpresivos en la espalda. Me levanté azorado, matamos al animal, y me empezaron a dar todos los remedios
que tenían a la mano. Con todo, el animal me trabó, se me fue entumiendo el cuerpo, y así pasé los dos días que esperamos
para poder subir al barco. Al tercer día ya amanecí bien y nos embarcamos para Acapulco.
Todavía
les llovió en la travesía pero, como si la naturaleza se resignara a verlos partir, sólo envió una llovizna y no las consabidas
tormentas de esos tiempos de aguas.
Eran
las siete de la mañana cuando entraban a la Bahía de Santa Lucía y arribaron al muelle fiscal.
En Acapulco
Ida y Vuelta
Todo
fue llegar a Acapulco y buscar al Tío Manuel López, expresidente municipal de Acapulco, primo de Adolfina con una gran reputación
y un hombre que les quiere mucho, para ver en qué forma les ayuda y orienta.
Cabe
aquí hacer un paréntesis para recordar que Don Manuel fue el que, durante su gestión, repartió todos los terrenos del rumbo
de La Quebrada en un esforzado intento por poblar la zona, pues nadie quería vivir por ahí. Algunos hombres con visión sí
aceptaron su ofrecimiento, como don Carlos Barnard, los Batani y otros que forjan el auge y le llevan a niveles internacionales.
Los
genes de visionario y de servicio a su comunidad, fueron heredados por sus descendientes, entre los que se encuentran los
López Victoria, de actual brillo social y político en el puerto.
De
igual forma, localizan a la tía Julieta, hermana de la tía Adela, dueña del Hotel Villa Julieta, ahora Hotel de los Maestros
al respaldo de la Capitanía de Puerto. La tía Julieta les informa que cerca de ahí -mero atrás, mejor dicho- en el Barrio
de Petaquillas, había una casa cuya propietaria, Doña Felícitas Carmona, madre de Ma. Luisa que años después fuese una de
las mejores amigas de Adolfina, andaba por el norte y no regresaría luego, de tal suerte que podían ocuparla en tanto encontraban
otra vivienda digna o regresaban sus propietarios.
Rafael
se unió poco después a ellos y, ya instalados en aquella casita prestada, empezó la lucha por la subsistencia.
La
pareja y los hijos pronto se adaptaron, haciendo amistad con las familias que ahí vivían, como los Muñoz, Don Leobardo Alarcón
que hacía guitarras, y los Liévano, con quienes la amistad duró muchos años.
Los
hermanos mayores se convirtieron en pescadores -labor cotidiana y generalizada en el barrio y en el puerto- y salían a la
mar en unos cayucos primitivos, donde aprendieron el arte de la pesca de boca y manos de los viejos trajineros.
Toda
la noche salían, regresando a las cuatro o cinco de la mañana, hora en que Antonio se levantaba y se iba al mercado para vender
todo lo que traían de pescado sus hermanos. El mercado estaba entonces en la calle de Galeana y, en la parte alta, casi frente
a donde está el Palacio Federal, estaba el expendio del pescado, por lo que la caminata que hacía no era muy larga. Pero aún
al terminar la venta del pescado Antonio tenía nuevas obligaciones.
Doña
Adolfina le hacía una serie de encargos para la comida y la despensa de casa, que el muchacho retenía en la memoria con gran
exactitud. Así es que, tras la venta, venía la compra. Y tan exigente era para una como para la otra. Así vivieron algún tiempo.
El
retorno de Doña Felícitas con su hija Ma. Luisa a Acapulco, obligó a los Trani a buscar nuevo acomodo. No fue molesto, por
el contrario, el agradecimiento de unos por el préstamo de la vivienda y el de las otras por la conservación y cuidado de
la misma, hicieron nacer una amistad que duraría décadas.
Pinta
el 36. Por esa época, Ometepec, al igual que muchos lugares del país, recibe el golpe de las expropiaciones y el reparto de
tierras acaba con las grandes haciendas. Sin embargo, es el mismo tiempo el que revierte las cosas y, aquellos que se sintieron
dueños por un lapso, terminan vendiendo a sus propios patrones, con lo que algunas de esas haciendas resurgen y, con ellas,
el auge ganadero de la región.
Doña
Adolfina vendió entonces la casa que tenían en Ometepec, y compró un terreno muy amplio -en donde está ahora el León Rojo-
a orilla de mar. Con sus 400 metros cuadrados era una promesa de vivienda acogedora.
Levantamos un tejabán, una media agua, lo adaptamos, y nos fuimos a vivir ahí.
La
nueva forma de vida dio tranquilidad a la familia. Poco a poco la estabilidad entraba por la puerta de la casa que, aunque
humilde, ya era de ellos. Los hijos perfeccionaron los conocimientos de platería con Don Rafael, y pasaron de pescadores a
plateros.
Empezaron
a tener éxito, pero papá no se portaba bien. Su debilidad se acentuaba. Había paz al menos.
Ma.
Luisa, que acostumbraba festejar su cumpleaños con grandes fiestas, refuerza la amistad con los Trani. En la parte del frente
de su casa, doña Felícitas ya había levantado un pequeño hotelito, a cuyo frente corría un canal de desague de la Laguna El
Parazal, porque entonces, en ese entonces, lo que es ahora el Mercado El Parazal era una laguna de la que Antonio sacaba camarones
para carnada. Había peces. En lo es ahora las siete esquinas había un puentecito que comunicaba Cinco de Mayo para salir a
Velázquez de León.
En
una de tantas fiestas, cuando estaban en lo más alegre, cayó un aguacero tremendo que obligó a los invitados a refugiarse
bajo techo, pero no les sirvió de nada pues el canal aquel, reclamando su presencia, recibió el desborde de la laguna e inundó
la zona aledaña. En la actualidad, como la laguna ya está seca y hasta urbanizada, el canal dejó de tener esa peligrosidad
propia del reclamo de la naturaleza.
La
amistad entre Ma. Luisa y Adolfina se reflejaba en sus hijas. Poco a poco Ma. Luisa, Eloína, y otras amigas, entre las que
se encontraban Ma. del Carmen Sutter, las Curt y otras más, formaron un club de natación y competían con otros que venían
de México. Había competencias seguido, y el Malecón fue testigo de ello.
De
ahí surgió el Club Sirenas, que tanta fama llegara a tener en el puerto y el país.
Antonio,
con su carácter alegre y bullanguero, gozaba del mar con toda su excelsitud. Vivir frente a él obligaba a aprovecharlo.
Se
escapaba al Campo Marte, por allá por el Fuerte de San Diego, para jugar y ver jugar base-ball, el deporte de moda, que cambiaría
después, mucho después por el Jai Alai.
Uno
de sus recuerdos más vívidos se relaciona con los pescadores de Petaquillas que, los fines de semana, le daban gusto a la
jarra y descanso al cuerpo tras cinco días de ardua labor de pesca. Antonio era amigo de los hermanos Liévano con los que,
comentando la ausencia de pescadores y por ende de pesca en el mercado esos días, se puso de acuerdo para ir a pescar los
sábados por la tarde.
Era plena temporada de diciembre y enero en que picaba la curbina allá en Revolcadero; nos íbamos remando desde el
frente de la casa. Los tres nos repartíamos las posiciones de remo. Salíamos como a las cinco de la tarde, y para las siete
llegábamos tras haber atravesado la bahía y pasar Punta Diamante. Al llegar a los bajos del Diamante, aprovechábamos un golpe
de ola para cruzarlos.
Llenábamos la canoa de buzo y curbina en un rato! Para las ocho de la noche ya teníamos la pesca lista. Descansábamos
y, ya como a las dos y media o tres de la mañana, nos regresábamos.
Obviamente la venta del pescado era buena y dejó mejores ingresos... pero una noche... una noche en que creo pasé uno
de los momentos más difíciles de mi vida... nos agarró una tormenta frente a la playa de La Roqueta. Eran unas olas que para
qué te cuento...
Así
pasaron un par de años, hasta que la madre naturaleza les volvió a sorprender. En 1938, en mayo, llovió copiosamente por varios
días; el puente del kilómetro 21 de la carretera México-Acapulco fue derribado ante el embate del temporal; otras obras cedieron
ante la creciente de los ríos. El día 26, el huracán pegó de lleno en el puerto de Acapulco. Doña Amalia Solórzano, esposa
del Presidente Cárdenas que se alojaba en unos bungalows de la Comisión Nacional de Caminos allá, por la Playa Manzanillo,
tuvo que ser rescatada junto con sus acompañantes. No tuvieron la misma suerte los Trani que, si bien no sufrieron pérdidas
humanas, las materiales fueron totales.
Debe de haber pasado el ojo del huracán, recuerda Antonio, pues el viento
soplaba, desde las dos de la tarde hasta las seis, en dirección de la bahía hacia adentro. Las canoas de los pescadores volaban
como plumas y caían en los palmares que existían en donde ahora están Las Hamacas, que cuidaban unos señores Salinas, amigos
de nosotros, negros de la costa. Las palmas casi se doblaban.
Nos fuimos a refugiar en la casa más fuerte que había ahí, como a una cuadra, con techo de teja. Cada vez que venía
el chiflón de aire, se metía el agua por en medio de la teja.
A las seis de la tarde el viento se calma, salimos a asomarnos, vimos unas olas enormes, pero luego empezó a soplar
al revés... se ve que habíamos estado en el ojo del huracán.
El
viento sopló toda la noche. Al día siguiente, los Trani se acercaron temerosos a su vivienda. Todo estaba destruido!
Antonio,
que no había recibido documentos que comprobaran sus estudios ni del Colegio del Verbo Encarnado, ni del Seminario de Chilapa,
al menos reconocidos por la Secretaría de Educación Pública, tuvo que volver a cursar, esta vez en la Escuela Ignacio Manuel
Altamirano, el quinto y sexto año.
En
esa, la escuela más antigua de Acapulco, Antonio fue compañero de personajes que se significaron como forjadores del Acapulco
Moderno: Ricardo Morlett, Chui Rodríguez, Tere Vela de Lépez, Abel Salas Bello, Jacinto Tellechea, y Rafael Pintos Quevedo
entre otros muchos. Pero no había estudiado la secundaria, y deseaba hacerlo.
Doña
Adolfina, ante el desastre causado por el huracán, recordó que tenía una oferta de la tía Teresa López de Torre, dueña de
una casa en el centro de Cuernavaca, Mor. en la calle de Guerrero No. 13. Era propietaria también de unas accesorias comerciales
que rentaba y, para adentro, tenía muchas viviendas. Así es que, nuevamente, la familia lio bártulos y se fue a Cuernavaca,
la ciudad de la eterna primavera.
Ya
instalados, uno de sus hermanos empezó a trabajar en un Night Club que había en esa misma calle de Guerrero.
Antonio,
inquieto como siempre, atravesó la calle, entró a la peluquería de Don Primitivo Soriano, y le pidió trabajo. Así ejerció
el tradicional cargo de chícharo, ganandose sus quintos por medio de las propinas que le caían generosamente.
Ocho
meses vivieron al amparo de Doña Teresa, hasta que pudieron conseguir una casa por el Barrio de Los Lavaderos en donde montaron
un pequeño taller de platería que trabajaban Don Rafael, el hermano mayor Rafa chico, una de sus hijas, Antonio y algunos
oficiales que contrataron.
Compraban
en México la plata laminada y en Cuernavaca la trabajaban. Cada sábado llevaban el producto de su trabajo a vender a la capital,
surtiendo a las mejores tiendas del centro citadino. Una nueva etapa de paz y concordia se asentó en el hogar de los Trani.
El progreso caminaba junto a ellos.
Antonio
aprovechó para estudiar su anhelada secundaria, sólo que lo hizo en la nocturna, dado el cúmulo de trabajo que se presentaba.
Con todo, es precisamente en esa época en que el despertar del sexo toca a su puerta y empieza a encontrar gusto en las muchachas,
especialmente en una que trabajaba cerca y a la que visitaba regularmente paseándose por los alrededores.
Nuevos
tiempos de agitación corrieron por el país. La confrontación electoral de Avila Camacho y Andrew Almazán llevaba rumores de
guerra. Los propietarios de joyerías y platerías de la capital suspendieron las compras ante la inminente revolución.
Acapulco
ofrecía la prometedora lejanía del centro y un terreno ya abonado en materia de relaciones, así es que los Trani no lo pensaron
dos veces y, antes de caer nuevamente en desgracia, planearon retomar el camino para Acapulco.
Don
Rafael se regresó antes y, por esas cosas de la vida, cuando la familia llegó, Adolfina se encontró con que Doña Julieta,
aprovechándose, le había comprado el terreno propiedad de la familia a su marido, así es que... no había patrimonio, ni dónde
vivir.
Fue
en el mismo barrio de Petaquillas en donde alquilaron una casita, pero ya no trabajaron de pescadores. Rafael, el hijo mayor,
consiguió empleo con el gobierno en el área de la recaudación, dado que era bueno para los números; David logró el puesto
de barman a La Cueva del Hotel El Mirador; Eloína también encontró acomodo en La Suiza, una reconocida tienda de ultramarinos
de la época.
Antonio,
por su parte, entró a trabajar en la Ferretería de Don Manuel Muñúzuri, esposo de Doña Dolores Victoria, prima suya por el
lado materno que le acogió con bondad.
Su
propio esfuerzo les llevó a ocupar un lugar en la sociedad porteña. Las muchachas entraron a estudiar al Colegio América y,
a pesar de que eran pobres, se codearon con lo mejor de lo mejor, entrando a formar parte del famoso Club Sirenas, que agrupaba
a la flor y nata social.
El
tiempo pasó, ahora sí, sin revoluciones ni huracanes, y la senda se suavizó.
Don
Rafael sufría de vez en vez una recaída, pero la familia le seguía sosteniendo y apoyando. Sin embargo, sufre un accidente
en el que se rompe la cadera. Como en el puerto no había todavía el equipo necesario para curarle, Antonio y su madre lo llevan
a México, en donde le atiende un compadre, el Dr. Fidel Guillén de la Barrera, que fuera diputado constitucionalista.
Amigo
del Dr. Alfonso Ortíz Tirado, que a más de ser un popular cantante tenía un hospital dedicado a problemas similares, les recomendó
y fueron atendidos de inmediato personalmente por él.
Cada
uno fue tomando su rumbo.
Bien
se puede decir que 1940 fue el año del reinicio, sobre todo para Antonio que cumplía sus 17 años y empezaba a forjar espalda,
carácter y norma.
Por
lo pronto, y ante la nueva vida, Doña Adolfina ya no quiso vivir en Petaquillas y alquilaron una casa en Lerdo de Tejada 12,
propiedad de Don Guillermo Balboa, que fuera por años Tesorero General de la Junta de Mejoras Materiales. Dos casas más allá
vivían Doña Consuelo Román y Don Fernando Salgado, padres de Lety Salgado que se dedicara más tarde a la política.
Antonio
era un joven alegre, pero no destrampado. Su madre sólo daba permiso de salir a las muchachas si eran acompañadas por su hermano.
Así ejerció también el noble papel de chaperón, papel que bien supo aprovechar para hacerse novio de algunas de las
amigas de sus hermanas, relaciones que no pasaban más allá de un furtivo beso y no duraban más que lo que una función de cine
o un baile.
Yo siempre tuve un absoluto respeto por la mujer. Sabía que no debía de abusar de ellas. Pensaba en mi madre y mis hermanas,
en que no me gustaría que alguien abusara de ellas.
De
vez en cuando visitaba a su hermano en el Bar, donde trabajaba también Pedro Huerta Castillo, años después uno de los más
reconocidos periodistas del puerto.
Un
día que estaba por ahí, Don Roberto Barnard, hermano de Don Carlos, dueño del Hotel El Mirador, le propone ganarse unos centavos
vendiendo cerveza y cobrando los boletos del baile de La Quebrada.
Como
no interfería con su trabajo en la ferretería, Antonio decidió aceptar, y por meses administró el negocio de los bailes.
En
esos famosos bailes de La Quebrada, amenizados por la inolvidable Orquesta Minerva del Señor Escobar, a los que asistía la
gente más distinguida de Acapulco, hizo Antonio el que quizá fuese el único e inocente chanchullo de su vida: canjearse con
sus amigos el boletito de a peso que autorizaba al bailador. Así de pobre andaba la cosa.
Y
si de baile se trata, después ya íbamos a los Tes Danzantes arriba de la La Marina, al Edificio Pintos, y finalmente al
de Las Hamacas años después, o a Caleta.
Sin
embargo, la verdadera pasión de Antonio era bañarse en el mar. Los domingos era obligado Caletilla por la mañana y Hornos
por la tarde.
Fue
la etapa en que no falta quien te enseñe a fumar, o a tomar, o a visitar el primer cabaret. Antonio rechazó el cigarro y la
bebida, pero reconoce que alguna vez pagó un peso por bailar con una dama en non sancto lugar, aunque no se le hizo costumbre.
Las
parrandas -nunca comparadas con las de ahora- eran acompañadas por Layo Victoria y otros primos y amigos de esos años.
Un
algo le frenaba en esos momentos de debilidad que todos tenemos: el recuerdo y la admiración que profesaba a su padrino Tante.
Tante
Zapata era también su tío, y un ser plácido, bondadoso. Todo un personaje en Ometepec, era un hombre preparado que había hecho
algunos estudios en Puebla. Se casó con Doña Josefa Zamora y tuvo unas hijas hermosas. Su consejo siempre estuvo a la mano
no sólo para Antonio, sino para todo aquel que le requiriese. Pero si por Tante sentía admiración, lo que le ayudaba a ir
en la senda correcta, por su madre Adolfina sentía una idolatría muy especial que le impulsaba a ser responsable.
Para mí fue como una heroína porque ella nos impulsó, nunca decayó en su esfuerzo por sacarnos adelante, siempre nos
apoyó en todo. Fue el personaje más importante en mi vida.
Acepta
que el cariño por su padre también fue grande, pero jamás comparado con lo que sentía por ella.
Y
fue quizá el ejemplo de Tante el que llevó a Antonio a buscar la superación intelectual. Ya no podía asistir a la escuela.
Sus responsabilidades eran cada vez mayores. Pero algo había que hacer y comenzó a comprar enciclopedias y libros que le aportaran
ese faltante de conocimiento. Así, la Odisea y la Iliada se unieron con El Quijote de Cervantes y le iluminaron el sendero.
Aunado
a esto, el conocimiento más exigente que brotaba de su interior era aquel que había sido su gusto desde los años escolares
y que tanto le ayudaría en sus futuros viajes: la geografía.
Trabajar
en la Ferretería Muñúzuri representó para Antonio toda una etapa completa que marcaría para siempre el resto de su vida.
Empezó
en el mostrador, como todo principiante, porque con Don Manuel no había el que eras pariente o no. El trabajo era el trabajo.
Era
un hombre duro, incluso con los clientes. Cuando alguno de ellos alegaba sobre el precio o pedía una rebaja, Don Manuel se
le ponía bronco y lo mandaba a volar. Cuentan, sin embargo, que después de que se iban los clientes decía:
-Ni
se espanten, yo me les pongo así pero no estoy enojado... es no’más para que vean que no soy tonto...!
Sin
embargo, no tardó en notar que Antonio tenía habilidades para el almacén, a donde lo pasó a los seis meses. Sacar las listas
de faltantes, pedir lo que debía surtirse, tratar con los viajeros y todo lo relacionado con el almacén fue su responsabilidad.
Tanto
empeño puso en su labor que Don Manuel, ausente frecuentemente debido a los viajes que hacía en busca de curación para la
enfermedad de sus ojos, fue dejando poco a poco el manejo casi total del negocio en sus manos.
Don
Manuel asistió con médicos especialistas en Suiza, Centro América, Nueva York -donde le atendió el famoso oculista Castro
Viejo- y muchos más, sin resultado alguno. Con el tiempo, perdió la vista por completo.
Fue
quizá esa entrega que vio en Antonio cuando se realizaron las labores de remodelación, cuando le subieron el techo al negocio,
cuando a pesar de estar en construcción no podía dejarse de despachar, sobre todo porque no había otros negocios similares
en la época y él se quedaba incluso a dormir para cuidar negocio, prima y patrón,
pues arriba estaban las recámaras, o cuando la organización de la nueva bodega, o de la otra más tarde conforme el negocio
crecía, lo que hizo que le tuviera más confianza y le entregara poco a poco nuevas responsabilidades.
Acapulco
tenía acaso diez o quince mil habitantes. A partir del centro, llegaba apenas hasta donde existía una huerta en lo que ahora
es Las Hamacas; hacia arriba, a la avenida Cuauhtémoc más o menos donde está ahora el Seguro Social, y en cuyo lugar estaba
una planta de luz que al principio sólo daba servicio por las noches, de las seis de la tarde a las seis de la mañana; más
allá, llegaba hasta el Panteón de San Francisco, al inicio de la ahora calzada Pie de la Cuesta, entonces una muy angosta
carreterita; un poco adelante del panteón, había un lugar que se llamaba Las Marañonas, obviamente cundido de árboles de marañona,
fruta muy gustada en esa época. Ahí vivía un misterioso hombre suizo-americano llegado con igual misterio; años después, se
descubre era el famoso escritor Bruno Traven que, al poco tiempo, desaparece de nueva cuenta.
Le recuerdo porque visitaba seguido la ferretería y, un día, le ofreció a Don Manuel ayudarle con la vieja y grave
enfermedad de la vista que sufría. Por desgracia, su mal no tenía remedio en realidad, a pesar de que ya había buscado la
sanación en diversas partes del mundo.
De
los primeros fraccionamientos que surgen destaca Las Playas, realizada por la compañía Fraccionadora de Acapulco que encabezaban
Schonborn y Pintos, y donde emergen algunos hoteles como el Caleta, La Playa, Las Américas, el del Pacífico y otros más.
Otro
de los primeros fraccionamientos fue el Mozimba, donde construye su casa el esposo de su hermana Eloína unos años más adelante.
En
Caleta estaba el Hotel Monserrat, de Don Francisco Jarque.
A
mediados de los cuarentas el Hotel Las Anclas surge de Poniente a Morteros, levantado por Pugard Elbjorn y Marroquín, cuyo
nombre queda al fraccionamiento que se crea al lotear los terrenos que compraran.
Un
aspecto curioso, pero innovador, es que el Sr. Elbjorn invitó a muchos personajes de la ciudad de México a construir su casa
en Acapulco bajo los siguientes términos: él les daba el terreno, ellos construian, y él se las cuidaba. Obviamente, muchos
aceptaron. Entre aquellos que construyeron se puede evocar al Sr. Miller, al Señor Caraballo, o al Sr. Casaubón.
Indudablemente,
Las Anclas tuvo su época de oro y dejó huella en Acapulco. Incluso ahora, a muchos años de su desaparición, el pueblo todavía
conoce la zona como Las Anclas.
Pugard
Elborgn había tenido antes un pequeño hotelito llamado Recreo de La Quebrada, frente al hotel El Faro.
La
Wells Fargo estaba precisamente en donde ahora está la tienda de ropa Melody. Tenía una serie de abanicos de petate que
se movían ya eléctricamente y los turistas que llegaban eran llevados ahí para que estuvieran frescos.
En
la planta alta de ese edificio, el edificio Pintos, se hacían los té danzantes en el popular Casino de Acapulco que tanto
recuerda Antonio.
Surgen
también las Tres BBB, en Juan R. Escudero, de Don Felix Muñúzuri.
Para ir a Revolcadero era una aventura, tomábamos una lancha en el muelle y desembarcábamos en Puerto Marqués, para
tomar otra lancha que surcaba toda la Laguna Negra, entonces hermosa y feraz.
El
Río de La Sabana dejaba correr un agua pura y cristalina y, a la altura del kilómetro 30, había unas pozas en las que se iban
a bañar los acapulqueños haciendo día de campo.
Para
finales de los cuarentas, estaba de moda el Ciro’s del Hotel Casablanca y las carreras de tortugas inventadas por Beto
Barney, El Señor de La Noche. Teddy Stauffer funda La Perla en El Mirador.
Don
Juan Muller gozaba y hacía gozar con La Bavaria, la más famosa cervecería de la época, ubicada en contraesquina de la Parroquia,
aún no Catedral.
Un
área del negocio de Don Manuel Muñúzuri se dedicaba a las refacciones para los incipientes automotores que existían. Ahí trabajaba
como despachador Rubén González, que más adelante saliera para iniciar su propio negocio: la Refaccionaria González. A él,
le substituye Roberto Melgar -casado con una de las primas de Antonio, Anita Noriega Trani, que fuera Reyna de los Charros
en su tierra natal años atrás- recomendado para el puesto por el propio Antonio.
Ellos llegaron de México con dos pequeñas en brazos: Anita y Mireya. Llegaron a mi casa a hospedarse y estuvieron viviendo
con nosotros más de un año. Les acogimos con todo nuestro cariño, porque entre familia siempre nos hemos visto así.
Roberto
aprendió el oficio bien y, un año después, renunció también para poner su propia empresa. Es ahora el propietario de la Refaccionaria
Melgar, en la Avenida Cuauhtémoc.
Otro
de sus compañeros de aquella época fue José Manuel López que saliera de ahí para poner un negocio de papelería en 5 de mayo
que, por desgracia, más tarde se incendiara.
En
la ferretería también trabajó una temporada su hermana Ma. de los Angeles, la más chica.
Así
las cosas, Antonio entregaba el alma a su responsabilidad... y le gustaba. No veía el trabajo como una carga, sino como una
oportunidad que le dejaba más satisfacciones como pago por su entrega.
La
estabilidad familiar era cada vez mayor. La paz y tranquilidad sólo se veía rota, de vez en cuando, por los dolores de Don
Rafael que quedara delicado debido al problema de su fractura. Por lo demás, Dios había asentado sus reales en ese hogar.
Poco
más de media década cursó apacible por la vida de los Trani. Pero el tiempo no pasa en balde y así como cada quien toma su
curso, también hace su vida.
1947
marca el inicio de dos familias nuevas. En febrero, María de los Angeles casa con Aage Elbjorn, hijo del dueño del Hotel Las
Anclas. Cuando la fueron a pedir, el papá del novio le preguntó a su mamá porqué
quería casarse una muchacha tan bonita con alguien como su hijo; Doña Adolfina, siempre directa y decidida, le contestó que
era mejor pues el joven no la dejaba tener novio. Cada vez que se peleaban y alguien se acercaba a ella, se lo corría. Finalmente,
como era temporada de carnaval y ella quería ser candidata a Reina, el joven Elbjorn le puso una disyuntiva: o Reina del carnaval...
o Reina de su casa!
Eloína
se casa ese mismo año, en mayo, con el Dr. Ricardo Bernal Navarro, que fuera años más tarde Director y Delegado Regional del
Instituto Mexicano del Seguro Social.
Ambos
matrimonios fueron cabezas de destacadas ramas sociales en el puerto más hermoso del mundo.
Mientras
tanto, cena y baile no dejaba Antonio de lado con su carácter alegre y bullanguero. En ese entonces, los carnavales que se
realizaban con sus bailes de disfraces, que se organizaban en el Salón Verde del Hotel Papagayo, veían llegar asiduamente
al joven que formaba ya parte de una sociedad responsable también de los famosos concursos de Reina del Carnaval.
Uno
de esos años, jugaba María Esther Argudín, hermana del Almirante Argudín y amiga de Antonio que lógicamente formaba parte
del comité que le impulsaba.
Como
cada grupo tenía su himno, la palomilla instó a Antonio para que buscara el himno para Esther. De ahí, con la música aquella
de la chinita en el bosque, surgió la siguiente letra, obra de nuestro personaje:
En el puerto de Acapulco
se celebra el carnaval,
y hay muy lindas candidatos
a la justa electoral.
Todas ellas son nativas
de este hermoso jardín,
pero la más linda y bella
es la simpática Tellín.
Hasta el triunfo con Tellín
la candidato ideal
los hoteleros y el mundo entero
sólo por tí votarán.
Y la corona que has de ceñir
sólo en tu sien, sólo en tu sien podrás lucir,
y en bello trono gobernarás
y los festejos presidirás,
y todos juntos y muy felices
festejaremos, festejaremos el carnaval!
Con
todo y sus esfuerzos, ganó ClaritaVillicaña.
En
1949 se celebraría el primer centenario de la erección del Estado de Guerrero. La fiesta fue en grande, incluyendo un concurso.
Las jóvenes participaron para ser la Reina de las Fiestas del Centenario, una Embajadora y la Princesa Mirra desembarcada
en Acapulco. La Reina fue Esther Villabazo; la Embajadora, Cira Castro, y Adela, otra de las hermanas de Antonio, la China
Poblana-Princesa Mirra.
El
famoso pintor Tarazona, que vivía por ese entonces en Acapulco, construyó una réplica de la Nao de China e hizo la entrada
triunfal a la bahía del puerto. De la nave, bajó Adela ataviada como la Princesa oriental para ser recibida por una multitud
en el malecón. Ya en las fiestas, el traje cambió por el de China Poblana.
La
hiperactividad muy propia de Antonio le hacía buscar más allá del horizonte. Mientras trabajaba con Muñúzuri, a más de su
nocturna responsabilidad en La Quebrada, estudió radio por correspondencia en la famosa Rosencrantz, y en sus ratos libres
reparaba aparatos electrodomésticos, o hacía llaves en una maquinita que había adquirido y mucho tendría que ver en su futuro.
Por
otra parte, no olvidaba sus raíces, y de tiempo en tiempo viajaba a Ometepec que, conforme avanzaba el calendario, contaba
con mayores recursos y facilidades para llegar a él.
Una
de las fechas obligadas para asistir era precisamente la que conmemoraba la festividad del Señor Santiago, patrón del lugar,
o las de diciembre, navideñas y familiares.
En
una de esas visitas, tocó a su primo Adolfo Trani ser el Mayordomo de la fiesta y le tenía preparado un caballo al que le
decían El Diablo. Cuando Antonio lo vio, se puso tenso. Era provinciano, es verdad, sus tíos tenían ranchos, pero a los únicos
caballos que se había subido eran mansos... y mensos! Así es que cuando Adolfo le dijo “súbete al caballo”
Toño lo hizo pero tomando la rienda con temor, y rogando a Dios por la magnanimidad del animal en tan comprometido trance.
Afortunadamente, del susto de nuestro personaje no pasó... y al parecer nadie se dio cuenta de nada!
Año
con año, Antonio programaba su viaje con anticipación... sobre todo desde que había conocido a cierta jovencita.
Cada
día que pasaba, Antonio se hacía más y más responsable de su casa, máxime ahora que ya no se contaba con el salario de Eloína.
Empleado de la casa ferretera más importante del puerto, contaba sin embargo con la facilidad de adquirir todo aquello que
en materia de implementos de cocina, cubiertos, y otros necesitaban en casa, pagando mediante pequeños descuentos en sus sobres
salariales.
Un
día de tantos, ya llegado 1950, Antonio se acercó a platicar con su pariente/patrón.
-Don
Manuel, ya se acercan mis vacaciones y planeo ir a Ometepec, pues me invitaron los Díaz Guillén a su rancho. Le aviso con
tiempo para que vaya tomando sus providencias. Por cierto, compré algunas cosas para la casa, trastos y cosas de esas, y quisiera
pedirle que en mi próximo pago no me hagan descuentos pues quiero llevar suficiente dinero para mi viaje.
Lo
expresó con confianza, con esa confianza que da el haber trabajado con lealtad y honestidad. La mejor prueba era que jamás
había recibido un regaño, en tanto que a los demás empleados bien que les caía la perorata. Don Manuel trató a Antonio con
deferencia por una simple y sencilla razón: porque siempre cumplía con su trabajo.
El
dueño de la ferretería consintió en la solicitud de Antonio y de antemano le deseó buen viaje. Estaba consciente de que había
sido no sólo servicial, sino que se había convertido en su brazo derecho. Para entonces, ya manejaba totalmente la administración
del negocio.
Antonio
había comentado con su madre sobre sus proyectos. Adolfina, amante madre, le escuchaba atenta y admirada. Tenía a su hijo
en un gran concepto por responsable, trabajador, y honesto. Era, para ella, el pilar de su casa.
Sin
embargo, llegado el día, cuando Antonio se presentó ante el contador, Don Emilio B. Chavelas -un bigotón de esos de cuento-
para cobrar su sueldo e hizo alusión a sus vacaciones, éste le dijo:
-Pero...
Toño, con qué dinero te vas a ir?... lo que te quedó de tu sueldo es muy poco...
-Cómo!
exclamó alarmado el muchacho.
-Es
que Don Manuel me dio instrucciones de que te descontara todo lo que habías comprado... todo... sin excepción!
-Pero
si yo ya hablé con él y me aseguró...
Sin
decir más, y sumamente molesto por la indolente actitud de su jefe y pariente, se apersonó en su despacho e hizo su reclamo.
-Pues
lo siento Toñito... en verdad lo siento...
-Pero..
por qué?
-Pues
porqué así son las cosas...
Sintiéndose
traicionado y humillado, sobre todo sin saber la razón que impulsara a Don Manuel para actuar de esa manera, explotó y en
ese mismo momento decidió mandar todo al demonio.
-Pues
sépase Don Manuel que hasta el día de ahora trabajo con usted. Le he servido como nadie lo ha hecho, pero sólo recibo esto...
Renuncio! Renuncio porque es usted un ingrato...
Mil
lindezas más, de esas que sabemos bien expresar los mexicanos cuando estamos enojados -y a veces hasta contentos- le soltó
Antonio al malagradecido pariente y salió apretando con furia el escuálido sobre de su última paga.
Varias
vueltas dio por las calles aledañas. No quería llegar así a su casa. Esperó a serenarse. Limpió su mente de rencores y pensó
en qué hacer ante la situación.
Se
iría a Ometepec, que caray! Tenía algún dinero ahorrado de lo que ganaba en La Quebrada y con su maquinita de hacer llaves.
No le daría gusto al pariente de arruinarle las vacaciones. Incluso, sus ahorros alcanzaban para dejar unos centavos en la
casa. Sí, así lo haría, que carambas!
Mas
las cosas no fueron tan fáciles al llegar a casa. Doña Adolfina se preocupó mucho cuando se enteró de que había renunciado.
-Pero...
hijo... y de qué vamos a vivir? Tú sabes que eres el pilar de esta casa... ve y haz las paces con Manuel...
-No
madre, no, contestó decidido. Y me voy de vacaciones! Usted no se preocupe... Dios dirá! Nunca nos ha abandonado, lo sabe...
La
sufrida mujer no insistió. Conocía a su hijo y sabía de su determinación. Cuando se decidía a algo... no había poder que le
hiciera cambiar de opinión o rumbo.
En
ese momento, ninguno de los dos pensó siquiera que Antonio acababa de marcar su destino; de abrir las puertas de una nueva
y venturosa vida... todo por haber tomado... una decisión afortunada!
Nace Don Antonio
Era
pleno 1950 cuando Antonio decide abandonar a su mentor ferretero. Las súplicas de su madre no hicieron mella en su decisión
y, por principio de cuentas, parte a Ometepec para pasar sus planeadas vacaciones en el rancho de los Díaz Guillén.
El
rancho estaba a orillas del Río Quetzala. Tras un día en Ometepec, tomaron los caballos y salieron para el rancho acompañados
de Fernando Jiménez, dueño de la Optica Jiménez aún instalada en Cuauhtémoc junto a la ferretería.
Había
echado mano de sus ahorros para costear los gastos de viaje y dejar algunos centavos más en casa, tal y como lo había pensado.
El
tiempo pasó pronto y hubo que regresar a las obligaciones cotidianas. Al retorno, su madre le indicó que Don Manuel había
llamado repetidas veces buscándole y urgiéndole a trabajar.
-No
madre, ya le dije que no regreso con ese señor...
-Pero
hijo... qué vamos a hacer?
-También
ya le dije que no se preocupe...
Con
todo, Doña Adolfina sí se angustiaba. Sólo contaban con una corta aportación de David; unos meses antes, en mayo de ese 1950,
había fallecido Rafael, el hijo mayor. De tal suerte, Antonio era, ya para esa época, prácticamente el sostén de la casa.
Decidido
a no dejarse vencer, en lo primero que pensó fue en poner su maquinita de hacer llaves en un lugar más propicio.
Ya
había probado el hacer algunos trabajitos de radiotécnica, pero no se le dio. Incluso, un amigo suyo, Darío Lacunza, intentó
enseñarle, pero el destino le marcaba otros derroteros.
Buscando
buscando, quizo la casualidad que visitara a su tío político, el español Luis Linares, casado con su tía Consuelo. Este tenía
su negocio, El Bazar de Acapulco, asociado con Don Jesús Duque, propietario más adelante de una famosa zapatería.
A
un lado del negocio, en la calle de Progreso, había un zaguán vacío que Don Luis no ocupaba para nada, prácticamente frente
a la entrada de mercancías de la Ferretería Muñúzuri.
-Oiga
tío, le dijo Antonio, quiero pedirle un favor...
-Sí,
dime...
-Me
doy cuenta de que tiene Usted vacío y sin ocupar el zaguán...
-Sí...
te interesa?
-Pues
la verdad sí...
Por
dentro mismo de la tienda llegaron al local vacío.
-Que
no estás trabajando con Manuel Muñúzuri?
-Ya
no... quiero abrir mi propio negocio, contestó discretamente sin referir el incidente. Me lo renta?
-Sí,
claro..
-Nada
más que no tengo dinero ahorita...
-Ocúpalo
el tiempo que quieras... y ya haremos cuentas...
El
mismo primer día que, tras arreglar esmeradamente el zaguan y un mostrador que alguien había dejado por ahí, abrió las puertas
de su nuevo negocio... obtuvo más dinero del que le pagaba Don Manuel.
Feliz,
llegó hasta su casa y presumió ante su madre.
-Mira
madre... gané más de lo que me pagaban... así es que no te acongojes, estoy seguro de que nos va a ir bien...
Y
aunque lo decía con una esperanza a todas luces abierta a todo... jamás llegó a imaginarse qué tan bien le iría.
Conforme
pasaron los días, los viajeros que surtían a la ferretería empezaron a llegar. No fue difícil darse cuenta de dos cosas: que
Antonio ya no trabajaba ahí, y que tenía ahora su propio negocio enfrente.
Como
la mayoría le conocía bien, pasaban a saludarle y a ofrecerle su apoyo. Así desfilaron por ese pequeño zaguán Don Eugenio
Gómez, el viajero de Casa Boker; el español representante de Industrias Atlas, que fabricaba pinturas y fuera la primera en
fabricar la pintura vinílica Marlux, cuyos dueños eran los Señores Martínez, que hicieron también una gran amistad con él
y le dieron un crédito amplísimo, siendo años más adelante su distribuidor en el puerto. Llegó igualmente otro español, Juan
Bernal, viajero de Patricio Sordo, vendedor de material eléctrico con el que hizo tanta amistad que hasta le visitaba en su
casa de México. Cuentan que aquí compró un terreno en donde está la Eléctrica de Acapulco, allá por 5 de Mayo. Construyó un
edificio y lo rentaba. Le heredó su hijo. Otro de los viajeros que se acercaron a Antonio fue Don Rubén Méndez del Castillo,
viajero de El Expeditor, que vendía ferretería ligera, popular compositor vernáculo que dejara una profunda huella en el pentagrama
musical mexicano. Y otros, muchos otros proveedores más que abrieron sus libretas de pedidos no faltos de ética, sino sobrados
de amistad y apoyo. El puerto crecía, así es que debían multiplicarse los negocios similares.
En
unos cuantos meses, el pequeño zaguán se vio repleto de un buen surtido y, por ende, de muy buenas ventas, lo que le había
permitido a Antonio ser el dueño de prácticamente toda la inversión, pues hacía sus pagos en forma rigurosa.
Las
tensiones sufridas ante las circunstancias, se vieron atenuadas con la distracción. Desde unos cinco años atrás, Antonio gustaba
de asistir al Jai Alai, uno de sus deportes predilectos y que hiciera fama internacional al traer al puerto a reconocidos
y prestigiados pelotaris.
La
rutina de asistir tres o cuatro veces a la semana palió la ansiedad y ayudó, pues aunque no se crea, el Jai Alai era centro
de reunión de lo más granado de la sociedad acapulqueña con sus dos partidos diarios y varias quinielas que despertaban la
pasión de los asistentes, y relacionaron aún más al incipiente ferretero.
Uno
de los amigos con quien más se frecuentaba en ese lugar era Romeo Franco Abarca que, en los intermedios, le acompañaba a comer
una de las exquisitas tortas de bacalao, especialidad del restaurante del Frontón. El Jai Alai de esa época ya no existe,
pero la amistad de ambos se sostiene al paso de los años.
Un
año y medio había pasado desde aquella decisión afortunada. El tiempo, la entereza, el cumplimiento y el esfuerzo, daban sus
frutos. Un día, de alguna forma Antonio se enteró de que había un local vacío en el No. 4 de la transitada calle de 5 de mayo.
En
ese local había estado El Surtidor Eléctrico, que fuese del papá de Ernesto García Moraga -años más tarde Cronista de la Ciudad-
y que trabajaba junto con sus hijos. Por cosas del destino, su situación fue de mal en peor, y quebraron. El local tenía un
aparadorcito que ocupaba un cuadro de unos 60 metros cuadrados y dejaron mostradores, anaqueles, estanterías... todo!
Los
dueños del local eran la Señora Rebeca Olivar y su esposo el Dr. Huitrón. Doña Rebeca era hija de Don Amado Olivar, una de
las familias antiguas de Acapulco. Hasta ellos se presentó Antonio y solicitó en renta el lugar.
-Claro
que sí, contestó Doña Rebeca, para eso es. Sólo que te lo rento como está. Dejaron muchas cosas que a nosotros no nos sirven.
Si te son de utlidad, úsalas.
Así
es que, aprovechando esos giros que da el destino para la buena fortuna, Antonio se instaló en su nueva dirección.
Ahora sí era una ferretería, dice orgulloso, acondicioné el aparador y le
dimos forma al negocio. Le puse Ferretería Casa Trani...
En
ese momento se me ocurrió preguntar a nuestro personaje cómo se llamó el primer negocio. Puso cara de asombro, y dijo simplemente:
-... pues no lo vas a creer, pero ni nombre tenía!
A
fines del 51 la Casa Trani abre sus puertas con un surtido casi tan extenso como el de la propia Ferretería Muñúzuri.
El
local tenía el techo de teja que urgía algunas reparaciones. Hacia adentro, contaba con un gran espacio -tenía hasta árboles-
y Antonio, con el correspondiente permiso de Doña Rebeca Olivar, se fue ampliando.
Construyó
una bodega atrás, continuación del negocio. Tiró unas anchísimas paredes de adobe que había, y convirtió el espacio en un
solo salón de atención al público de más o menos 200 metros cuadrados.
Acondicionó
unos aparadores laterales y, en suma, le dio otro aspecto a la ferretería.
Un
día, el hombre que está parado tras el mostrador, dueño de una amable sonrisa que le acompañará toda su vida, recibe a los
clientes con amabilidad. A su lado, ya hay algunos empleados. De pronto, atrae su atención el llamado de una señora, clienta
suya de tiempo atrás:
-Don
Antonio... tienes planchas?
Esa
combinación fabulosa de uso muy común entre nuestro pueblo, ese tutéo acompañado del término respetuoso, le cimbra... pero
le gusta. No es ego... es satisfacción pura. Se da cuenta de que Toñito y Antonio murieron... para permitirle nacer a Don
Antonio.
El
progreso trae la bonanza. Para 1952 Don Antonio y su familia ya contaban con una casita ubicada en la segunda cuadra de Bernal
Díaz del Castillo. Era modesta, pero colmaba sus aspiraciones. Daba cobijo en ella a sus padres, sus hermanas Adolfina y Adela,
su hermano David, y a una querida paisana que colaboraba con ellos: María Olmedo.
Doña
Adolfina había adquirido un año antes un terreno en el ejido El Placer, hoy colonia Progreso. Cuando la colonia se regulariza,
les dan un lote de 600 metros, ese mismo de la calle de Bernal Díaz del Castillo que ahora ostentaba el número 14.
Listo
como siempre, nuestro personaje toma como modelo una de las casas del fraccionamiento Las Anclas de Elbjorn y construye la
suya a imagen y semejanza.
Ni
siquiera necesitaban castillos; muro de piedra y techo de teja dieron a la casa, como a sus modelos, un toque típico colonial
que mostraba buen gusto y comodidad. Tres recámaras, un corredor, la cocina y su salita eran los componentes del flamante
palacio de los Trani.
Podrán haber dicho que era frágil, pero aún resiste el embate de los temblores, aunque tiene años que no es nuestra,
recuerda con agrado.
Poseedor
de esa rara mezcla de seriedad y responsabilidad con alegría y desparpajo, Antonio todavía se daba tiempo para la diversión.
Seguía asistiendo a los bailes y, como siempre, acompañado de su inseparable primo y mejor amigo Layo.
Años
después, con otros grupos de amigos, cuando aún se celebraba el carnaval en Acapulco, formaría parte de una comparsa que competía
en concurso. Al menos durante dos años, ocuparon el Primer Lugar. El primer triunfo fue disfrazados de personajes de los años
20’s; el segundo, de personajes del Circo.
Don
Manuel Muñúzuri, mientras tanto, no olvidaba la afrenta. Un buen dia, Antonio recibió una llamada del Señor Alfonso López
Vieyra, Gerente del Banco Nacional de México, ubicado entonces en la Casa Alzuyeta. El funcionario lo citó y el joven ferretero
asistió con curiosidad a la reunión.
-Oye
Toño, exclamó el banquero, parece que Don Manuel no te quiere.
-Por
qué dice Usted eso?
-Pues
porque me ha hablado diciendo que no te dé respaldo crediticio, pero tú sabes que cuando quieras yo te abro un crédito...
-Gracias,
pero no lo necesito ahorita. Trabajo muy bien con el crédito que me dan las casas comerciales con quienes trabajo.
Así
se dio cuenta de que Don Manuel lo malinformaba no sólo en los bancos, sino con las mismas casas comerciales con quienes tenía
relación. Sin embargo, el cumplimiento de Antonio demostró, mucho antes y sin saber, que las aseveraciones de Don Manuel sólo
estaban sustentadas en el resentimiento.
Con
todo, un tiempo después, por cosas del destino un negocio que estaba junto al de Antonio se incendió. Por suerte nada pasó
al suyo, fuera de algunas cosas mojadas por el agua lanzada para sofocar el fuego.
Al
día siguiente, sonó el teléfono. Antonio se sorprendió al saber que era Don Manuel, quien llamaba preguntando si no había
salido dañado y ofrecer su respaldo y apoyo en caso necesario.
Tras
agradecer su interés, al colgar el teléfono, el recuerdo hizo presa de Antonio. Se veía corriendo por las calles de Ometepec
para realizar algunos mandados encargados por Lolita, su prima. Ella era hermana de Alvaro, que llegara a ser un famoso ginecólogo
en Acapulco, y de Antonio Adelaido, Layo, el amigo del alma que uniera su vida a una mujer amorosa y caritativa: Deny Radilla,
los tres medio hermanos de José Angel, también médico de fama en el puerto, Minerva y Urania, hijos de Doña Ofelia casada
en segundas nupcias tras la viudez.
Era
una amistad nacida desde pequeños... y no sólo por ser familiares.
Esa
llamada de Manuel a Antonio fue la reconciliación para ambos, reavivándose la llama de la amistad, que creció eternamente
abarcando a su prima Lolita y sus hijos.
Cierta
noche, años atrás, el destino etiquetaba nuevamente su vida. Asistía a un baile con Layo, en el edificio Pintos, cuando vio
a dos jovencitas. Una de ellas llamó poderosamente su atención. Layo las vio y le dijo:
-Mira
Toño, esa muchacha me gusta para tí... sácala a bailar.
No
mucho tiempo después casarían por todas las de la ley.
Salí con él porque Layo lo empujó a sacarme cuenta ahora con cierta gracia
Doña Alicia, pero a mí el que me gustaba era su primo....!
Alicia
trabajaba en la tienda Caleta, de Doña Concha Hudson Batani, que vendía revistas americanas, ubicada a un lado de la Casa
Hudson en Ignacio de la Llave, ferretería propiedad de sus padres en donde se vendían anzuelos y toda clase de implementos
para la pesca. Cuándo se iba a imaginar Alicia que se casaría precisamente con un ferretero.
Diariamente,
Antonio pasaba por ella al trabajo para acompañarla a su casa, ubicada en lo que es ahora la Av. López Mateos.
Cinco
años duró el novizago interrumpido por temporadas en las que Antonio tenía otras relaciones pero todas efímeras, recuerda.
La
fortuna jamás viene sola. Poco antes de casarse, un vecino que vivía en la parte de atrás de la casa de Antonio fue a vivir
a otro lado y le vendió el terreno de trescientos metros que habitaba. Ya había forma de ampliar la vivienda familiar y tener
la propia integrada.
En
la planta baja levantó la vivienda para la familia, y en la parte alta construyó el departamento que compartiría con Alicia.
Tres
días antes de casarse, los amigos le organizaron una despedida de soltero. Le llevaron al Café Colonial, restaurante-bar de
moda, y comenzaron a tomar. Antonio, que no acostumbraba -ni acostumbra- la bebida, cuando llevaba cuatro o cinco copas cayó
como fardo. Los amigos, festejándolo, así, inconsciente, le anduvieron cargando por todas partes incluída la zona roja. Estando
ahí, de pronto se soltó una balacera y todos salieron huyendo dejando al desmayado Antonio encima de una mesa. Abel Salas,
muy amigo de Toño, esperó pacientemente junto con otros y, terminada la balacera, fue a recuperar el cuerpo del amigo.
Ya
amaneciendo, nuestro personaje despertó con un dolor de cabeza tremendo y quisieron llevarlo a su hogar. Le pidieron no hacer
ruido pues, para llegar a la casa, había un pequeño caminito como de unos veinte metros de la reja principal. Ya casi para
llegar, el propio Antonio empezó a gritar
-Ayyyy
mamacita.... ayyy mamacita....!
Su
madre, toda espantada, sale de inmediato para averiguar qué sucedía y los amigos le dicen:
-No
se apure... viene bien...
Pero
Antonio, con la cruda que se cargaba, repela:
-No...
no aguanto... me siento mal...
Cuentan
las malas lenguas que el mismo día de la boda Antonio todavía no se recuperaba de la aventura.
Llegado
el mes de mayo de 1953, el día catorce para ser precisos, la pareja contrajo matrimonio eclesiástico en la Iglesia de la Soledad.
Obviamente, y conforme a las costumbres de la época, la boda civil se realizó el día diez en la casa de Chimina de Batani,
hermana de Alicia, y el festejo en la propia casa de los Trani. Los muebles se hicieron a un lado, se acomodó todo para dar
cabida a los invitados, y la fiesta se realizó sin tropiezos.
Doña
Adolfina mandó a preparar un buen mole tipo Ometepec, arroz y otros platillos propios de la ocasión.
En
el patio, Antonio levantó una enramada en donde se colocaron varias mesas, y cien familiares, amigos e invitados, tanto de
su familia como de la de Alicia, brindaron gustosos por la felicidad de la nueva familia.
Dos
anécdotas brotan de ese día. La primera, es que Antonio que, como ya señalamos no acostumbraba la bebida y se había excedido
en la despedida de soltero, en el momento en que el Juez le preguntó si aceptaba a Alicia como esposa, se distrajo todavía
influenciado por la aciaga parranda. Tres veces tuvo el Juez que repetir la pregunta, y la tercera de no muy buen talante.
La
otra es que Alicia, por razones más del destino que de preferencia, contrató a Doña Antonia de la Peña como modista para confeccionarle
su traje de novia. Doña Antonia dejó correr el tiempo, y la víspera le alcanzó sin haber terminado el vestido. La noche anterior
a la boda, Alicia se tuvo que ir a dormir, acompañada de una amiga, a la casa de Doña Antonia para presionarle en terminar
con el ropaje. Con todo, la famosa señora no terminó y Alicia lució en su boda un hermoso vestido... prendido con alfileres!
La
pareja, cayendo la noche, tomó rumbo al aeropuerto y salió con destino a México, la ciudad de los Palacios.
Nuestro destino era Los Angeles, pero como mi visa no estaba en regla, tuvimos que esperar varios días, evoca orgulloso de esa luna de miel que, al mismo tiempo, sería su primer viaje fuera de México.
Nada
desperdiciado, Antonio se llevó a Alicia durante esos tres días a San José Purúa, el hermoso balneario ubicado en el Estado
de Michoacán. Del mismo hotel en que estaban hospedados salió el tour que les llevaría.
Solucionado
el problema de la visa, partieron a Los Angeles.
Las
relaciones entre Alicia y la familia de Antonio eran muy cordiales. La convivencia pues, era tranquila y llena de buenos ratos.
Para 1955 se casó una más de sus hermanas y, un año después, la otra.
La
pareja se bajó a vivir con sus padres y el departamento se lo rentó a un amigo, Eros Mazinni, esposo de Idolina Velez. Así
las cosas, en la pequeña casa ya no vivían más que ellos, sus padres y doña María Olmedo, originaria de Cuajinicuilapa que
había trabajado con la familia desde la casa de Lerdo de Tejada, y que consideraban de la familia pues tenía dos hijos de
David, producto de un juvenil romance.
El
negocio caminaba felizmente. Don Antonio ya tenía incluso su propio tenedor de libros.
Al
fondo del predio levantó dos bodegas para almacenar mercancía y dio un respiro más al área de servicio al cliente.
Rentó
la cortina de junto y más tarde la siguiente, ocupando la ferretería tres cortinas de frente, con unos ochocientos metros
cuadrados de espacio.
Su
cuñado Florentino Díaz, esposo de Adolfina, trabajó una época con él, pero más adelante compró un terreno en la calle de Hidalgo
y puso una farmacia que atiende ahora con su hijo.
Contaba
igualmente con el invaluable apoyo de su esposa Alicia, y algunos inolvidables empleados como Refugio Rojas Cuevas, el Zorro,
bodeguero que hacía el trabajo que Toño realizaba con Muñúzuri, y que ahora tiene su propia ferretería en Eduardo Mendoza,
en pleno centro del puerto y otra en Cuauhtémoc.
Cómo
olvidar a Luis Díaz Jiménez, contador de la Ferretería Casa Trani, que llevaba la contabilidad en una máquina de esas que
tenía más teclas y combinaciones que días tiene el año. Pero, a pesar de todo, en sus respectivos files con índice
alafabético y perfectamente ordenados, Don Luis tenía la información precisa y al momento que requiriese Don Antonio.
Ah...
porque en ese entonces había que estar pendientes del plazo para hacer los pagos! Pero no se piense que en su vencimiento,
sino en su propia correspondencia pues si bien algunos daban tres y seis meses para pagar, muchos daban un plazo indefinido
y era el propio Antonio el que debía estar pendiente de enviar algún dinero para mantener crédito y confianza.
Tiempo
después también debió contratar a un encargado o responsable de almacén, pues la cantidad de mercancía era tal que ameritaba
una profunda atención; sobre todo porque la máxima de Don Antonio era que el cliente encontrara de todo lo que buscara.
La
oficina en la que despachaba, tanto entonces como ahora, no pasaba de un modesto rincón del negocio en que había un pequeño
escritorio, pero ya incursionaba en el comercio organizado.
Invitado
por Don Policarpo Nava, pasó a formar parte como vocal de la mesa directiva de la Cámara Nacional de Comercio de Acapulco
en 1955. Un poco después alcanzaría el cargo de Tesorero.
Asistir
a la Cámara y esa inquietud siempre presente en él, fue una fórmula explosiva.
La
apatía que tienen -tenemos, dijo el otro- muchos mexicanos por actuar, participar, luchar, y tantas y tantas acciones que
terminan en ar, da pie a que se abandonen algunas responsabilidades. La Cámara de Comercio, aquí y en todas partes,
no es la excepción.
Así
las cosas, y sabedores de que Antonio Trani jamás le decía no a cualquier reto, abusaron de su bondad enviándole a
cuantos eventos y recepciones hubo. Esta acción, sin ellos saberlo, proyectaría a nuestro biografiado a niveles insospechados
para sus compañeros.
Su
eterna presencia, sobre todo en los eventos oficiales, le fue creando una imagen muy personal. Hizo muchas relaciones y la
gente le identificaba como el auténtico representante del comercio organizado.
En
1957, Antonio compró unos terrenos en la Avenida Insurgentes, del Fraccionamiento Hornos Insurgentes.
Sus
hermanas habían comprado un terreno de seiscientos metros y lo había dividido, así es que les tocaban sólo trescientos metros.
Una vez más, el gesto protector de la familia brotó en Antonio. Como sus dos terrenos estaba junto al de ellas y eran de seiscientos
metros cada uno, lo que daban mil doscientos metros, les cedió doscientos metros a cada una y se quedó con ochocientos.
En
poco tiempo estaban construidas las casas de los tres, cambiando su residencia de inmediato.
Eran
tantas las facilidades que daban para comprar los terrenos, y tan bajo el precio de estos, que Antonio adquirió algunos más,
incluyendo el de Cerro Azul, donde actualmente vive.
Con
el progreso, llegaron algunos inconvenientes. La intensa actividad del centro traía muchos posibles compradores, cierto, pero
ya la mayoría de ellos venían en auto y, por ahí, no había ya en dónde estacionarse, de tal suerte que el negocio comenzó
a estancarse un poco dado que surtía sólo a los viadantes que, por lo general, eran pequeños compradores. Los grandes compradores,
como ingenieros, constructores y similares, comenzaron a buscar mejores opciones.
Por
ese entonces se presentó la oportunidad de comprar un terreno que vendían en el centro, en la calle de Mina y Melchor Ocampo.
Tenía tres frentes: Mina, Ocampo y Cuauhtémoc. Entusiasmo tanto a Antonio la posibilidad de tener un terreno propio para el
negocio que incluso vendió su casa de Bernal Díaz del Castillo y otro de los terrenos que había adquirido para poder completar
la cantidad que pedían.
Ahí,
construyó un edificio de tres plantas con miras a cambiar la ferretería para allá. Sin embargo, analizando fríamente la situación,
se dio cuenta de que el problema sería el mismo: no habría dónde estacionarse.
En
1961, Don Antonio es electo Presidente de la Cámara de Comercio, cargo que ocupó nuevamente en el 62. Su paso por la presidencia
dejó muchos recuerdos amables. Una de sus más destacadas acciones fue incrementar la membresía, lo que hizo del organismo
una Cámara fuerte y de peso. Entre aquellos nuevos socios recuerda a Luis Torreblanca, Reynaldo Manzanares, el Lic. Israel
Nogueda Otero, y otros muchos más, que asistían a sus juntas en una arrumbada oficina del Edificio Mamper.
Pero
no todo era miel sobre hojuelas. Los conflictos también estaban a la orden del día, y había que atenderlos. Dos de los más
fuertes, recuerda, fueron los confrontados con dos instancias gubernamentales: la Comisión Federal de Electricidad, y la Secretaría
de Hacienda.
En
el primer caso, muchos agremiados se quejaban de los altas cobros en materia de electricidad -tal y como ahora sucede-; se
hicieron protestas y elevaron quejas, pero nada daba resultado. En determinado momento, les mandaron llamar de la ciudad de
México y allá fueron. Tal parece que los altos jefes reblandecieron su postura, pues a muchos de los quejosos se les recalificaron
sus consumos y todo tuvo un final más o menos feliz.
Con
la Secretaría de Hacienda fue otro cuento. Lolita decidió realizar una sorpresiva auditoría masiva a los comerciantes de Acapulco
y sus inspectores llegaron con las espadas desenvainadas. Diferencias, multas y recargos no se hicieron esperar, al grado
de que los comerciantes se espantaron. Sobre todo porque hubo negocios -recuerda esa época?- a los que las aplicaciones llegaban
hasta más allá del triple de su propio capital, siendo las sanciones una ejecución sumaria contra negociante y negocio.
La
intervención de Antonio y sus compañeros fue decidida. Apelaron con firmeza y lograron que, si bien los que estaban mal debían
pagar las diferencias, la mano dura de la ley se suavizara.
También
la naturaleza puso de su parte. El ciclón Tara azotó las costas del pacífico el 11 de noviembre de 1961, y la Costa Grande
fue la que más sufrió sus estragos. Los comerciantes organizaron una colecta de víveres, ropa y demás enseres necesarios,
que fueron enviados de inmediato en auxilio de los damnificados a nombre de la Cámara de Comercio de Acapulco.
Otro
de los aspectos que captó la atención de Antonio fue la apertura de nuevas representaciones camarales en las dos costas, zona
de influencia de la CANACO Acapulco.
La Cámara tenía peso, tenía otro valor. La sola amenaza de realizar un cierre de comercios en protesta por algo amedrentaba
al más pintado, recuerda.
Una
de las anécdotas que viven frescas en la mente de nuestro biografiado, y que refleja esto, es aquella cita que tuvieron los
representantes de la cámara con el gobernador Raymundo Abarca Alarcón. Cuando llegaron, fueron recibidos por el gobernante
con cajas destempladas. Ustedes los comerciantes, siempre armando alboroto y causando problemas, dijo alebrestado.
El Secretario General de Gobierno lo llamó aparte y le hizo ver que se trataba de representantes de la Cámara de Comercio
de Acapulco. El cambio fue absoluto. Manso como un corderito, el gobernador les atendió con deferencia y respeto.
Pero
no se crea que al cumplir sus dos periodos Antonio se retiró de la Cámara, no, por el contrario, los mismos asociados no quisieron
dejarle ir y aprovecharon su hiperactividad siete años más colocándole en diversos cargos. Catorce años dedicó Antonio Trani
al comercio organizado. Catorce años que se dicen pronto, pero que conllevan infinidad de responsabilidades, esfuerzos, decepciones,
triunfos y fracasos.
Otra
anecdota que recuerda con gracia es que, conforme a la costumbre, todo presidente de la Cámara era, al mismo tiempo, Tesorero
de la Junta de Mejoras Materiales, que presidía Don Manuel Pavón Bahaine llevando como su segundo a Juanito Caballero, por
lo que Antonio lo fue al igual que sus antecesores.
A
más de atender la ferretería y la presidencia de la Cámara, diariamente debía presentarse en sus oficinas de la Junta... sólo
para firmar!
Era otra chambita que no me dejaba nada y sí me quitaba tiempo. Llegaba y me tenían una pila de documentos que debía
yo de firmar. Oigan, les decía, pero yo no sé ni lo que estoy firmando... y nada más se reían. Me pasaba hasta una hora firmando!
Por
esta labor Antonio no recibía remuneración alguna, aunque quienes le siguieron bien que se encargaron de reclamar un pago
que fue autorizado con cargo al erario.
En
otra ocasión, siendo a la sazón abogado general de la Cámara el famoso Roberto Palazuelos, El Tigre, en cuyo auto salieron
para Chilpancingo, capital del Estado y sede del Palacio de Gobierno a atender asuntos relacionados con su gremio. Viajaban
el propio Lic. Palazuelos, su hijo Roberto, Don Juan Muller, en ese entonces presidente de la Cámara, y don Antonio Trani.
El afamado Tigre se tomó unas copitas de más -costumbre cotidiana muy suya, parte de su fama- y al regreso manejó su hijo
Roberto.
Antonio
recuerda el sufrimiento de Don Juan Muller que, espantado ante el constante acoso del achispado abogado sobre su hijo para
que rebasara a los demás autos, en la entonces angostísima carretera de dos vías, sólo atinaba a exclamar No Roberto...
no Roberto! cantaleta que no abandonó en todo el camino.
Una
opinión de Antonio dejó toda una tradición en el puerto. Con todo y que ya se había realizado la Reseña Cinematográfica varios
años, un día se presentó ante él en la Cámara de Comercio una ejecutiva de dicho evento. Le solicitaba algunas sugerencias
sobre eventos paralelos que pudiesen realizarse en las fechas en que la Reseña se presentaba.
Antonio,
siempre amante de lo nuestro, le habló de los juegos pirotécnicos y la maestría con que los artesanos del ramo trabajan en
Guerrero.
Ese
año se presentó, desde el centro de la bahía y a la altura de la Catedral, montada en una balsa de tablas colocadas sobre
tambos vacíos de 200 litros, la primera exhibición pirotécnica... a la que seguirían muchas otras y con variados motivos.
Las
exhibiciones primeras fueron en realidad concursos en los que se invitaba a participar a otras entidades. Yo tuve que ir
a Tlaquepaque y otros lugares para invitar a los participantes. Se les daban diez mil pesos a cada uno para que se organizaran
con lo mejor. Al ganador se le daba un premio adicional. El primer concurso lo ganó un grupo de Taxco.
Regresando
a 1961, vemos a Don Mariano Alonso, un español buena persona, que llegó un día a las oficinas de Antonio y, en su calidad
de Presidente del Consejo de Bancomer, acompañado del Director de la institución en aquella época, el Sr. Carlos Anaya, para
invitarle a pertenecer al Consejo, del cual ya formaban parte Pepe Bustamante, Maximiliano San Pedro, Don Roberto Nogueda,
Don Justino Mendoza, Don Rafael Añorve, y Don Simón Alvarez, entre otros.
Es
obvio que aceptó participar en tan importante encomienda. El mismo día en que dieron posesión a Antonio como Consejero, se
la dieron también a Roberto Rojas y Santiago Navarrete, dos jóvenes nacidos el mismo año que él. Los tres, formaban una nueva
bancada de consejeros jóvenes en la institución.
En
esos años, los clientes no eran todavía unos simples números, eran gente de carne y hueso que importaba a la institución y
a quienes se les tomaba en cuenta; de ahí que se buscara que los Consejeros fuesen cuentahabientes destacados de la misma
comunidad, conocedores de su medio y entorno.
Así,
cuando se reunía el Consejo, se ponía a consideración -entre otras cosas- las solicitudes de crédito presentadas por los aspirantes
porteños. La opinión de cualquiera de los consejeros era escuchada. Si había alguna indicación que llevara a negar el crédito,
se investigaba y, finalmente, se actuaba conforme a lo que conducía.
Antonio
se mantuvo como consejero hasta el año de 1994 en que Bancomer perdió su identidad al fusionarse con el Banco Bilbao Vizcaya.
Recuerdo que a los Consejeros nos daban una moneda de oro de a veinte, luego fue de a diez... y más tarde era dinero
en efectivo porque el oro costaba caro, evoca riéndose.
Su
relación con Don Manuel Espinosa Yglesias fue cordial. Dos veces le invitó a México. La primera, a un aniversario del banco
que, en ese entonces sólo se llamaba Banco de Comercio y que se celebró en su propia residencia con una cena. La segunda,
a la inauguración de las oficinas centrales y la sucursal Av. Universidad, en donde se construyera el magno edificio que luce,
hasta la fecha, impecable.
Don
Carlos Anaya, al tiempo, fue nombrado Jefe del Departamento de Tarjetas de Crédito en las oficinas centrales en México D.F.
Poco después, se retiró.
En
1965, Antonio sufría un golpe sentimental fuerte: la pérdida de su señor padre; relatarlo trajo a su mente las relaciones
que había tenido con su familia.
-Tuve muy buenas relaciones con mis tíos y tías. Al grado de que mi tía Rosa y mi tío Constantino, al que le decían
Tante de cariño, y que era el consejero del pueblo, pues era un hombre preparado, fueron padrinos de mi hermano Rafael el
mayor, de mi hermano David, de mi hermana Eloína, míos y de mi hermana María.
Tengo muy grabada también la imagen de la tía abuela Mercedes, hermana de mi abuelo Adolfo, que me regaló un libro
de su autoría que contiene poesía y narraciones, en el que se hace la única mención a un posible parentesco del abuelo con
Emiliano Zapata. En una parte de ese libro, Doña Mercedes decía que cómo era posible que fueran a llegar los zapatistas a
atacar a los parientes de Emiliano que vivían en ese pueblo.
Si yo le enseño una foto de mi abuelo, puede jurar estar viendo a Don Emiliano. No hay pruebas del parentesco. Las
tías quisieron investigar, pero no sacaron nada en claro. Sin embargo, hay que recordar que el abuelo anduvo por los rumbos
de Morelos y, sabiendo como era...
Un salto político casual
En
1968, siendo Presidente de la Cámara de Comercio otro de los personajes inolvidables de Acapulco, Don Pedro Kuri Yazbek, Antonio
recibió un llamado telefónico suyo para informarle que a la iniciativa privada se le daría una regiduría y, por ende, necesitaban
que se presentara una terna de candidatos por parte de la Cámara de la Industria de la Transformación, de los Hoteleros, y
de la Cámara de Comercio.
-Y
te voy a poner a ti, señaló Don Pedro casi vaticinando lo que se avecinaba.
-No,
pero por qué a mi? Mejor pon a otro... a Chito Avila... o a otro..
-También
lo voy a poner a él...
-Bueno...
pues ponme... al fin que yo sé que no voy a ser regidor... contestó finalmente Antonio.
Era
Presidente Municipal de Acapulco el Dr. Martín Heredia Merckley -recientemente fallecido- y todavía la época en que la aplanadora
priísta no veía enemigo al frente, así que la invitación era, a más de una orden, una seguridad de elección. El candidato
tricolor a la presidencia era, único y seguro triunfador, el Lic. Israel Nogueda Otero.
Cuenta
la historia que el Síndico de esa administración municipal por terminar fue el famoso Rey Lopitos.
Despreocupado
de la política, renglón que jamás le había llamado la atención, Antonio se fue a darle la vuelta al mundo en un viaje que
ya comentaremos y al que fue junto con otros 2 matrimonios acapulqueños.
Durante
el viaje las noticias más relevantes sobre México fueron los excecrables sucesos sobre Tlatelolco. A su regreso, ese mismo
mes de octubre del 68, recibió la noticia local más destacada para él: sería candidato a regidor del ayuntamiento porteño
para el período 1969-1971.
Todavía
quizo rechazar el nombramiento y argumentaba:
-Pero
si yo nada sé de política!
-Pues
lo sentimos mucho, decían sus amigos, pero tú vas a ser nuestro Regidor!
Al
día siguiente, quien le llamó directamente fue el Lic. Israel Nogueda Otero, con quien le unía una profunda amistad surgida
años atrás, cuando prácticamente él fuera quien le metiera a la Cámara de Comercio, desde donde saltaría a la política, trampolín
que se volvió costumbre usar en los años venideros.
-Te
eligieron, vas a ser nuestro Regidor de Industria y Comercio en la planilla que yo encabezo. Así es que... adelante...
-No
puedo... no sé nada de política... ni puedo perder el tiempo en mítines y cosas de esas...
Pero,
quizá, una de las pocas cosas que Antonio no aprendió jamás, fue a decir no!. Así es que, nuestro responsable y dedicado
comerciante ferretero se vio arrastrado a reuniones, programas y mítines como si le hubiesen arrojado al centro de un torbellino.
El
caso es que, ya a las puertas de las elecciones, le dieron a escoger la zona que ayudaría a vigilar durante el proceso electoral
e, inocente, creyendo que lo más fácil era el centro de Acapulco, escogió esa zona. Naturalmente, le tocó padecer la abulia
y la indolencia de sus congéneres que, irresponsables, a las diez de la mañana no había montado muchas de las casillas electorales.
También
en ese rubro Antonio demostró su actividad, responsabilidad y empeño: logró que se instalaran todas y cada una de las casillas
de su zona.
Como
se esperaba y estaba programado, el triunfo priísta no se hizo esperar y Antonio fue, finalmente y contra su voluntad, Regidor
de Industria y Comercio del H. Ayuntamiento del Municipio de Acapulco para el trienio 1969-1971
Así
quedó integrado el Ayuntamiento Municipal de Acapulco: Presidente Municipal.- Lic. Israel Nogueda Otero; Síndico Procurador.-
Rogelio de la O Almazán; Regidor de Policía y Cárceles.- Fernando Mendoza Lluck; Regidor de Alumbrado y Ornato.- Jesús Hernández
García; Regidora de Educación.- Profra. Ma. Eugenia Montufar Serrano; Regidor de Salubridad y Aguas.- Bautista Lobato Serna;
Regidor de Industria y Comercio.- Antonio Trani Zapata; Regidor de Turismo y Espectáculos.- Darío Estevez Leyva; Regidor de
Obras Públicas.- Evaristo Sotelo Brito.
Acapulco
contaba apenas con 320 mil habitantes, o al menos así lo anunciaba un pomposo letrero que estaba a la entrada del puerto.
No había una sola colonia en La Cima, apenas llegaba a la 20 de noviembre, y las que existían no estaban tan pobladas. El
Veladero no tenía invasión alguna, o cuando menos masiva y notoria. Ya se había fundado la Morelos, pero no hasta arriba.
Encarga
el negocio a su cuñado José Avellaneda Jackson, esposo de Adela.
La
amistad con Nogueda Otero permitió que éste le cargara un poquito la mano, a más de sus obligaciones como Regidor. Si bien
habían ya algunos incipientes mercadillos diseminados en el puerto, era el Mercado Central el más importante y, por ende,
el más conflictivo. Ya hacían sus gracias por ahí líderes como Eloy Polanco, y otros que no trascendieron a la historia. Pues
de ahí, precisamente de ahí, Antonio fue nombrado Administrador.
“Ni
te apures, le dijo el Presidente municipal, vas un rato por la mañana para ver qué se ofrece y te regresas...” Para
aliviar un poco la labor de Antonio, Nogueda Otero nombró a Andrés González Otero, un pariente suyo, como Sub-administrador...
y listo!
Pero
no tardaron en surgir los problemas. El pariente del presidente quiso ejercer la mano dura y algo más, lo que motivó la molestia
de los comerciantes que, ni tardos ni perezosos, llevaban su queja a Antonio, exigiendo su intervención como Administrador
General.
En
un principio, el flamante nuevo Regidor citó a reuniones, confrontó quejas y concilió intereses, dando la razón a quien en
justicia la merecía. Y así lo ilustra uno de los casos primeros tratados.
Un día llegó una señora muy pobre, llorando, y me dio la queja de que Andrés le había tirado el agua que vendía y roto
su vitriolero en que la exponía.
-Es todo lo que tengo, dijo desesperada, de ahí vivo y mantengo a mis hijos...
Mandé llamar a Andrés y me dijo:
-Es que esta vieja estaba vendiendo en la vía pública y bien sabe que está prohibido...
-Bueno, pero eso no es como para que le rompas su vitriolero.... a ver señora... cuánto cuesta su vitriolero?
Ya me dijo cuánto y le dí de mi propia bolsa para que lo repusiera, recomendándole que se pusiera en otro lugar...
en un lugar autorizado...
Seguido
le hacían sus alborotos a González Otero, Antonio se la pasaba calmando los ánimos, y aún dándose tiempo para auxiliar a sus
compañeros de Cámara, pues en materia de licencias intervenía ante el Tesorero para hacerle ver a quiénes calificaban con
exceso y a quiénes no, dado que prácticamente conocía a todos y sus estatus comerciales.
Pero
quizá el mayor problema que enfrentó en su calidad de Regidor de Industria y Comercio, y Administrador del Mercado Central,
fue la reubicación de los comerciantes que se negaban a salir del Parazal.
Los
últimos meses de la administración municipal anterior, encabezada por el Dr. Martín Heredia Merckley, se inauguraron las nuevas
instalaciones del Mercado Central ubicadas en donde ahora usted las conoce. La mayor parte de los locatarios se trasladaron
a ellas sin mayor reparo, pero hubo muchos -como siempre- que, respondiendo a diversos intereses, se negaban a desocupar el
viejo mercado. Eran unos cincuenta aproximadamente, pero la administración de Martín Heredia no los pudo sacar y, lógicamente,
heredó el asunto al nuevo ayuntamiento.
Antonio
recibió la comisión del Lic. Nogueda de atender el problema. Lo primero que hizo fue investigar si tenían local en el nuevo
mercado. No fue sorpresa encontrar que todos, sin excepción alguna, tenían un local en las nuevas instalaciones que ya ocupaba
algun familiar, con lo que estaban en realidad dobleteando fortuna.
En
la reunión con los líderes, a la que asistieron Eloy Polanco, Victoria Rosales y otros menores, se dilucidó el abuso de aquellos
locatarios y, por ende, los líderes reconocieron la inválida necedad de quedarse en sus viejos lugares, en los que incluso
vivían ya, aceptando su desalojo inmediato.
El
ayuntamiento porteño organizó una especie de redada nocturna y, antes de que cantara el gallo, con el apoyo de la Zona Militar
y de la Policía, sacaron mercancías, enseres, y hasta colchones, cargados en un montón de camiones para que, pasadas las doce
de la noche, el Parazal quedara cercado con una alambrada colocada por las autoridades municipales.
Meses
después, ya bajo la administración del Lic. Israel Hernández Ramos, se inauguraba el moderno Mercado de Artesanías y los jardines
que le circundan, convirtiendo la zona que, en las juventudes de Antonio fuera laguna y en sus postrimerías Mercado, en uno
de los más gratos paseos turísticos de Acapulco.
Sus
antecedente, y demostraciones ya dentro de la administración pública, le fueron ganando a Antonio fama de conciliador y justo.
Una fama ambivalente y peligrosa pues en política ni se puede ser justo ni se puede ser parejo. Con todo, y cuando Rogelio
de la O Almazán renunció al cargo de Síndico para lanzarse por una diputación federal a principios del 70, los ojos de sus
colegas del cuerpo edilicio se voltearon a él.
Un
domingo, cuando descansaba plácidamente con su familia, recibió una llamada telefónica.
-Por
instrucciones del Lic. Israel Nogueda Otero, deberá presentarse de inmediato en su casa pues hay una junta muy importante
en la que participan todos los regidores.
-Oiga...
pero es domingo! protesto tímidamente.
-No
importa... debe venir pues ya los demás están reunidos en su casa de la Colonia Vista Alegre...
Me extrañó que, a más de que me llamaran en domingo y sin previo aviso, me dijeran
que ya los demás estaban presentes...
Cuando
Antonio llegó a la casa, el propio Lic. Nogueda Otero le comunicó la nueva:
-Mira,
te llamamos porque hemos decidido, de común acuerdo, que seas tú el que ocupe el cargo de Síndico Municipal que deja vacante
Rogelio de la O. La decisión fue unánime...
-Oye...
pero eso me va a quitar más tiempo... ya el ayuntamiento, el ser regidor me quita mucho tiempo... yo debo atender mis negocios...
-Pues
ni modo... te decía que la decisión fue unánime... además, a tí te sigue la gente... te quieren...
Y
Antonio no pudo decir no! de nuevo...
El
ayuntamiento estaba ubicado entonces en el ahora edificio de la Capama, por lo que las oficinas no pasaban de ser pequeños
cubículos. Sin embargo, la del Síndico contaba con una secretaria en la parte de afuera que regulaba, o al menos lo intentaba,
el flujo de ciudadanos que acudían en busca de audiencia.
El
primer día que Antonio despachó como Síndico, al recibir a dos representantes de una comunidad rural, se puso de pie y extendió
la mano para saludarles; uno de los señores, al estrechar la mano del funcionario, depositó un billete de cincuenta pesos
en ella. Antonio, sorprendido, dejó caer el billete sobre el escritorio y exigió una explicación.
-Es
para tí... tómalo! dijo confianzudo el dirigente rural.
-No!...
de ninguna manera! Está usted muy equivocado... Hágame el favor de recoger su dinero... que yo no le cobro nada por atenderle.
Puede traerme el problema que quiera... si puedo se lo resuelvo, y si no, le diré que no puedo, pero no le cobro un solo centavo...
Lo
pequeño de las oficinas y la costumbre que tenía Antonio de tener la puerta de la suya siempre abierta, hizo que se escuchara
el incidente, regándose la voz de que con ese Síndico... no hay tu tía...! Cabe recordarse aquí que cincuenta pesos,
en esos días, era una cantidad ya respetable.
Así,
como caído del cielo, como quien no quiere la cosa, en menos de dos años Antonio llegaba a los más altos niveles de su comunidad,
en un salto político casual... y al que todavía le faltaba un buen trecho por recorrer.
En
su cargo como Síndico, y más cuando por las ausencias del Lic. Nogueda Otero, Antonio actuaba y despachaba como Presidente
Municipal, su contacto con la gente fue creciendo a la par de su fama de recto y honesto, creciendo en dimensión porque como
comerciante ya la tenía, y bien ganada.
Líderes
de todos los tamaños llegaron a su oficina. Todos y cada uno tuvieron su respuesta. Empresarios, políticos, diputados y senadores
establecieron contacto, en algún momento, con Antonio. Su actitud respetuosa les ganó la gana y, a poco tiempo, el destino
da un nuevo giro a la vida de Antonio.
Una
mañana, a principios de 1971, la noticia recorre todos los rincones del Estado: el profesor Caritino Maldonado Pérez, gobernador
de la entidad, murió en un accidente de aviación. La efervescencia política no se hace esperar. Mientras los deudos rezan
y los ciudadanos se preguntan qué pasó, la administración gubernamental se acelera para cubrir la vacante y evitar el desconcierto
o el caos político y social.
Se
respetan los actos luctuosos y la clase política acompaña al gobernante caído hasta su sepelio, mientras mil engranes se mueven
local y nacionalmente. Al mismo tiempo que el ataúd baja a la fosa, la respuesta corre de boca en boca.
El
Lic. Israel Nogueda Otero es llamado por el Congreso del Estado para ocupar el cargo de Gobernador Interino, dejando a su
vez acéfala la Presidencia Municipal de Acapulco.
La noche del sepelio, nos reunieron a todos y el Lic. Nogueda Otero nos dijo:
-Tengo el honor de participarles que me han nombrado Gobernador Interino del Estado... y al señor Antonio Trani Presidente
Municipal Interino de Acapulco...
Yo protesté de inmediato.
-A mí no me consultan nunca para darme puestos... yo no quiero ser presidente municipal porque sé que la hacienda del
municipio está quebrada...
Para esas fechas, faltaban ya unos cuantos meses para que terminara la administración, y las entradas municipales por
cobros como el predial , licencias y otros ya habían sido cobradas y hasta erogadas...
La
negativa de Antonio Trani motivó el enojo del Lic. Nogueda que ordena:
-Bueno,
si no quieres, entonces váyanse todos a algún lugar, y pónganse de acuerdo para ver quién es el Presidente Municipal y el
Síndico... yo ya cumplí y si ustedes no quieren, es cosa suya...
Todavía
en Chilpancingo, el cuerpo edilicio acapulqueño se fue a un restaurante que estaba arriba de la única gasolinera que existía
allá, por la carretera, y comenzaron a deliberar.
El
Dr. Virgilio Gómez Moharro, que ocupaba la cartera de Regidor, pero que en realidad casi no asistía a ejercerla debido a su
profesión, es propuesto por Antonio para ocupar el cargo de presidente municipal, aclarando que si querían, él seguía siendo
síndico... si querían... y si no, que ellos mismos dijeran qué hacer.
Todos
se quedaron callados. Algunos hicieron señalamientos débiles o confusos. Total, no hubo acuerdo alguno. Así, sin definir nada,
se regresaron a Acapulco como a las ocho de la noche.
Al
día siguiente, Antonio recibió una nueva llamada telefónica citándolo a las ocho de la mañana en el ayuntamiento a una reunión
urgente de los regidores. Cuando llegó a las oficinas, el Dr. Virgilio Gómez Moharro se encontraba esperando y, dentro, los
regidores restantes ya estaban reunidos. Uno de ellos salió y le dijo a Antonio que se esperara ahí, que estaban discutiendo
lo de la presidencia municipal pues no estaban de acuerdo con lo platicado la noche anterior.
Mientras
los regidores discutían, Antonio le dijo al Dr. Gómez Moharro:
-Mira,
esto se está haciendo un lío y, en un rato más debemos salir a la ceremonia de José Azueta, cuya estatua está aquí enfrente;
vamos haciendo un pacto: si te nombran a tí... acepta! Si me nombran a mí... acepto! para que ya queden las cosas en paz...
Virgilio
estuvo de acuerdo con la propuesta de Antonio y, placidamente, esperaron a que sus compañeros de cuerpo edilicio salieran.
Media
hora más tarde, las puertas se abrieron. La decisión tomada era la siguiente: Seis regidores votaron por Antonio; uno sólo,
Evaristo Sotelo Brito, por Virgilio.
-Así
es que tú eres el Presidente Municipal... y ya no te puedes hacer atrás... le dijeron.
Virgilio
lo felicitó y le confió:
-Me
hubiera rajado de todas formas... yo busco un periodo completo... constitucional...
Y
Antonio le contestó:
-Ire
por el cachito que queda... al fin que a mí no me interesa la política... lo hago por Acapulco...
Un
poco rato después, ese 1971, ante la ciudadanía reunida en la pequeña plazoleta en donde se ubica el busto del cadete José
Azueta, martir en Veracruz de la invasión norteamericana, cuya acción se conmemora el 21 de abril, el cuerpo edilicio del
municipio de Acapulco hacía acto de presencia para honrar al héroe. Al frente de las autoridades de la comuna iba su nuevo
y flamante Presidente Municipal: Don Antonio Trani Zapata.
Queriendo y no
queriendo...
Ser
un hombre honesto, recto, responsable, y al mismo tiempo Presidente Municipal en un sistema como el que campeaba en nuestra
política nacional, y más aún de la ciudad y puerto de Acapulco, era un reto del tamaño del mundo. Serlo por tan sólo nueve
meses, dejaba dos caminos: hacerse tarugo y dejar que el tiempo pasara sin más compromiso que firmar lo firmable, o enfrentarse
a su responsabilidad e intentar alcanzar lo más en esos nueve meses. Antonio se decidió por lo segundo...
Con
todo, nuestro personaje considera haber tenido un ayuntamiento muy tranquilo. La amistad tan grande que tenía con quien dejara
vacante su puesto y ahora regía los destinos de Guerrero, el Lic. Israel Nogueda Otero, que no le vio como enemigo político
pues Antonio jamás trató de sobresalir y de llamar la atención, de opacarlo o desobedecerlo, recibió una relación cordial
y afectiva que le permitió continuar con los proyectos en proceso e incluso aplicar algunos propios.
Quizá
su primér encuentro con una realidad que abarcaba a la entidad, políticamente hablando, fue el mismo primer día de su mandato.
Al llegar al despacho, encontró una carta de la Secretaría de Hacienda dirigida a Israel Nogueda Otero pero como presidente
municipal. Meses antes, el cabildo acapulqueño había solicitado a dicha dependencia un préstamo por seis millones de pesos
que aliviarían un poco la raquítica economía porteña. Sabiendo que se trataba de un asunto meramente de la presidencia municipal,
que él ahora ocupaba, Antonio abrió la carta para conocer su contenido.
La
Secretaría de Hacienda aprobaba la petición y ponía a disposición del ayuntamiento de Acapulco la cantidad de seis millones
de pesos.
Antonio,
al que precisamente la situación económica de la administración municipal era lo que preocupaba, se alegró profundamente.
De
inmediato le comunicó telefónicamente al Lic. Nogueda Otero la feliz noticia.
Sin
embargo, el gobernador le instó a que no aceptara el préstamo puesto que el gobierno del Estado estaba solicitando uno pero
por una cantidad mucho mayor, de donde le enviaría una buena parte a la administración porteña.
La
decisión cayó como un balde de agua fría en Antonio, y es que era realmente de preocuparse. Los mayores ingresos que un ayuntamiento
tiene, como el pago del impuesto predial, los permisos y licencias, etc. se habían cobrado desde principios del año e incluso
gastado hasta el último centavo en las obras y proyectos aprobados. Así es que, enfrentar esos nueves meses restantes iba
a estar en chino.
Pero
Antonio no es de los que se arredran. Durante ese tiempo se inauguraron varios hoteles grandes, de primer orden, como el Condesa
del Mar, el Princess, y otros más a los que se les otorgaba un permiso de ocupación y, con ese permiso, les pedían una cooperación
que los hoteleros daban con gusto.
El
encontraría los medios para suplir las deficiencias económicas, no en balde era un empresario próspero confirmado.
Aunque
se fijó varios objetivos, quizá el mayor, el de más importancia, fue concluir la obra del nuevo Palacio Municipal. Debemos
recordar que, en ese entonces, las oficinas municipales se encontraban en lo que ahora es Capama, la Comisión de Agua Potable
y Alcantarillado del Municipio de Acapulco, y que las instalaciones del nuevo palacio eran construidas en pleno centro. Por
cosas del tiempo, ese ansiado palacio ahora lo conocemos como el viejo palacio municipal.
El
Palacio Municipal estaba en obra negra, faltaban los acabados y el amueblado, aparentemente poco, pero siendo lo faltante
lo que más inversión requería.
Tomó
el teléfono, y llamó decidido a Nogueda Otero.
-Mira,
si me ayudas, termino con el nuevo Palacio Municipal.... es poco lo que falta, dijo firmemente.
El
gobernador debe de haber abierto los ojos de asombro. La costumbre política de la época -y a lo largo de setenta años- fue
que el que llegara no terminara las obras empezadas por su antecesor, sino aplicara sus propios proyectos. Una costumbre que
le costó a México miles de millones de pesos en pérdidas, atraso, fracturas en el bienestar social y mil cosas más. Por eso
mismo, sin más ni más, Israel Nogueda Otero, satisfecho con su amigo y colega, dio su aprobación y apoyo.
-Claro
que sí Toño, yo te respaldo. Adelante!
Otro
de los grandes retos a los que tuvo que enfrentarse Antonio Trani como Presidente Municipal, fue el de los maestros. Los mentores,
en ese entonces, dependían económicamente del ayuntamiento, de tal suerte que la carga presupuestal era más que grande, gigante.
Sin embargo, como otros conflictos, fue superado.
Un
problema más a enfrentar era la división que existía entre los trabajadores del Rastro. Un día, el Secretario General de Gobierno, el Lic. Israel Hernández Ramos, que al año siguiente sería el Presidente
Municipal en turno, le avisa que venía una comisión en camino y le aconseja que no les fuera a recibir. Antonio se cuestionó
el porqué no. El atendía la administración pública sin visos políticos, así es que preguntó al Secretario por qué no habría
de recibirles.
-No
te conviene, son puros problemas y políticamente...
-No...
no... no... cuando llegue esa gente me los pasas, o le doy órdenes a mi secretario particular, el Lic. Nelson Bello Solís,
para que los haga llegar a mi oficina. No tengo porque no hablar con ellos.
-Pero...
-Tú
obedéceme, por favor...
De
mala gana, seguramente, el Secretario de Gobierno hizo pasar a los integrantes de la comisión en cuanto llegaron. Eran cerca
de treinta personas.
-A
ver, dijo Antonio, expónganme sus problemas... aquí las cosas las vamos a resolver conforme a la razón. Yo no les voy
a engañar. Si se les puede conceder lo que piden, se les concede, si no... no! Pero en lo que podamos ayudarles y esté en
nuestras manos, les aseguro que sí lo vamos a hacer. Yo no quiero más pleitos y hasta aquí se acabó la división...
Era
la forma de actuar de Antonio, y agradó a los quejosos que, tras encontrar respuesta a lo que se podía, salieron contentos
y unidos.
Así,
algunos líderes también llegaban por su cuenta en busca de prevendas y canongías. Algunas se concedían, otras no.
Victoria
Rosales, una lideresa muy simpática, que usaba un rebocito y por eso le llamábamos la del rebocito, una mujer de pueblo
pero líder natural, llegó en una ocasión a pedirle al Señor Presidente Municipal algo que Antonio no podía -o no debía- conceder.
Varias veces insistió ante el edil, hasta que desembocó en esta charla:
-No...
eso no es posible, le contestó el primer edil, y si sigues molestando te voy a castigar...
-Pero
Señor Presidente, usted siempre me concede lo que le pido... siempre ha sido muy buena persona conmigo...
-Pues
sí, pero esto no te lo puedo conceder... así es que... para fuera...!
-Caray
Señor Presidente, yo no pensé que tuviera ese carácter... !
-Y
lo voy a tener peor... para fuera!
Al día siguiente volvió, pero dí instrucciones de que no la pasaran. La tuve sentada todo el día... y no la pasé...
al otro día volvió y, ya como por la tarde, ordené que pasara.
-Oiga
Señor Presidente, dijo muy mansita, yo no creí que fuera usted así, tan duro...
-Soy
duro cuando debo serlo... tú me estás pidiendo una cosa que no debe ser, y eso no se hace. Así es que, si estás de acuerdo
con la forma en que te estoy concediendo las cosas, perfecto, si no...
La
lideresa pedía más espacios en los mercados y en las afueras de estos. Ya había algunas invasiones y querían que Antonio les
diera los permisos, pero se mantuvo firme. Ojalá y muchas autoridades que le siguieron hubiesen sido igual de firmes, Acapulco
no tendría el grave problema de ambulantaje que sufre actualmente.
Más
adelante, cuando se inauguró el Mercado de La Progreso, otra obra más continuada y culminada en su administración, pudo acomodar
en él a algunas de las gentes que la del rebocito quería amparar, y haciéndolo dentro de los cauces legales.
Una
costumbre que viene de aquellos días es la instalación provisional de los puestos de Navidad y Año Nuevo en el área de estacionamiento
del Mercado Central, que Antonio autorizaba a líderes de ese centro de abastos, como Eloy Polanco, con la condición de que
al pasar las festividades todo volviera a la normalidad. Y, así se hacía.
Un
puesto de la naturaleza de la Presidencia Municipal de Acapulco deslumbra a muchos. Sobre todo a quien de lejos ve los toros.
Así las cosas, mucha gente llegaba de la capital del país -periodistas, políticos, funcionarios y publicistas- a ofrecerle
a Antonio planes y programas de publicidad que le llevarían a alturas insospechadas en la política nacional, sobre todo ahora
que ya tenía esa sensacional plataforma que era la Presidencia Municipal del puerto más hermoso del mundo.
A
todos, sin excepción, Antonio les mandó con cajas destempladas.
-Yo
estoy aquí por una mera casualidad, porque no tuve otro remedio, y sólo estoy cumpliendo con mi deber, decía, pero no pienso
seguir en la política un sólo día después de que entregue mi responsabilidad cumplida...!
Esa
expresión, presuntuosa en un político en funciones para esos años, fue motivo de comentarios dentro y fuera de la prensa y
los corrillos políticos.
-Ja...
deja que pruebe las mieles... decían unos en el café.
-A
quién quiere burlar? comentaban en las columnas periodísticas.
Sin
embargo, el tiempo se encargó de concederle la razón.
La
vida turística de Acapulco había venido ya un poco a menos. La época de oro de los cuarentas, cincuentas y parte de los sesentas
había pasado. El Jet Set internacional se había retirado en buen medida. Con todo, el turismo internacional aún se daba. Los
canadienses descubrían un rincón tibio en el mundo y se cobijaban durante cuatro meses alejados del inclemente clima de su
tierra.
La
construcción de nuevos hoteles de cinco estrellas y de Gran Turismo entendían de que podía darse nueva vida al esplendor acapulqueño,
sobre todo tomando en cuenta las nuevas rutas aéreas implantadas que incluían a Acapulco como destino.
Ya
decíamos que a nuestro personaje le tocaría inaugurar varios de ellos. Pero Antonio tiene su propio modo de hacer las cosas.
Involucrado en el patronato de la Cruz Roja desde siempre, recibió un día a sus compañeros para solicitarle su apoyo. La plática
surgió de pronto en torno a la inauguración del Princess... y Antonio logró que la administración del lujoso hotel concediese
una inauguración para la gente de Acapulco con hospedaje por dos noches, con un costo de mil pesos, y cuyos beneficios fueron
entregados a la Cruz Roja de Acapulco.
Una
de las tareas propias del Presidente Municipal era firmar todas las actas del Registro Civil; esto incluía de nacimiento,
matrimonios y defunciones a más de las extras como reconocimiento de hijos y otras gracias afines.
Pero
no era sólo eso... en su calidad de Presidente Municipal debió presidir y realizar bodas. Y tenía que leerles la famosa
Epístola de Melchor Ocampo, como era antes, porque ahora ya modificaron todo. Era dura, pero muy provechosa como consejo para
las nuevas parejas.
Los
vendedores de joyería de oro, que tradicionalmente han estado asentados precisamente frente a la Ferretería Casa Trani, en
la Avenida 5 de Mayo, tienen que pagar su licencia municipal año con año. Habiendo ascendido Antonio a la presidencia, a algunos
les dio gusto. En una de sus juntas, en la que se buscaba pagar lo menos posible, alguién señaló:
-Bueno...
y para qué vamos a ir a ver al Tesorero, si tenemos aquí mero enfrente a Don Antonio que es el Presidente Municipal...
-Sí,
contestó otro, pero ese señor no le entra a la movida... es muy recto... y no nos conviene...
No
faltó quien recordara la anécdota durante la investigación de esta biografía, y la asentamos porque resume, en pocas palabras,
el concepto que tenía el pueblo de la forma de actuar, la rectitud moral de nuestro personaje.
Una
confirmación más fue la siguiente: Durante la construcción del nuevo Palacio Municipal, se puso a concurso la licitud para
instalar los aires acondicionados y la cristalería.
El
Director de Obras Públicas, se presentó ante él y le hizo saber que tenían dos o tres cotizaciones y mostró la más barata.
Antonio preguntó si en realidad era la más barata, a lo que el funcionario contestó que sí.
-Cita
al ingeniero entonces para que le apruebe el proyecto y le den su anticipo, ordenó.
Al
día siguiente, el Ing Zámano, que era propietario de un negocio de aire acondicionado en el puerto, se presentó ante él.
-Señor
Ingeniero, su proyecto es el que hemos aprobado...
-Gracias
Señor Presidente, claro que como Usted ya sabe, el 20 por ciento de ese contrato... es para Usted...
Antonio
hirvió de coraje y contestó.
-Mire
señor, no me voy a estar poniendo mis moños... anote usted mismo, de su puño y letra, en el contrato, lo siguiente: “Se
concede un veinte por ciento de descuento adicional en beneficio del H. Ayuntamiento” y fírmemelo.
-En
verdad no lo quiere Usted?
-No
señor... yo no estoy aquí para recibir dinero... fírmele!
Aún debe andar ese documento en los archivos municipales.
Corren,
sin embargo, muchos díceres sobre la rectitud de algunos funcionarios, con quien sí se arreglaron aquellos que no pudieron
hacerlo con el Presidente Municipal. Por desgracia, en un sistema como el que imperaba, era practicamente imposible que la
autoridad máxima del municipio pusiera en orden a aquellos a quienes no había nombrado.
Resumir,
aunque sean sólo nueve meses, el trabajo completo de Antonio Trani como Presidente Municipal sería largo y tedioso para quien
lee su biografía, que no informe político; sin embargo, caben destacar algunos de los principales eventos alcanzados durante
su administración.
Los
primeros seis meses son de arduo trabajo, sin abandonar los eventos que conmueven historia y vida de Acapulco, o conflictos
que debe enfrentar todo gobernante como fueron los casos de La Laja, Santa Cruz, La Sabana y el Rastro que, afortunadamente,
tuvieron un final satisfactorio para todos.
A
mediados de Mayo, a un poco más de un mes de dirigencia, Antonio Trani se lanzó, escoba en mano, a emprender la campaña de
limpieza por Acapulco. Muchos le siguieron. El 16, en su calidad de Presidente Municipal y acompañado por el gobernador Israel
Nogueda Otero, en ceremonia oficial, colocaba la primera piedra de lo que sería el fastuoso edificio de la Cámara Nacional
de Comercio, capítulo Acapulco.
A
finales del mes, Bruno Pagliai y su esposa Merle Oberon, hicieron entrega del Parque que lleva el nombre de la artista ubicado
en Costa Azul. Recibieron la primera dama del estado, Leticia Pineda de Nogueda
Otero, y la Presidenta del Instituto Nacional de Protección a la Infancia en Acapulco, Alicia Cabrera de Trani.
En
junio, Antonio enfrentó la responsabilidad de atender a los damnificados de varias colonias por el azote del huracán Bridget
que dañó incluso los techos de varias escuelas. Las obras del nuevo palacio municipal resultaron indemnes.
En
julio se inaugura el Hotel Condesa del Mar, con una inversión multimillonaria.
En
agosto se fusiona a la policía, se instalan 18 casetas de vigilancia y se les moderniza dotándoles de radio-patrullas, una
novedad en el combate contra la delincuencia. La Escuela Técnica Policial arrancaría en noviembre.
En
septiembre se inaugura el nuevo domicilio de la Cruz Roja, y el Teatro de las Máscaras, dirigido por Roberto Ceballos, presenta
obra en honor de Antonio Trani Zapata.
En
octubre, Antonio recibe el total respaldo de los trabajadores del Ayuntamiento (Sutsemidg), encabezados por Arnulfo Javier
Bautista, quien manifiesta el cariño y simpatía que sienten por el primer edil los trabajadores municipales.
Ese
mismo mes, anuncia una coordinación pro-turismo entre la comuna y la federación, dando pie a lo que más tarde sería la Sefotur,
y el primer edil atiende a Rodolfo Usigli, dramaturgo de primera línea que recibiera el Premio de la Casa de la Cultura Americana
de manos del gobernador del Estado, a quien nomina visitante distinguido. Le acompañaba el escritor Luis G. Basurto.
Los
primeros días de noviembre se inaugura el nuevo edificio de la Ford en la esquina que forman las avenidas Cuauhtémoc y Michoacán,
en la Colonia Progreso, con la presencia de Siffroin M. Vass, gerente general de la Ford Motor Company.
Esas
mismas fechas ven una innovación más que duraría muchos años como promoción del puerto. En el Restaurante Jacarandas del Hotel
Presidente Acapulco el Señor Presidente Municipal inauguraba el espectáculo de Los Voladores de Papantla, acompañado por Claude
Gautier, Gerente General de los Hoteles Fiesta Flagship; Carlos Ochoa, artífice del espectáculo, y Pedro Valle, Gerente del
Hotel El Presidente.
También
a principios de noviembre, Galdom, columnista de El Gráfico que dirigía José
Manuel Severiano, afirmaba que el Palacio Municipal sería la obra cumbre que grabaría los nombres de Antonio Trani e Israel
Nogueda en la historia. Se inauguraría el día 20 de ese mismo mes. Esa misma fecha había elegido Antonio Trani para hacer
entrega de las obras más importantes generadas o culminadas bajo su administración de apenas nueve meses.
Así,
entrega durante los días 20, 21 y 22, la Escuela Lázaro Cárdenas, la Secundaria Federal No. 2 de la colonia Morelos; varias
aulas en los poblados de Las Cruces, Lomas del Aire, y El Zapote; la Comisaría de Xaltianguis; canchas deportivas en Lomas
de San Juan y el Kilómetro 30; el Parque Infantil de la Colonia Icacos; la escuela José Ma. Morelos; más aulas en Ejido Nuevo,
Sabanillas, Las Marías, El Salto, Metlapil y Salsipuedes.
La
obra magna, obviamente, fue el Palacio Municipal que quedó inaugurado el mismo día 20, funcionando ya a toda su capacidad
pues el personal burocrático se trasladó a las nuevas instalaciones unos cuantos días antes. Al hacer uso de la palabra durante
la inauguración, y ante los ex-presidente municipales Carlos E. Adame, Delfino H. Moreno, Canuto Nogueda Radilla, Ricardo
Morlet Sutter y Martín Heredia Merckley; el gobernador del Estado, Israel Nogueda Otero, y las personalidades que les acompañaban,
Antonio señaló que la empresa no era sencilla, pues los recursos económicos de la Hacienda Municipal, siempre insuficientes,
no garantizaban la realización del ambicioso programa... Por eso, el Honorable Cuerpo Edilicio que me honro en presidir, en
un acto de justicia, reconoce la relevante intervención del señor licenciado Israel Nogueda Otero, autor de la iniciativa
que hizo realidad un viejo anhelo de la ciudadanía de Acapulco.
Varios
puntos hay que destacar al respecto. Las obras se iniciaron el mes de agosto de 1970; tuvieron un costo de siete y medio millones
de pesos (de aquellos pesos) y contaba en el despacho presidencial con una mesa tan grande, que Antonio dio órdenes para que
la quitaran de ahí o la recortaran. La foto que acompaña esta biografía da idea de lo que el constructor llegó a llamar su
obra maestra. El día 17 se efectuó el cambio físico de oficinas, abandonando el inmueble de Azueta que funcionara por
17 largos años, desde la época de Donato Miranda Fonseca como primer edil.
Otras
de las obras dignas de mencionarse es el camino que une a Dos Arroyos con la Carretera Nacional, vía de comunicación que sacó
del atraso a varios cientos de familias de la zona, al quedar conectados directamente con el poblado de El Treinta; el arranque
de la construcción de lo que es ahora el Mercado de Artesanías El Parazal, con una inversión superior a los once millones
de pesos, y el Mercado Las Crucitas.
Más
no todo eran obras; las representaciones, padrinazgos, y presidir la infinidad de actos públicos oficiales como los desfiles
o el grito del 15 de septiembre, desayunos, homenajes, e inauguraciones, también fueron objeto de la atención de Antonio.
En compensación a su entrega, pudo comprobar el respaldo y simpatía que sentían muchos ciudadanos, oriundos y no de Acapulco,
que de una u otra forma manifestaban ese apoyo, como el famoso escultor Salmones, que le donó varias esculturas para adorno
de los lugares que designara. Entre ellas, la del fauno que está frente a la playa en que él vivía de chamaco.
Entre
algunos de estos actos de real importancia, Antonio inauguró o participó en la Trigésima Convención de la Asociación de Hoteles
y Moteles de la República Mexicana, una de las más relevantes con más de ochocientos convencionistas o la de la Asociación
Nacional de Distribuidores de Automóviles.
En
su calidad de Presidente Municipal -y desde antes en representación del mismo cuando era Síndico- Antonio Trani fue invitado
a visitar los buques extranjeros que llegaban al puerto. Una de las tradiciones es que, durante la visita oficial, se intercambien
emblemas, de los cuales nuestro personaje guarda cerca de una treintena como recuerdo de esas visitas. Sobresale la del barco
de guerra norteamericano PT. Defiance LS31, que capitaneaba el Cp. Putzke y el Buque Escuela colombiano Clipper Gloria.
Todavía
un mes antes de que entregara el poder, el 8 diciembre, se ponía a funcionar el nuevo Conmutador Telefónico municipal, con
cinco líneas directas y diez troncales, otorgando a cada departamento su extensión y operado por una telefonista.
Al
día siguiente, Antonio Trani arrancaba, bajo la mirada atenta del gobernador del Estado, Lic. Israel Nogueda Otero, las primeras
obras del Consejo de Colaboración Municipal, idea suya que fuese apoyada por amigos de su grupo. El Consejo era presidido
por Don Vicente Rueda Saucedo.
Respecto
a este Consejo, cabe hacer la siguiente reflexión. Como no había mucho dinero en el ayuntamiento para hacer obras, urgía hacer
algo pues muchas calles necesitaban pavimentación. Antonio se enteró de que en Guadalajara existía un Consejo de Colaboración
Municipal que era el que construía las calles, y que era un organismo privado en el que el ayuntamiento participaba sólo en
el otorgamiento de permisos y supervisar que las obras se realizaran, pero no actuaba directamente.
Viéndolo
Antonio como una magnífica oportunidad para pavimentar muchas de las calles del puerto, platicó con el Lic. Nicolás Salinas
Sotelo, que era ya el Secretario General del Ayuntamiento, y le envió a la Perla Tapatía a fin de empaparse bien del sistema
y regresar al puerto para fundar o crear una cosa parecida.
La
mira era lograr que la obra tuviera el menor costo posible y hacer que la ciudadanía participara.
Obtenida
toda la información, convocaron a una junta para fundar propiamente el Consejo y elegir al que quedaría como Presidente del
organismo.
En
este proceso, Antonio incurrió en uno de los pocos errores políticos que llegó a tener dada su escasa experiencia en ese renglón.
En la reunión estaban miembros de la Cámara de Comercio, empresarios, y otros particulares que nuestro personaje había invitado,
y el Ing. Manuel Pavón Bahaine, titular de la Junta Federal de Mejoras Materiales.
Antonio,
en un momento dado, propuso a Vicente Rueda para ocupar el cargo, lo que le increpó Pavón Bahaine señalando que él, en su
calidad de Presidente Municipal y tratándose de un organismo privado, no podía hacer tal propuesta, lo que prácticamente equivalía
a un nombramiento.
Antonio
pidió perdón por el desbarre político, pero a final de cuentas Vicente Rueda fue electo como Presidente del Consejo y no precisamente
por la influencia de Antonio, sino porque los presentes reconocieron la valiosa trayectoria y acrisolada honradez del también
empresario porteño.
Durante
el tiempo que el Consejo funcionó se pavimentaron -y con concreto- infinidad de calles. Cada propietario de predio pagaba
una ínfima cantidad por metro lineal. Debe hacerse un reconocimiento a la amplia participación de la ciudadanía acapulqueña
ante este proyecto. Fueron sólo algunos, contados con los dedos de la mano, los que se negaron a participar.
La actividad desplegada por el Lic. Nicolas Salinas Sotelo es materia de mi profndo reconocimiento, dice Antonio recordando al amigo y colaborador.
La
noche del 9 de diciembre, Antonio entregaba un reconocimiento al Club de Columnistas en el restaurant de El Mirador, al celebrar
el primer aniversario de su fundación, y como una muestra de las cordiales relaciones que siempre mantuvo con los medios de
comunicación.
Dos
días antes de entregar el poder, cerrando el año de 1971, el saliente primer edil entregó el equipo que permitiría la mecanización
del sistema tributario del municipio.
La
investidura que ejercía le permitió tratar, atender e incluso hacer amistad con algunos de los grandes personajes de la época,
como el Ex-secretario de Educación Pública, Dr. Jaime Torres Bodet, que viniese a la inauguración de la escuela que lleva
su nombre dirigida por el profesor Raúl Astudillo; el dramaturgo Rodolfo Usigli; el escritor Luis G. Basurto; el Ing. Adolfo
Moctezuma Díaz Infante, entonces Secretario del Patrimonio Nacional; el millonario y filántropo Bruno Pagliai; la actriz Merle
Oberon; el famoso boxeador El Chango Carmona; el banquero y humanista Don Manuel Espinosa Yglesias; o el popular Lic. Agustín
Olachéa Borbon.
Hablando
de personalidades, una de ellas, implicada en penoso suceso, puso a Antonio en un predicamento realmente angustioso.
La
Señora Sofía Bassi, internada en la cárcel municipal por el asesinato del Conde D’Acuarone, por medio de su hija solicitó
directamente al presidente municipal que, dada su quebrantada salud, se le permitiera salir para recibir un adecuado tratamiento
en alguno de los mejores hospitales del puerto.
Humanamente,
la petición era bien planteada. Sin embargo, los ojos de la opinión pública mundial estaban puestos -todavía- en Acapulco,
su justicia y su sistema carcelario, debido al caso que tuviera resonancia internacional. Así, Antonio se fue de espaldas
cuando recibió la petición. Entraba en conflicto su sentido ético, su filantropía, y su responsabilidad como primer autoridad
en el municipio.
La
verdad es que, juridicamente, no estaba en manos de él permitir o no la salida aparentemente provisional de la sentenciada,
pero una llamada cruzada con el gobernador ahondó el predicamento. Tú sabes lo que haces... la decisión queda en tí le
respondió.
Deben
haber sido unas cuantas horas, quizá días, pero de gran tensión para el señor Presidente Municipal que, como último recurso
y con el fin de inclinar la balanza hacia el lado que el destino señalara, pidió a uno de los regidores, el Dr. Virgilio Gómez
Moharro, checara la salud de la Sra. Bassi y calificara su necesidad de hospitalización. La respuesta decidió por él. Tras
una profunda auscultación, el Dr. Gómez Moharro no encontró una real necesidad de mayor atención de la que normalmente estaba
recibiendo. El respiro de Antonio debe haberse escuchado hasta el Suchiate.
Como
dato notorio y actitud encomiable, durante su administración no se otorgó un solo permiso para establecer cantinas o bares
dentro del municipio, tanto en la zona urbana, como en la zona conurbada y rural.
Antonio
rindió su primer y último informe, y entregó la alcaldía, el día 1o. de enero de 1972. Vicente Sánchez Arenal, periodista
autor de la columna Trinchera Política de El Gráfico, decía:
A escasas quince horas de que termine su ejercicio municipal, reciba don Antonio Trani Zapata un saludo de este modesto
periodista...
Retorna a la simple ciudadanía con el respeto del pueblo porque supo interpretar sus anhelos que en gran parte solucionó
positivamente.
Toño, como se le llama cariñosamente, sin ser un profesional político supo soportar tantas incomprensiones hasta de
sus más allegados colaboradores, que las hizo a un lado no por debilidad, sino más bien por demostrar a la ciudadanía su afán
de servir con lealtad, honestidad y responsabilidad.
En los nueve meses que estuvo al frente de la Presidencia del Ayuntamiento Constitucional del Municipio de Acapulco,
demostró habilidad en el manejo administrativo del municipio más importante del Estado, logrando señalar metas de positivos
beneficios del pueblo.
Su actuación como Primera Autoridad de Acapulco, demuestra una virtud cuando se encauza para hacer el bien a la colectividad.
Continuó la labor callada y constructiva de su antecesor licenciado Israel Nogueda Otero, hoy Gobernador Constitucional
de la entidad.
Ha sido el ciudadano que ha demostrado su honradez acrisolada, y uno de los pocos Presidentes Municipales que dejarán,
para las generaciones venideras, la huella imborrable de una trayectoria política y limpia de un guerrerense ejemplar que,
nacido del pueblo, ha sido para el pueblo.
Don Antonio Trani Zapata demostró que es un político que supo trabajar y sabe poner a trabajar el tesoro público.
ADIOS DON ANTONIO TRANI ZAPATA, cumplió su misión revolucionaria. (sic)
Pocos
amigos quedaron de aquello años. Luis González de la Vega, que estuviera a cargo de la Dirección de Reglamentos, con quien
tuviese una magnífica relación y continuara la amistad hasta la fecha, es uno de los pocos empleados municipales de mi
administración con quien congenié perfectamente.
Abel
Salas Bello fue un amigo de años atrás al que le dio el cargo como Jefe de Parquímetros, encomienda que cumplió con honradez
y entrega, respondiendo con fidelidad y respeto. Le recuerdo con mucha alegría. Cuando falleció, hace unos veinte años,
esa amistad continuó con la familia, ahora radicada en León, Guanajuato.
Uno
más es el Lic. Nelson Bello Solís, que fuese su Secretario Particular, por recomendación del Lic. Nogueda Otero. El tiempo
le llevó a la ciudad de México, en donde fue Juez en varios juzgados. Siempre ha sido un hombre muy honesto. Actualmente ocupa
un importante cargo en el gobierno de Zeferino Torreblanca en Guerrero.
Obviamente
no puede olvidar a quien ocupara el puesto de Secretario General del Ayuntamiento en aquella rauda pero efectiva administración
municipal, el Lic. Nicolás Salinas Sotelo. Fue mi compadre. Le apadriné dos hijos. Llevaba una trayectoria tan fuerte y
tan limpia que casi puedo asegurar que por eso le asesinaron a sangre fría.
Y
que decir del propio Israel Nogueda Otero, amistad que permanece al paso del tiempo.
Tras
hacer entrega de la Presidencia Municipal, Antonio recibió varias veces la propuesta del gobernador Israel Nogueda Otero de
ocupar cargos dentro de su gobierno, o bien de elección popular, como diputado o senador. A todas y cada una de ellas declinó
con la mayor cortesía posible. Reafirmaba así aquella versión de que Yo estoy aquí por una mera casualidad, porque no tuve
otro remedio, y sólo estoy cumpliendo con mi deber, pero no pienso seguir en la política un sólo día después de que entregue
mi responsabilidad cumplida...!
-Gracias,
decía a cada propuesta, pero creo que lo mío es el comercio. Mi negocio, abandonado casi durante tres años, necesita de toda
mi atención.
Algunos
líderes que le conocieron y estimaron durante su mandato, se acercaron también para proponerle lanzarlo a la candidatura por
la diputación federal correspondiente al distrito de Acapulco, lo que igualmente declinó sin escuchar el canto de las sirenas.
En 1973, El Pescador, columnista del Diario Avance, señalaba precisamente que Trani Zapata declinaba la propuesta, daba a
conocer sus argumentos, y comentaba jocosamente que los demás políticos aspirantes respiraban al decir... uno menos!
El regreso a casa
En
el regreso a casa, tres caminos eran los que todavía surcaba Antonio: el social, el empresarial y el familiar.
En
lo referente al aspecto social, se pegó nuevamente al Patronato de la Cruz Roja y, con el dinero que se había recaudado en
la inauguración del Princess, sabiamente administrado por el Sr. Roberto Rojas y Doña Alba Vela de Rojas, pudieron darse a
la tarea de construir el nuevo edificio, ubicado en la Av. Ruiz Cortines, en un terreno cedido por la esposa del Presidente
de la Repúbica. Formaban parte del patronato Roberto Barnard, como Presidente; Samuel Garcés, que era el Secretario; y el
propio Antonio Trani, como Tesorero.
Habíamos localizado el terreno, propiedad de la Junta Federal de Mejoras Materiales. No recuerdo si tenía tres o cinco
mil metros. Buscamos un ingeniero que nos ayudó con los planos y, en una Convención en Guanajuato, abordamos a Doña Ma. Esther
Zuno de Echeverría. Le dijimos que queríamos hacer la Cruz Roja de Acapulco y le rogábamos nos cedieran el terreno. Una semana
más tarde, llamaba personalmente a Don Manuel Pavón Bahaine, que era el Presidente de la Junta Federal de Mejoras Materiales
y le ordenó que nos entregaran el terreno.
De
incipiente función, tras ser creada en 1938 por Don Marcelino Miaja, el consultorio del Dr. Felipe Valencia, asentado en la
calle de Jesús Carranza, fue su primer instalación por muchos años, hasta que el galeno se vio en la necesidad de cerrar su
consultorio; el comité directivo, ya encabezado por Don Felix Muñúzuri, ante la negativa de otros médicos de acoger a la noble
institución en sus consultorios, decidió trasladar el puesto de socorros al Hospital Municipal.
En
1942, el propio Dr. Valencia, ante las malas condiciones en que se encontraba la Cruz Roja, reunió a varios vecinos entusiastas
de Acapulco para vigorizarla e inyectarle nueva vida, y el resultado es la construcción del edificio ubicado en Quebrada e
Independencia que ya contó con un cuerpo médico, enfermeras, ambulantes, una ambulancia, y un entusiasta comité de damas voluntarias.
El edificio tuvo que ser demolido 31 años después para permitir la construcción del paso a desnivel que actualmente existe,
trasladándose los servicios provisionalmente a un local adaptado en la acera de enfrente en la misma esquina.
Pocos
ciudadanos tuvieron la visión de impulsar una institución de beneficencia como la Cruz Roja. Los más, indolentes al fin, sólo
se acordaban de ella cuando llegaban a necesitarla. Con todo, creció y se fortaleció. Actualmente cuenta con instalaciones
adecuadas y un equipo casi a la altura de las necesidades metropolitanas, aunque no deja de faltarle siempre el constante
apoyo y respaldo de la, ahora sí, generosa ciudadanía.
En
referencia a su negocio, el problema del estacionamiento en el centro no se había solucionado con la construcción del nuevo
edificio. En 5 de mayo, Antonio ya tenía toda una inversión hecha en materia de adaptaciones y adecuaciones. Incluso llegó
a querer ser pionero en el sistema del autoservicio y aplicó la fórmula en la Casa Trani. Sin embargo, la gente no llegaba
a la estantería para tomar lo que deseaba, buscaba a algún empleado para pedírselo. La costumbre se imponía y, así, regresó
el mostrador a la ferretería.
Siempre
viendo al futuro, queriendo y no, vendió el edificio de Mina y Galeana. Así sería su primer incursión en el renglón inmobiliario.
Dada
la situación, vio como una opción comprar la propiedad que rentaba, pero Doña Rebeca Olivar no daba para cuando. A veces decía
que sí, a veces que no, y la renta subía y subía.
Fue
cuando decidió buscar un terreno propio para el negocio, pero lejos del centro, con posibilidades de dar un servicio de estacionamento
y amplias instalaciones. Le comentó a sus hijos y empezaron la búsqueda.
El
tiempo pasaba y los Trani no encontraban algo apropiado. Los buenos espacios estaban ya ocupados.
Un
día, hablando con su hijo Pai, recordaron el viejo Hotel Los Pinguinos, ubicado en Cuauhtémoc y Sebastián Vizcaíno. Eran seis
mil metros cuadrados cuyo propietario había sido el General Segura, pero ya había muerto y el hotel estaba abandonado.
Pai,
su hijo Rafael, a quien llaman así de cariño, resultó ser amigo del Arq. Guillermo Segura, hijo del fallecido militar, quien
le informó que el terreno había sido heredado por su hermano Javier, que vivía en Cozumel.
Ni
tardos ni perezosos, los Trani se pusieron en contacto con él. Pai ya le había propuesto a su padre fraccionar el terreno
y vender aquello que no usarían para la ferretería, solventando así el costo del pago.
El
negocio se planteó por teléfono al propietario, que aceptó de buena gana. La propuesta era bastante arriesgada: cinco millones
de pesos como adelanto, y a los noventa días el resto de la operación: cincuenta millones de pesos. Vender el excedente en
ese plazo era casi imposible.
Don
Antonio, visionario como siempre, aceptó el reto. En cuanto cerraron el convenio, midieron el terreno, planearon la lotificación,
y se dieron todos a la tarea de conseguir compradores.
David
Trani, sobrino de Antonio, fue uno de los compradores. Hugo Ocampo fue otro; le puso a su hija el negocio de colchones que
hasta la fecha existe. No daban los noventa días cuando Antonio ya había liquidado el total de la deuda. El terreno era suyo.
Planearon
un área destinada a calle que sirviera para carga y descarga; hicieron algunos cortes al frente de ambas calles -Cuauhtémoc
y Vizcaíno- que dedicarían al estacionamiento de los clientes, y dejaron espacio más que suficiente para una ferretería decente:
600 metros cuadrados con frente a tres calles.
No nos dejó ganancia la operación, dice con una ladina sonrisa Antonio,
pero el terreno de la ferretería salió gratis! y todavía se dieron el lujo de cederle al Ayuntamiento de Acapulco 1,500
metros para estacionamiento. En 1984 compraron el terreno, en el 85 construyeron... y en 1986 inauguraron una de las más modernas
ferreterías de Acapulco y sus alrededores: Super Ferretera Trani S.A. de C.V con un subterráneo de 400 metros, 600 metros
de superficie a nivel de piso, un mezzanine de 150 metros y otro más en la parte posterior que ocupan las oficinas de administración.
Las
relaciones existentes en el medio social y comercial de Acapulco, tanto por parte de Antonio como de sus hijos, hizo de la
inauguración todo un evento.
Susana
Palazuelos se encargó del ambigú, y el Presidente de la Cámara de Comercio, Zeferino Torreblanca, de cortar el listón inaugural.
Los
asistentes quedaron asombrados por el tamaño del local, pero sobre todo por la altura y estructura de su techo, conformado
por un entretejido metálico que no sólo sostiene una cobertura de 600 metros sin pilares, sino que además soporta colgantes
llenos de mercancía, lo que le da una espectacularidad muy especial.... ahhh, y a prueba de temblores.
La
crema innata de la sociedad porteña se reunió con los Trani ese día.
Al
principio, lo mismo grande del espacio destinado a la exhibición fue el reto a cubrir. Antonio ordenó que algunos de los muebles
que sobraban en 5 de mayo se remodelaran y repintaran, pues tenía la idea de repetir aquella aventura del autoservicio.
Desgraciadamente,
se repitió también la historia. En vez de llegar, escoger, tomar la mercancía y pagar en la caja, la clientela preguntaba
por algún empleado que le atendiera personalmente. Así las cosas, nuevamente se retornó al sistema de mostrador, aunque no
por completo. Hasta la fecha, el negocio presenta una mezcla de atención de mostrador con autoservicio.
Pero
eso no era todo, el espacio requería de una cantidad inmensa de mercancía para verse lleno, mas la construcción del
inmueble se había llevado casi todo el dinero. Lo poco que quedó se invirtió y se trajo mercancía de la ferretería de 5 de
mayo. Los proveedores ya funcionaban de una manera menos personalizada y le emisión de créditos era más fría... y más estricta.
En el inter del esfuerzo, se perdieron algunos créditos por no tener con qué pagar a tiempo, y se tuvo que recurrir a la compra
con intermediarios.
En realidad, levantar este negocio costó mucho trabajo, recuerda Antonio, porque
nos faltaban muchas cosas, pero poco a poco fuimos enderezándolo. Debo reconocer que mi yerno vino a darle un fuerte ímpetu.
Contratamos a gente más preparada, se empezaron a visitar obras para ofrecer el servicio, y se consiguieron más clientes,
que era lo importante.
Los
créditos fueron recuperados. Ahora, ya se puede decir que la ferretería está completamente surtida, como él acostumbraba tenerla.
Se podría asegurar que, en este momento, es el negocio ferretero más fuerte del puerto. Es un orgullo para mí el poder
decir que levantamos un negocio como este, sin mucho capital.
Ahhh...
pero el negocio de 5 de mayo no se cerró... fueron nombrando gerentes que, mientras Antonio luchaba en la nueva empresa por
salir adelante, aprovechaban el puesto para estafarle. Así las cosas, cinco años más tarde, en 1992, Don Antonio Trani concentró
toda la mercancía en la nueva empresa, cerró las puertas de su querido negocio de 5 de mayo, de su Ferretería Casa Trani,
y entregó las llaves del local.
En
1995, Antonio entregó el timón del negocio a su yerno, el Ing. Guillermo Vela, y a su hija Alicia, que son quienes manejan
ahora la ferretera. Lo curioso es que, durante los últimos diez años, no deja de ir diariamente a sentarse un rato tras su
viejo y casi destartalado escritorio. Es por las firmas, se justifica. Es la añoranza, yo digo.
En
ese rato, y desde ahí, administra algunas de las propiedades que tiene. Y es que es como todo viejo que tuvo una vida hiperactiva:
no puede estarse quieto, se enmohece.
Lunes,
miércoles y viernes va al café, a charlar con los amigos, a enterarse de las novedades políticas y sociales, los chismes y
los dimes y diretes.
Integran
esta mesa personajes como Angel Arzeta, Manuel Pano de la Barrera, Mario Castillo Carmona, el Ing. Uriel González, Victórico
López, el Ing. Arq. Jorge González Cabrera y Paco Escudero entre otros, que arreglan el mundo, abusan de la libertad de
expresión y suman entre todos casi medio milenio, dice un conocido que frecuenta el mismo Sanborn’s centro, pero
en otra mesa.
Con
otro grupo, se desayuna todos los sábados, siguiendo una tradición iniciada desde 1970, marcada por él y algunos amigos ya
idos, que empezara en el Hotel El Mirador, pasara por varios restaurantes del puerto, y se realiza actualmente en el Hotel
El Presidente. Ese grupo está conformado actualmente por Antonio, el Lic. Adolfo Van Meeter, Mariano Fernández Alonso, el
Dr. José Nozari Morlet, Esteban Valdeolivar y Victor García García. De los fundadores, algunos se retiraron, otros se han
adelantado en el último viaje.
Yo lo conocí apenas hace cinco años, aunque había escuchado hablar de él por más de treinta cuenta Angel Arzeta, empresario farmacéutico y compañero de café de Antonio. Sin embargo, puedo decir que es un hombre
muy sociable que dejó toda una vida en Acapulco, llegado de Ometepec, y que es ejemplo como padre, empresario, político y
amigo. Indudablemente el patriarca de los Trani en Acapulco.
Antonio
se mantiene en forma nadando diariamente y haciendo ejercicio en su alberca... y viajando.
Hasta
su puerta llegan aún muchos de aquellos que recibió en su casa de pobre porque eran más pobres que él. Para mi lo importante
era la familia. Mis tíos me seguían mucho, quizá porque yo les había seguido a ellos. Así llegaron a buscar cobijo a la casa
muchos tíos y primos. Como el Tío Miguel, que pagaba su estancia haciéndonos reír con sus ocurrencias y bromas.
En
su casa se casaron muchos parientes, y se celebraron los quince años de muchas sobrinas y nietas. Era pues un reducto familiar
al que cualquier pariente sabía que podía llegar y ser bien recibido.
Una
anécdota ejemplifica su forma de ser en ese sentido. Uno de sus primos, Jaime, que trabajaba con él en la ferretería atendiendo
el área de cerrajería -sí, con aquella maquinita hacedora de llaves de la que tanto hablamos- se casó. Antonio le dio, como
regalo de bodas, la famosa maquinita con todo y su equipamiento. Hoy, la Cerrajería Trani es una de las más famosas del puerto.
En
materia de creencias no considera tener el mismo nivel de fe que sus amigos. Cree en un Dios, pero no cumple con todas las
normas que la religión exige.
Con
todo, la peregrinación del doce de diciembre, día de la Virgen de Guadalupe, en la que participan sus empleados y todos los
integrantes de la Asociación de Ferreteros, se ha vuelto tradición, al igual que la cena que se realiza, mientras San Martín
Caballero protege el negocio desde un rincón.
Las
posadas y los festejos de Navidad incluyen a sus trabajadores que, año con año, se llevan satisfechos a casa regalos y abrazos.
Su
única decepción ha sido el que sus sobrinos no hayan aprovechado el tiempo y abandonaran sus carreras.
La
familia era el otro aspecto a atender por Antonio. Y no es que estuviese descuidada debido a la ardua labor administrativa
de su gestión como funcionario público, no, ésta ya había crecido, prácticamente todos los hijos habían tomado su camino formando
sus propias familias, pero... Antonio seguía siendo, como siempre, el centro.
Para
tener un panorama más propio de la familia de Antonio, empezaremos por definir suerte y vida de sus propios hermanos.
Rafael,
el mayor en orden de nacimiento, cuando llegaron de Ometepec, trabajaba de pescador en la playa de Petaquillas -u Hornitos,
como se le conoce ahora- y era uno de los principales sostenes de la casa.
Su
dedicación por el bienestar familiar fue tan acendrada, que aún ahora, tanto Antonio como sus hermanas, recuerdan con admiración
y respeto su entrega de toda la vida.
Serio,
callado, taciturno, era exageradamente formal. No tenía vicios; ni tomaba, ni fumaba. Es considerado por Antonio como el primer
apoyo que tuvieron cuando llegaron a Acapulco, junto a su madre y su padre.
En
la etapa en que se trasladan a Cuernavaca, toca a Rafael trabajar la platería como cabeza del taller junto a su padre. Era
un orfebre sin par, hacía cosas muy bonitas porque tenía mucha facilidad para ello, recuerda Antonio.
De
regreso a Acapulco, entró a trabajar en la Recaudación de Rentas, donde duró muchos años... hasta su muerte en 1950.
Subía
las empinadas escaleras del viejo Palacio Municipal cuando le sobrevino un infarto fulminante. Avisada la familia, le llevaron
a la Cruz Roja que estaba en la contraesquina, pero ya no pudo reaccionar y murió. Tenía 33 años.
David,
el segundo, pescador como Rafael en sus inicios, ayudó una temporada muy corta en la platería. Pero era muy inquieto. Eran
otras las miras de su vida. Al tiempo, encontró trabajo en el Bar La Cueva, en donde también laboraban Reynol Mendez, Antonio
Soberanis y Pedro Huerta, atendiendo personalidades de todo el mundo.
La
Quebrada estaba de moda. No existía aún el Acapulco Dorado, así es que aprovechó para vestir bien. Le gustaba la vida fácil...
y no cooperaba mucho con su casa. Lo poquito que daba no era suficiente, comenta con cierta añoranza Antonio, le
gustaba la parranda, era distinto a mi hermano Rafael.
Una
de sus gracias era el deporte, especialmente el futbol, en el que destacó ampliamente. Era centro delantero del Club América
y de los buenos, sus goles levantaban ámpula, a tal grado que a finales de los noventas y post mortem, recibió reconocimiento
como uno de los deportistas destacados de la época, posición que reconocieron aún sus contrincantes españoles.
En
los 60’s, cuando cambian de domicilio, él se casa y se aleja de la familia. Tuvo un hijo al que pusieron el mismo nombre.
Murió hace aproximadamente veinte años.
La
tercera es Eloína. Era una muchacha muy guapa, de cuerpo bonito, responsable y trabajadora. Cuando llegaron a Acapulco tenía
catorce años, estaba en pleno desarrollo. Trabajó un tiempo con la Tía en el Hotel Villa Julieta y luego, en Cuernavaca, aprendió
la platería para ayudar en el taller familiar.
De
regreso al puerto, entró a trabajar en La Suiza, la tienda de ultramarinos que estaba en Jesús Carranza y Escudero, donde
duró algunos años. Nadaba en la sociedad como pez en el agua. Tuvo tres novios, y no más porque con el tercero se casó: el
Dr. Ricardo Bernal Navarro, en 1947 como ya dijimos en otra parte de esta biografía. Desde entonces, hicieron su vida aparte.
Sobrevive a su marido, fallecido en el 2000.
Ma.
de los Angeles, la cuarta, no se vino con la familia cuando abandonan Ometepec. Reina de las monjas y el colegio, le retuvieron
todavía algún tiempo con el justo pretexto de ayudar a sobrellevar la carga familiar de los Trani hasta que se establecieran.
Tendría
los once o doce años cuando llegó a Acapulco. La apoyaban mucho los hermanos mayores e in cluso llegó a poner un salón de
belleza, el Chic, en la calle de Hidalgo, tras varios meses de estudios en la capital del país financiados y respaldados por
la tía Cecilia Domínguez López, pariente de los Trani por el lado de los López.
Con
todo, el gusto no duró mucho pues vinieron los romances y el carnaval aquel en el que Aage Elbjorn le dice: Reina del Carnaval...
o de tu casa?
Aage
falleció a mediados de los ochentas. Ella le sobrevive.
Adela,
la quinta, ya fue al Colegio América. Estudió una carrera corta para poder trabajar como secretaria en una oficina, lo que
hace con el Lic. Luis Martínez Cabañas cuando es presidente municipal.
Trabajó
muchos años también en la American Photo, que estuvo en una de las esquinas del zócalo porteño. En 1955 casa con Don José
Antonio Avellaneda, del que enviuda con un solo hijo.
Poco
antes de cerrar esta biografía, Doña Adela fallece.
Adolfina,
la más pequeña, es la consentida de todos. Llegó de año y medio al puerto. No sufrió o al menos no se dio cuenta de los avatares
por los que tuvo que pasar la familia recién llegada.
Al
regreso de Cuernavaca, ingresó a la Escuela Federal Tipo Manuel M. Acosta, que estaba en la esquina que ahora ocupa la Biblioteca
Pública Alfonso G. Alarcón, teniendo como compañero a Virgilio Gómez Moharro.
La
mamá de Antonio y el papá de Virgilio, eran los dirigentes de la Sociedad de Padres de Familia de esa escuela.
Adolfina,
lista como pocas, termina sus estudios pero no trabaja como empleada. Se dedica a las labores del hogar con su madre... hasta
que conoce, trata y casa con Don Florentino Díaz Guillén, amigo de la infancia de toda la familia desde Ometepec, pero en
especial de Antonio.
Dejando
varios hijos y un marido inconsolable, Adolfina fallece en noviembre del 2004.
En
lo que a su descendencia se refiere, cabe recordar que, tras su matrimonio, vino el viaje de bodas del que Alicia regresó
embarazada de la primera de cuatro hijos.
Huelga
repetir que conquistó a toda la familia, sobre todo a su suegra, quien no pocas veces dio muestras de tratarla como a una
hija. Ella, por su parte, era solícita y respetuosa. Con el tiempo, Alicia dedicó muchas horas a atender a Doña Adolfina durante
sus últimos y penosos años.
Ese
primer embarazo trajo al mundo a Alicia, la mayor de sus hijas, nacida prematura con un kilo doscientos gramos que ameritaron
incubadora, el 3 de febrero de 1954. El parto fue en el nuevo Hospital del Sagrado Corazón.
Sin
embargo, creció fuerte e inteligente gracias a los cuidados de su pediatra, el Dr. Armando Ruiz Quintanilla... y a un error
de sus padres!
Resulta
que el Dr. Ruiz Quintanilla ordenó se le diera a la bebé su biberón cada dos horas, así es que Antonio y Alicia se turnaron
para cumplir al pie de la letra las instrucciones del médico, no reparando en sacrificios y desvelos, cumpliendo fielmente
su deber de padres día y noche.
Poco
más de diez días después, al médico le sorprendió ver lo mucho que la niña había subido de peso.
-Se
ve que la han alimentado muy bien... comentó.
-Pues
tal y como Usted lo ordenó, señalaron los sacrificados padres. Día y noche hemos cumplido al pie de la letra sus horarios
de biberón.
-Día
y noche?! preguntó alarmado el pediatra.
-Día
y noche, doctor, contestaron orgullosos.
-También
de noche?
Sí
doctor... dijo reclamante Antonio. Yo me levanto y le doy su mamila... nos turnamos... pero no fallamos...
El
Dr. Ruiz Quintanilla rió abiertamente ante la inocente ignorancia de los primerizos padres.
-Es
que yo no ordené que se le diera de noche... pero bueno... le sirvió... ya ahorita es una niña normal. Felicidades!
Pero
la poca experiencia de los nuevos progenitores no quedaba saldada ahí. Faltaban algunos sustos para graduarse.
Con
tanto alimento, a la pequeña Alicia le salió algodoncillo en la boca. El doctor le prescribió una medicina para que se la
dieran. Cumplirían ahora sí fielmente las instrucciones médicas, pero el destino aún les tenía una lección pendiente.
Una
de esas noches, somnoliento, Antonio se levantó para dar a la niña su medicamento, pero en lugar del recetado le dio otra
medicina que le quemó la boquita.
Aunque
el doctor, tras revisarla, dictaminó que no era grave la ligera quemadura bucal de la nena, Antonio no dejó de lamentar por
mucho tiempo el error.
No aceptaba que, siendo padre de la niña, hubiese sido tan descuidado y le hubiese causado ese daño, relata aún preocupado.
Le diré -agrega Alicia, su hija, en recuerdo de esto- que la desesperación
de mi padre, ante mi constante llanto, fue tan grande, que decidió tomarse él mismo la medicina para sufrir lo que yo sentía!
Quizá por consentirme tanto me volví latosa. Cuentan ellos mismos que no me dormía si no era en una hamaca y meciéndome.
De
pelo castaño claro plagado de ricitos, Licha fue tan precoz que, antes de un año, visitó a su nuevo hermanito caminando.
Desde
pequeña dio muestra de un carácter fuerte, decidido, que supo dominar en su provecho.
Realizó
sus estudios básicos en el tradicional Colegio MacGregor del propio puerto de Acapulco. El primer día de clases, Antonio se
escondió tras una ceiba muy frondosa que había al frente mientras la maestra calmaba a la pequeña que no dejaba de llorar.
Al día siguiente, Alicia cruzó por las puertas del colegio como si hubiese sido su casa de siempre.
Desde
entonces, la pequeña marcó una independencia admirable. No necesitaba de la ayuda de nadie para hacer sus tareas, y mucho
menos que estuviesen sus padres pendientes de que las hiciera, actitud por cierto que también tuvo el resto de sus hermanos.
Entre
los compañeritos de escuela de Alicia podemos anotar a Zeferino Torreblanca, quien llegara a ser Gobernador del Estado de
Guerrero; el Ing. Enrique Pasta Muñuzuri, más adelante Rector de la Universidad Loyola del Pacífico; Cesar Bajos, más tarde
Director de Comunicación Social y titular de diversos cargos en el gobierno estatal; Luz del Carmen Pedroza; y muchos más
que llegaron a ser pilares de su comunidad, algunos de los cuales registra nuestra obra Personalidades Contemporáneas editada
en 1997.
El
Cuadro de Honor del MacGregor siempre vio en su marco la foto de Licha, que competía abiertamente con Zeferino, Enrique, Cesar
y Carmen, ocupando el primer lugar una semana uno, otra semana otro, pero siempre jugándose esa supremacía entre los cinco.
Acapulco
todavía no contaba con planteles educativos de nivel preparatoria por lo que, terminando la secundaria, Licha partió a los
Estados Unidos para ingresar en la Mount de Chantal Visitation Academy, en Wheeling West Virginia, y más adelante a la ciudad
de México para continuar con sus estudios, como prácticamente lo hacían todos los jóvenes de su época.
Previsor
de siempre, Antonio se puso de acuerdo con su hermana Eloína, que también enviaría a sus hijos a estudiar a la capital, y
compraron un par de departamentos en la Colonia Nápoles. Ambos estaban en el mismo piso y, siendo un inmueble que contaba
con sólo dos departamentos por nivel, el séptimo quedó totalmente controlado y resguardado por los Trani.
Le
compró a Licha un pequeño volkswagen para que pudiera moverse y, mensualmente, le enviaba dinero para los gastos.
Tras
concluir la preparatoria en el Colegio Ignacio L. Vallarta de Las Lomas, Licha decide cursar la licenciatura en Contaduría
y se inscribe en la Universidad Iberoamericana. Termina con honores, ocupando el segundo lugar de toda la institución en calificaciones,
ameritando un trofeo especial que recibe de manos del Presidente de la República Luis Echeverría Alvarez: “Al Mejor
Estudiante de México”, otorgado a un representante de carrera de cada universidad.
Desde
la secundaria, cuando apenas contaba con unos doce años, Licha había tenido un novio, Guillermo Vela, relación no aprobada
entonces por Antonio debido a la corta edad de ella, pero que mantuvieron al paso del tiempo pues también él se va a México
a estudiar.
Siendo
ya la una Contadora y el otro Ingeniero Mecánico Electricista, decidieron casarse. Ambos tenían 23 años.
Yo pensé... bueno, ya tienen diez años de novios, se ven y tratan con
respeto, ya ambos trabajan y ganan su dinero... qué tengo yo que oponerme?. Por el contrario, les regalé el enganche de un
departamento en Tlalpan que ellos siguieron pagando.
A
la boda, realizada en 1977 en la misma ciudad de México, fue más de un centenar de invitados acapulqueños.
Dos
años después, Guillermo y Alicia le ofrecieron a Antonio venirse para ayudarle en la ferretería. Trasladaron su residencia
al puerto y, durante algunos años, aprendieron los secretos del negocio bajo la amorosa tutela del padre/suegro, para finalmente
hacerse cargo del negocio familiar. La solución era ideal: ella contadora y él ingeniero manejarían con acierto los dos aspectos
del negocio ferretero: administración y técnica.
Alicia,
al igual que su padre, es inquieta, emprendedora, activa y, a más de ayudarle en la administración de la ferretería, decidió
poner un negocio propio junto con una amiga suya, Jeanett de Rojas. Hablaron con el Profesor Celso Sánchez Castillo, Director
del Colegio Simón Bolivar, y consiguieron permiso para manejar un kiosco que vende a los alumnos del plantel ubicado en la
Avenida Padre Angel Martínez en el nuevo centro poblacional Luis Donaldo Colosio. Nueve años trabajaron una semana cada una,
turnándose sin falta y con mucha responsabilidad.
Alicia,
de acuerdo con Guillermo, decidió invertir las ganancias en acciones del Instituto Tecnológico de Monterrey. La idea fue muy
productiva, pues las acciones subieron de precio al paso del tiempo, a grado tal, que con ellas pagaron las carreras de sus
hijos.
Tuvieron
dos hijos: Guillermo, que ya es Ingeniero, trabaja en Monterrey, tiene novia y a punto de hacer su propia vida, y Tatiana,
que está por terminar una carrera relacionada con la mercadotecnia en el Instituto Tecnológico de Monterrey.
Mi padre es un hombre increible dice Alicia. Luchó por darnos a sus hijos
lo que él no tuvo. No estudió, pero es un hombre muy inteligente que trató de superarse, se preparó, y dio a todos sus hijos
una carrera.
Creo que los cuatro estamos muy agradecidos por todos los esfuerzos que hizo para salir adelante y hacernos gente de
bien y progresista.
Se dedicó al comercio y yo, en lo personal, mamé eso de su ejemplo y por eso estamos ahora al frente del negocio.
Con todas sus ocupaciones, jamás lo sentí lejano. Tuvo tiempo para todo. Quizá no nos dio cantidad en tiempo, pero
nos dio calidad. Muchas veces, cuando llegaba del trabajo ya noche, cansado, no reparaba en que le estuviera esperando para
que me ayudara en algún trabajo de la escuela.
Su costumbre de tener las puertas de su casa abiertas para todos se refleja ahora en el que yo recibo con gusto a la
familia de mi esposo, cuando veo que muchas amigas se resisten a hospedar a sus parientes. Es agradable sentirse hospitalaria,
acompañada, recibir el cariño de quienes recibimos.
Dar es lo importante, fue la mejor enseñanza de mi padre.
Quizá lo único que le cambiaría, si pudiera, sería ese carácter explosivo que de repente tiene. Aunque le diré que
no es tan frecuente.
Es un hombre íntegro en todos los aspectos.
Por
su parte, Guilermo, esposo de Alicia, comenta que como suegro es una persona sumamente comprensiva. Siempre fue muy accesible
con nuestro compromiso. Lo considero una persona muy centrada, muy seria, respetuoso
de las formas y el pensar de cada quien. Jamás ha intervenido en nuestro matrimonio, y mucho menos cuando han llegado a existir
esas pequeñas diferencias que existen en toda pareja.
Para mi, es como un segundo padre. Mi padre murió cuando yo tenía quince años y me he apoyado en Don Antonio en muchas
de las decisiones que he debido tomar a lo largo de la vida.
En lo profesional, ha sido mi maestro en el ramo de la ferretería. No nos entregó el negocio así como así. Yo trabajé
en la General Motors cinco años y medio. En cierta ocasión, él expresó su deseo de vender el negocio. Yo le dije que no lo
vendiera, que nos gustaría salir del Distrito Federal y ser independientes, y le propuse venirnos a Acapulco.
Conocí el trabajo de la ferretería desde abajo. Estuve en el mostrador, fui chofer, cobrador, y poco a poco me fui
involucrando en la administración buscando facilitar el trabajo con la introducción del equipo de cómputo, en fin, tratando
de que el negocio fuera más productivo.
Sin la enseñanza de Don Antonio y el apoyo de Licha, no habríamos podido salir adelante después de la crisis que sufrió
el negocio hace algún tiempo.
Nunca fue un patrón, fue un compañero de trabajo que soportó estoico las modernidades que yo aplicaba, aunque no le
gustaran mucho, pero que siempre coincidía en lo positivo.
Yo era un poco terco, necio, y a veces quería hacer las cosas a mi manera y él hubiera querido que las hiciera a la
suya, pero... su paciencia se imponía.
Y
es verdad... Antonio no les entregó el negocio hasta que consideró que estaban plenamente preparados.
Poco
antes de cumplirse el año de nacida Licha, nace Rafael. Por esas cosas del destino, queda como dato curioso el que ambos nacen
el mismo año: 1954.
Heredero
de los genes combinados de Alicia y Antonio, Rafael también resulta un joven emprendedor y estudioso. Cursa la primaria y
la secundaria en el MacGregor y parte a los Estados Unidos para inscribirse en la Lynsly Military School de Weeling West Virginia
con el objeto de aprender inglés.
De
regreso a la patria, entra al Centro Universitario México, el famoso CUM, en donde cursa la prepa. Comparte departamento y
coche con su hermana.
Para
sus estudios superiores, la Universidad Iberoamericana también le acoge y estudia Arquitectura.
Cuando
termina la carrera, junto con un grupo de tres amigos parte a Yucatán a fin de realizar una serie de estudios con miras a
presentar su tesis.
Trabajan
más de seis meses en el proyecto realizando cálculos, análisis, maquetas, en fin, todo eso que hacen los arquitectos. Era
1979. Prepararon todo con esmero y atingencia, regresaron a la ciudad capital y, orgullosos de su trabajo, presentaron todo
ante sus maestros.
La
mañana del 14 de marzo de ese 1979, la ciudad de México se veía sacudida por un fuerte terremoto. Una herida más de las tantas
que sería dificil de restañar.
Rafael
recibió una noticia que lo dejó helado: el edificio de la Universidad Iberoamericana había colapsado.
Se
puso en contacto, como pudo, con sus demás compañeros. La noticia se confirmó: la universidad se había caído, y con ella todo
su trabajo! Afortunadamente, el colapso no registraba desgracias humanas.
Debieron
de empezar de nuevo tesis y universidad. Con todo, Rafael se titularía exitosamente.
El
nuevo y flamante arquitecto, todavía con el recuerdo del doble esfuerzo realizado gracias a la madre naturaleza, regresó a
trabajar en su propio terruño.
El
sería ese respaldo técnico que Antonio necesitaba en materia inmobiliaria. Así es que, ya unidos padre e hijo, se crea Inmobiliaria
Catra, que a más de supervisar y administrar los inmuebles de la propia empresa, construye los necesarios para ella, como
aquel que se levantaría para dar cobijo a la ferretería.
Es
precisamente en la última planta de ese edificio en donde Rafael pone su despacho. Era un mezannine de 150 metros cuadrados,
al que el arquitecto le agrega otro igual. Actualmente su despacho abarca casi 300 metros cuadrados y tiene trabajando
a un montón de gente...
A
más de los inmuebles y las necesidades del clan familiar, Rafael genera sus propios proyectos, algunos de los cuales se han
realizado, pero quedando muchos en el tintero ante la apatía de las autoridades.
Uno
de ellos es muestra de lo aseverado. Durante la administración del Almirante Alfonso Argudín como Presidente Municipal, se
lanzó la convocatoria para el proyecto de remodelación de La Quebrada; Rafael presentó el suyo y obtuvo el primer lugar. Le
pagaron 250 mil pesos por ello pero, no bien se había iniciado el trabajo cuando terminó la administración de Argudin. El
sucesor suspendió los trabajos, y sólo se hizo una plancha de concreto que, por cierto, no sirve para nada por si sola, quedando
el proyecto abandonado por completo. Cosas de nuestra ideosincracia mexicana en materia de política.
Sin
amilanarse, junto con los también arquitectos Guillermo Torres y Juan Faril, creó una empresa dedicada a los proyectos, y
con la que cosecharía muchos éxitos: TAU, Taller de Arquitectos y Urbanistas.
El
12 de octubre de 1991 Rafael se casa con Pilar Beltrán, originaria del Distrito Federal y profesional del Diseño Gráfico.
Ya lo conocía, cuenta ella, trabajaba con una prima que ejercía la misma
profesión y le hacíamos algunos trabajos de diseño gráfico a Rafael. Era muy regañón, sobre todo cuando no les hacíamos las
cosas a tiempo, yo nada más lo veía, y un día que le entregamos un trabajo que le gustó mucho, nos invitó a comer... y así
empezamos.
Antonio
y Alicia estaban en Blacksburg, visitando a Tony, cuando recibieron una llamada de Rafael preguntando cuándo regresaban.
Y ahora...? Qué tanta prisa tienes porque regresemos, le dije curioso. Ninguna, contestó, pero necesito que vengan.
Ya le apuraba porque había decidido casarse. Como era la época en que trabajaba para el gobierno de José Francisco Ruiz Massieu,
pues tenía dinero y quería casarse.
Cuando regresamos, nos dio la noticia: quería que volviéramos para pedir a la novia. Ya tenía todo arreglado. Los papás
de acuerdo, la boda programada, el banquete pagado... todo... nuestra presencia era la único que faltaba.
Fueron
a pedir la mano de la novia y a conocer a los Señores Beltrán que vivían en México. Así es que, la verdad es que se hicieron
dos bodas. Una en la ciudad de México, que solventaron los padres de la novia y a la que asistieron más de 200 acapulqueños,
y otra en Acapulco, a la que llegaron igual cantidad de capitalinos, solventada totalmente por Rafael. Los mares del sur fueron
testigos de la luna de miel.
Tienen
cuatro hijos, la segunda y tercera pequeñas nacieron en la modalidad de parto acuático, recibidas en mano directa por el propio
Rafael, filmando el proceso como recuerdo imborrable. Ya tenían tres pequeñas: Pilar, Karina y Regina. El cuarto parto ya
no pudo ser en el agua pues la moda había pasado y los hospitales alegaban contaminación y demás pretextos para evadir la
responsabilidad.
Cuando
llegó la hora, escogió el Hospital Magallanes. Su parto fue tan rápido que salimos a comprar no sé que cosa, y cuando regresamos
el bebé ya había nacido! recuerda todavía asombrado Antonio. Rafael II gritaba desaforado mientras su madre lo bañaba.
Pilar,
la esposa de Rafael, es una mujer muy especial, a la que le gusta mucho ayudar a la gente pobre. Cuentan que quería ser monja,
pero por alguna razón del destino no llegó a serlo. Sin embargo, practica la caridad como si lo fuera. Sus relaciones con
los Legionarios de Cristo de la Universidad Anáhuac le permiten realizar sus obras con largueza y sin preocupación. Cuando
se fundó la ciudad Plácido Domingo, donada totalmente por el famoso tenor para los damnificados del Pauline, se abrió una
escuela. Como los principales partícipes fueron los miembros de la Universidad Anáhuac, Pilar fue nombrada Directora de la
instutición, cargo en el que duró casi tres años entregada de tal forma que enfermó, llegando así el momento en que tuvo que
retirarse.
El
problema que le causó esa apasionada entrega le llevó hasta verse hospitalizada en México y recibir un largo tratamiento.
Nos dio plena libertad para hacer de nuestra vida lo que quisiéramos. Nos daba la oportunidad de elegir. Y es lo que
más aprecio de él. Pero no nos dio esa libertad así, abiertamente, de forma que podría haberse convertido en libertinaje,
no, mi padre nos enseñó a enfrentar nuestras propias responsabilidades.
Cuando me fui a inscribir al CUM, me topé con la sorpresa de que, en los resultados del exámen de admisión, se me había
asignado al turno vespertino. De inmediato intenté hablar con el Director, pero no me lo permitieron. Los dos días siguientes
lo intenté nuevamente, con los mismos resultados.
Quería hacer las cosas por mí mismo, sí, pero no me agradaba la idea del turno vespertino; además, tenía muy buenas
calificaciones y estaba seguro de haber contestado bastante satisfactoriamente el exámen, por lo que me parecía una injusticia.
En ese entonces mi papá era presidente municipal, así es que le hablé por teléfono a su secretario particular y le
rogué que me echara la mano... pero sin que se enterara mi padre.
Al día siguiente, sin saber si había intervenido o no el Lic. Nelson Bello Solís, solicité de nuevo hablar con el Director.
No, hombre! Me estaban esperando desde la entrada...
-Disculpe usted... no sabíamos de quién se trataba, dijo a modo de disculpa el Director.
-Perdone, no se trata de eso... yo lo único que quiero es aclarar lo de mi exámen... le refuté.
El expediente demostró que tenía 9.8 de calificación, lo que me permitía estar en el turno matutino, y así fue. Creo
que es la única vez que recurrí al soporte -e indirecto- de mi señor padre.
Nos tenía tanta confianza, que si me permites te contaré otra anécdota:
El Centro Universitario México era una de las mejores escuelas; era marista y, quizá por mi forma de pensar, un poco
identificada con las ideas marxistas de la época, me calificaban de rojillo.
Mi padre, por ahorrar tiempo y envíos, me permitía firmar mis propias boletas de calificaciones, de las cuales eso
sí le enviaba rigurosamente una copia.
El Maestro de Moral, quizá por evitarse dolores de cabeza, presentó a principios del curso la disyuntiva voluntaria:
el que no quisiera entrar a su clase tendría una B de calificación. Yo, obviamente, acepté. Lo hice porque su clase era a
las siete de la mañana, y de esa manera podría entrar a las ocho.
Precisamente por ese concepto de rojillo en que me tenían, querían sacarme de la escuela. Sin embargo, como tenía buenas
calificaciones y no daba motivo directo, buscaron la forma.
Un buen día, me informaron que mi padre estaba en la dirección de la escuela. Lo primero que pensé fue que algo había
pasado en Acapulco.
Azorado, me presenté en la Dirección y pregunté qué hacía mi padre ahí.
-Yo lo mandé llamar, dijo muy seco y serio el Director.
-Ahh sí?... Y porqué? pregunté todavía sin entender.
-Por dos razones. La primera, por la serie de retardos que usted tiene...
-Retardos? No señor, no puedo tener retardos porque el maestro nos propuso que, si no queríamos entrar a su clase de
moral, podríamos hacerlo pero nos ganaríamos sólo una B...!
El Director, sin aceptar, pero concediendo, pasó a la segunda fase de su ataque.
-Pero no podrá usted negar -señaló dirigiéndose a mi padre- que el que este jovencito falsifique su firma es un delito
que merece la expulsión!
-De ninguna manera, porque tiene mi autorización para hacerlo... intervino mi papá.
El Director ya no supo que decir...
-Y para eso me mandó usted llamar? para eso me hizo venir desde Acapulco? reclamó mi padre redoblando su respuesta
fulminante. Eso me lo hubiera podido decir Usted por teléfono!
Me dejaron en paz. Pero lo importante para mí fue sentir ese respaldo de mi padre.
Con
todo, Antonio también sabía poner en su lugar las cosas de una manera práctica.
Aquel calificativo de rojillo no andaba lejos de la realidad. Los sucesos mundiales, el crecimiento y florecimiento
del proceso comunista, reflejado en todos los jóvenes del orbe y de la época, resonaba también en la mesa del comedor familiar.
Algunas veces, en esas pláticas de sobremesa que se convierten casi en discusiones, unos defendía el capitalismo, otros,
como yo, el marxismo y el comunismo. Mi padre, muy sabiamente, me decía: ya te veré... ya te veré... e incluso llegó a proponerme:
si quieres, te doy para que te vayas a una universidad de Chile, o de Cuba... pero sólo el boleto de ida...
Ahora comprendo su postura, y es algo más que le agradezco: su delicada firmeza.
Pero, sabes qué otra cosa admiro de él? Su adaptación al tiempo, sin romper sus propias reglas. Se adaptó a vernos
lejos, a vernos crecer lejos y con ideas propias, a la propia libertad que él nos había concedido. Pero, cuando veníamos a
Acapulco, bajo el techo de la casa paterna, se respetaban las reglas que nos habian regido desde niños.
Ahí está el edificio de la nueva ferretería. Es una palpable muestra de esa adaptación. Si bien bajo sus normas, me
permitió aplicar mis ideas en él. Sobre todo la de la estructura del techo.
Soy muy creativo, me gustan las ideas novedosas, como arquitecto siempre ando ideando cosas. Gracias a él, a su guía,
me desenvuelvo bastante bien en mi medio.
Y
vaya si lo hace. Precisamente la entrevista con él hubo de retrasarse un par de días, debido a que había partido a la capital
del país para recibir el Premio Nacional de Vivienda 2005, por el Mejor Proyecto Ejecutado, que otorga la Comisión Nacional
de Fomento a la Vivienda y otros organismos del ramo agrupados en el Gobierno de la República. La presea, una de las más importantes
en el ámbito nacional del urbanismo y la arquitectura, se suma a otros cinco premios alcanzados a nivel regional, y a un reconocimiento
realizado por la Revista Obras, una de las más influyentes en el renglón.
Rossana,
la tercera hija de Antonio, nace en 1957. Los tres años de diferencia con sus hermanos se deben a que, habiendo nacido los
dos primeros dentro del mismo año, Antonio y Alicia deciden frenar un poquito la fábrica de bebés espantados por su fecundidad.
Incluso habían decidido quedarse sólo con la parejita... pero Dios dispone!
Rossana
también estudia primaria y secundaria en el MacGregor, y parte a México para continuar sus estudios. El camino ya está andado
y se cuenta con departamento, coche y costumbres que sus hermanos fincaron en la ciudad de los palacios.
Ella
selecciona la Universidad de La Salle para cursar la carrera de Ingeniería en Sistemas, se gradúa y encuentra trabajo en Bancrecer,
institución bancaria de cierto renombre por esos años.
La
mañana del 19 de septiembre de 1985, el día del terremoto que dejara la más profunda huella lacerante en México, estaba ella
sola en el departamento del séptimo piso. Ya se han de imaginar ustedes temor, reacción y terror de la jovencita; con todo,
no se imaginó las consecuencias hasta que vio la televisión.
La
familia en Acapulco intentó localizarla, pero por la falta de comunicaciones originada no pudieron, así es que le pidieron
a Jorge, sobrino de Antonio, fuera a buscarla. Pudo localizarla hasta la noche; sin embargo, la familia ya estaba más tranquila
pues las noticias reportaban a la Colonia Nápoles sin daños.
Al
llegar su primo desde el puerto, Rossana decide regresarse con él a Acapulco... y se queda a vivir definitivamente en la Perla
del Pacífico.
Como
no podía, ni quería depender de la bondad económica de papá, en 1980 había decidido abrir un negocio junto con Jorge y Licha.
Antonio les cedió una cortina del negocio de cinco de mayo y ahí se abrieron las primeras instalaciones de D’Mimbre,
pequeña tienda de accesorios de mimbre y ratán, en la que ya incluyen algunos muebles. Mientras ella estudia en México, el
crecimiento del negocio les lleva a un nuevo local ubicado en el Centro Comercial Flamboyan, sobre la Costera. Un buen contrato,
la remodelación total del Hotel Hilton, les deja ganancias suficientes y abren Ratan-Ratan, ya mueblería especializada, en
Cuauhtémoc e Insurgentes, quedando instalados en ese domicilio hasta la fecha.
Alicia
se deslinda del negocio y Antonio compra las acciones de ésta, pasando a ser socio de la mueblería. Rossana, a su regreso
en 1985, asume la total dirección de la empresa, pues es la época en que Jorge goza de una intensa actividad política que
le roba mucho tiempo y el negocio había empezado a flaquear dejando la disyuntiva: o se cerraba, o se le inyectaba dinero
para levantarlo. Antonio entonces le propone a Jorge comprar sus acciones. A la venta, le regala esas acciones a su hija y
queda como propietario tan sólo de una tercera parte. Te diré que de todos modos ella es la que lleva las riendas del negocio,
ella dispone, así es que yo nada más soy un mero espectador, comenta Antonio carcajada de por medio.
Antonio
Vizcaíno, Técnico en Hotelería llegado a Acapulco, ante la problemática de un renglón turístico decadente ya, dejó el medio
y abrió algunos negocios, como el de reparación de automóviles por el Boulevard de Las Naciones, pero en los que no le fue
muy bien que digamos.
Un
día, conoce a Rossana, encuentran esa chispa que brota sólo en las parejas afines, y en poco tiempo estaba ante Antonio y
Alicia dando a conocer sus intenciones.
El muchacho me pareció sincero y le dijimos que no nos interesaba que no tuviera dinero. Incluso, le avisamos que hablaríamos
con Rossana y si quería fiesta, fiesta tendría. La hicimos, y a ella asistieron todos los miembros de la familia del joven
que quisieron.
Ya
habían contratado en el Acapulco Plaza -ahora el Crown- un salón para 500 personas a fin de celebrar la boda la segunda quincena
de noviembre, cuando sucedió algo imprevisto.
Antonio
había padecido una hernia inguinal en la parte derecha que le fue operada tres veces. Hasta la última fue cuando quedó perfectamente
bien. A principios de octubre, observó que tenía una pequeña protuberancia en la parte inguinal izquierda, y se trasladó a
la ciudad de México para una revisión con el mismo médico que le había atendido la última vez.
Por
decisión del galeno se debía operar antes de tener mayores compicaciones, asegurándole que en tres o cuatro días regresaría
sano y salvo a su casa en Acapulco y listo para la boda.
Alicia
avisó a sus hijos que Antonio se operaría en el Hospital Los Angeles. La operación de la hernia resultó exitosa. Pero el recién
operado acusó una ligera temperatura cuando ya andaba caminando por los pasillos en plena recuperación, se dobló y debieron
llevarle prontamente a su cama, descubriendo el médico que era una enfermedad no muy común y de nombre casi impronunciable:
polimieloradiculoneuritis anterior aguda, y cuyo nombre oficial es Guillian Barre.
La
rara enfermedad era causada por un virus que seguramente fue transmitido a Antonio al aplicarle la anestesia, que fue del
tipo ráquea.
Le dije al doctor que estaba sintiendo todo lo que me hacían, por lo que se ordenó poner más anestesia. Yo creo que
es ahí cuando me transmiten el virus, afirma Antonio.
Llegó
a tener una temperatura tan alta que no recuerda lo que pasó esa noche. Al otro día, como a las diez de la mañana, despertó
con un cateter por el que infundían todos los medicamentos diagnosticados.
-Qué
me pasó? preguntó ansioso.
-Tuvo
usted una fiebre muy fuerte. Le tuvimos que cambiar once veces las sábanas, le contestó informándole la enfermera.
Por
fin cedió la fiebre. Trajeron al Dr. Madrazo, aquel especialista en el mal de Parkinson. El Dr. Madrigal y el Dr. Martínez
de Pinillos, sobrinos ambos de Antonio, sugirieron su presencia avisados de la gravedad del caso.
La
llegada del especialista fue espectacular; el séquito estaba conformado por al menos once personas, lo que asombró a Antonio.
Qué es esto? dije para mis adentros. Me preguntó una serie de cuestiones que me dieron risa. Que si había comido capulines,
que si esto, que si lo otro. Yo le respondí que había llegado muy sano al hospital -bueno, considerando que sólo iba por la
operación de la hernia- y la respuesta fue en media lengua porque uno de los síntomas que acusaba yo era el que no podía hablar
bien, sentía la boca adormecida... mejor dicho, todo el cuerpo lo tenía adormecido.
-La
ventaja es que no le ha llegado al cerebro, dijo medio displicente el afamado galeno, porque le hubiésemos tenido que realizar
una traqueotomía.
La
sonda que se le había puesto era para orinar, pues había perdido la fuerza de los músculos del cuello para abajo. De ahí el
cosquilleo, el sentir el cuerpo adormecido.
A
base de cortisona fue mejorando. A los cinco o seis días pudo mover las extremidades; a los diez días lo trasladaron al departamento
de la Nápoles.
Sin
embargo, persistía un problema: la presión. Lo mismo le subía que le bajaba, causándole no sólo los malestares y riesgos conducentes,
sino una inquietud agobiante, pues se acercaba ya la fecha de la boda. Eran ya los primeros días de noviembre.
El
cardiólogo que le atendía le dijo un día:
-Usted
debe tener algún problema, porque yo lo veo preocupado por algo, y eso le está causando las variaciones de tensión. Cuál es
su problema?
-Pues
efectivamente, no es un problema de vida o muerte, pero que no deja de causarme inquietud. Se acerca la boda de mi hija y
me consultaron sobre el cancelarla; yo les dije que no, que ya todo estaba cubierto y no puedo permitir que la cancelen sólo
por mí, por mi enfermedad. Si no puedo ir a la boda, no voy, pero no puedo permitir que la suspendan.
-Pues
eso es efectivamente lo que lo tiene así... váyase a Acapulco, póngase en manos de un médico de su confianza y verá que pronto
se mejora, señaló el cardiólogo.
De
regreso en el puerto, Antonio efectivamente mejoró un poco, le siguió atendiendo Martínez de Pinillos, pero todos los días,
a cierta hora, sentía algo como que se le subía y se ponía intensamente rojo de la cara. Pasada la media hora o la hora, se
le pasaba, regresaba a la normailidad. Su sobrino le señaló que eran nervios y que debía dejar de preocuparse.
Me dijo que cuando me pasara, llamara a mi chofer o a alguien de la familia,
me subieran al auto y me llevaran a dar la vuelta, a distraerme por completo. Licha mi hija se ofreció a hacerlo; diariamente
ahí estaba, a las cinco de la tarde, pues el suceso parecía programado con reloj. Me subía al coche y recorríamos todo Acapulco
por espacio de una hora. Y efectivamente, aquel calor y enrojecimiento fue desapareciando paulatinamente.
Llegó
por fin el día de la boda. Antonio, que aún tenía puesta la sonda, con todo y ella, disimulada por el traje, naturalmente,
llevó a su hija hasta el altar, que le sostenía con fuerza y una mirada agradecida.
Todavía,
incluso, asistió a la boda por lo civil, realizada en los mismos salones del Hotel Acapulco Plaza, y se mantuvo por un rato
más en la fiesta.
Acompañado
en todo momento por el Dr. Roberto Martínez de Pinillos, le indicó que sentía que estaba sangrando por la sonda, a lo que
el médico replicó que se podía ir, que ya había pasado todo, por lo que sería mejor se fuese a descansar. El mismo le llevó
hasta su casa, le acomodó en su cama y la esposa de Tony se ofreció a quedarse para cuidarlo.
A
los pocos días el problema regresó; su hijo Antonio, que ya vivía en Estados Unidos, le pidió que se fuera para que le revisaran
allá. En el Hospital de Medicina de la Universidad de Virginia le hicieron todas las pruebas habidas y por haber y, al final,
le dijeron que no tenía nada. Regresó al puerto y su mejor cura fue el tiempo. Poco a poco se le fue quitando.
Durante
algún tiempo Rossana y su esposo no tuvieron hijos.
Dos
años después, cuando quieren encargar... no pueden! Deseosos de conocer cuál es el problema, viajan a México para consultar
algunos especialistas y empieza la odiséa.
Finalmente,
se deciden por la fecundación in-vitro y, por ese método, nace Rossanita, la única niña que tienen y que cumple actualmente
los nueve años.
Cuando
la pequeña tiene un año, buscan de nueva cuenta encargar, pero no lo logran y deciden quedarse sólo con ella.
Yo recuerdo a mi padre inclinado sobre mí ayudándome a hacer mi tarea evoca
Rossana. Las matemáticas eran mi fuerte, se me facilitaban; lo que se me atoraba eran las cosas relacionadas con la literatura
y era en las que me ayudaba. Era estricto, sí, pero no regañón. Le teníamos miedo cuando se enojaba, porque como todos, alguna
vez se enojaba, pero se le pasaba luego.
Aunque te diré que la educación en realidad estaba a cargo de la abuela -la
mamá de Antonio- que era quien decidía, quien mandaba en esa casa, durante nuestra niñez. Incluso, cuando mis hermanos
se van a México a vivir por causa de sus estudios, mi abuela se va para estar al pendiente de ellos... y más tarde de mí.
Mamá y papá trabajaban, pero bien que se daban la oportunidad para estar con nosotros la mayor parte del tiempo. Cuando
vino la etapa política de papá, nos habló y nos advirtió: esto es pasajero; van a tener muchos amigos nuevos, que se retirarán
cuando yo ya no sea autoridad, algunos se quedarán y seguirán siendo sus amigos, pero muchos se retirarán; así es esto de
la política, es pasajero.
Nuestra adolescencia fue tranquila, quizá porque ya estábamos en México y veníamos cada quince días; además, yo ya
trabajaba, empecé a trabajar a los 19 años, así es que no nos dio tiempo de ser rebeldes. Creo que el único rebelde fue Rafael.
Nunca fuimos “hijos de papi”; fuimos y somos personas normales, sencillas, porque así nos enseñó y fue
el ejemplo que nos dio.
Estando en México, nos daba una mensualidad que cubría nuestros gastos directos, escolares, habitacionales, y de comida.
Si te alcanzaba o no, era tu propio problema. Había que ahorrar si querías una diversión, o realizar algún gasto personal
extra. Te tenías que adaptar a lo que te daban.
Al famoso vocho que teníamos le llamábamos el cincopesero, porque cada quien le ponía cinco pesos de gasolina cuando
lo usaba... y no más!
Pero todo eso fue parte de nuestra enseñanza...
Te aclaro que, en lo personal, me hubiese gustado que fuera un poquito más cariñoso y más abierto... aunque abierto
lo fue, pero muy indirectamente. Por ejemplo, en cuestiones de sexo, jamás habló con nosotros al respecto, pero bien me daba
cuenta de que dejaba a nuestro alcance libros ilustrativos al respecto.
Tony
es el cuarto hijo de Antonio, y nace en abril de 1961, producto del viaje que realizan en 1960.
Con
él tenía dos parejitas, y deciden cerrar ahí mismo la fábrica.
El
pequeño sigue la misma ruta que sus hermanos... con el mismo carácter y virtudes de ellos: estudioso, emprendedor, destacado
y, sobre todo, muy responsable.
Cuando
Tony cursaba su secundaria, los secuestros estaban de moda en Acapulco y Antonio había recibido ya varias amenazas, por lo
que decide enviarlo también a la ciudad de México para continuar sus estudios. Viviría en Pensilvania 200, dirección del departamento
que había adquirido para que viviesen sus herederos mientras estudiaban.
Había
una maestra en el MacGregor, española por cierto, que tenía mucha relación con los directivos del Colegio Madrid en México.
Recomendó
a Antonio como un alumno muy destacado y el cambio no tuvo problemas, sobre todo considerando que le faltaban sólo un par
de meses para terminar el curso.
Llegando
allá, le hicieron un examen de reconocimiento y, aprobado éste con largueza, se quedó inscrito cursando no sólo lo que faltaba
de sus estudios secundarios, sino también la preparatoria, que entonces era de tres años.
Respecto
a los secuestros, las amenazas cesaron en cuanto Antonio se enfrentó acremente a uno de los presuntos delincuentes.
Cada rato me hablaban para pedirme dinero, advirtiéndome que, de no dárselos, secuestrarían a alguno de mis hijos o
a mi esposa; yo no les hacía caso. Una vez, maltraté duramente al que me llamó y le dije que le estaba grabando y que la Zona
Militar ya tenía conocimiento de todo, que le podían localizar fácilmente. Ahí cesaron las llamadas.
Pero
no la preocupación, pues las notas periodísticas daba cuenta de personajes atrapados por las garras del crimen organizado,
algunas de ellas muy cercanas a Antonio, como el caso de Vicente Rueda, que por fortuna regresó sano y salvo a su casa a comparación
de otros que perdieron la vida.
Tony
era muy amigo de su primo Manuel Díaz Trani, que estudiaba con él la preparatoria. Juntos, deciden estudiar aeronáutica. Ya
Antonio le pagaba unos cursos para pilotear, pero no imaginó que los aviones y todo lo relacionado con este campo le llamara
tanto la atención.
Fue
precisamente su instructor de vuelo el que, una vez que le comentaron sus intenciones, les indicó que esa carrera en México
no tenía futuro. Incluso mandó llamar a Antonio y entre ambos intentaron convencerlo de que estudiara otra cosa. Pero él no
cedió.
Junto
con su primo, entró al Instituto Politécnico Nacional y, cuando cursaban el primer semestre de la carrera de Ingeniería en
Aeronáutica, le dijo a Antonio:
-Oye
Papi, no sé como pienses, pero todo esto que me están enseñando yo ya lo sé. Siento que no voy a progresar; no me han enseñado
nada nuevo.
Y
efectivamente, Tony era muy dedicado y estudioso, tanto que muchas veces adelantaba conocimientos en la búsqueda de información
complementaria.
-Y
qué piensas hacer... preguntó su padre.
-Pues
he pensado en estudiar en alguna universidad de los Estados Unidos... me la puedes pagar?
Claro
que ya para esto Tony había escrito a tres universidades que tenían la carrera; una en Phoenix, otra en Florida y una más
que escapa a la memoria.
-Y
cuál consideras tú que sea la más viable en cuanto a la calidad de estudios, al renglón económico, etc .
-Me
he decidio por la de Daytona Beach, en Florida; es buena y un poco más económica que las otras.
Antonio
acompañó a su hijo hasta la propia universidad para inscribirle, y retornó en enero para instalarle. Una vez realizados los
trámites de rigor, tras comprarle un pequeño auto que le serviría para trasladarse, como Daytona es una ciudad turística,
invitó a su hijo al Jai Alai a pasar un rato. Le sorprendió ver, entre los pelotaris, el nombre de Trani.
Terminados
los partidos, fueron tras bambalinas a buscar al homónimo de apellido, resultando éste ser de Acapulco e hijo de Manuel Trani,
sobrino en tercer grado de Antonio. Huelga decir que la identificación fue inmediata y el trato por demás cordial.
Me regresé satisfecho porque así, al menos, Tony ya contaba con una persona de confianza a quien acudir en caso de
algún problema.
Tony
hizo una carrera de cinco años en tan sólo tres años y medio. Todos los veranos se quedaba para adelantar estudios, y unicamente
venía un par de semanas de visita a la casa paterna.
Orgullosos,
Antonio y Alicia fueron a su graduación de toga y toda la cosa.
El
orgullo de los Trani estaba más que justificado. Tony, no conforme con los estudios que realizaba, previendo que llegara a
ser realidad aquello de que la aeronáutica no tiene futuro, estudio simultáneamente la carrera de Ingeniero Civil en
sus ratos desocupados en una universidad cercana, recibiendo junto con su diploma, el permiso para ejercer en toda la unión
americana.
Mas
cuando pensaban que ya podrían llevarse al hijo de regreso, Tony les salió con que quería estudiar un posgrado y, como siempre,
ya tenía seleccionada la Virginia Polytechnic Institute and State University de Blacksburg, en Virginia, para hacerlo.
El
muchacho lo merecía y Antonio y Alicia fueron hasta Virginia para inscribirlo e instalarlo.
Tras
diez horas de viaje en auto, al anochecer llegarón y lo primero fue hacer un recorrido por la universidad. La arquitectura
de la institución, antigua, del tipo inglés, cautivó de inmediato a los Trani.
El
primer año, Tony vivió en el campus universitario, pero buscaba un poco de privacidad, sobre todo porque le habían tocado
algunos compañeros verdaderamente sucios.
En
unión de otros latinos, rentó un departamento en la ciudad, Antonio le cambió el modelo de auto para actualizarlo y se enfrentó
al futuro.
En
Blacksburg, el Dr. Donald Drew fungió como su mecenas. Un mecenas es un maestro que agrupa una serie de alumnos que trabajan
bajo su supervisión en algún proyecto -principalmente gubernamental- y que les pagan por realizar.
Así,
un año más tarde, Tony escribía a su padre que ya no le mandara dinero, que de ahí en adelante él se sostendría por su propia
cuenta. Ya le pagaban mil dólares mensuales, suficiente para su sostenimiento.
Así
terminó su posgrado.
Cuando íbamos a visitarlo, el Doctor, que se ve le estimaba muchísimo, casado con una mexicana de Aguascalientes por
lo que hablaba perfectamente el español, nos invitaba a infinidad de lugares.
Una noche que nos habían invitado a cenar, mientras nuestras esposas salieron a ver algo por ahí, me dice:
-Usted tiene un hijo del que debe sentirse orgulloso; calculo que sabe más que yo. Tiene usted mucha suerte de tener
un hijo de esa categoría. Lo felicito.
Para mí fue una satisfacción enorme, dice emocionado nuestro personaje.
Cuando
terminó su doctorado, Tony le escribió a su padre una carta de cinco hojas, en la que tras muchas vueltas le decía que había
conocido a una muchacha dominicana, de ascendencia española, y que tenía pensado casarse con ella. Mejor dicho, que estaba
decidido a casarse con ella. Y que tenía el deseo de que fueran a conocerla.
La
sorpresa fue que, cuando los Trani llegaron, Tony ya se había casado con la hermosa María Teresa Tarragó Medina! Claro que
la boda fue muy al estilo americano, con sólo dos testigos y... a volar paloma!
Los
fueron a recibir al aeropuerto y de ahí partieron a la casa en donde recibieron la extraña noticia de que, si bien se habían
casado ya, no vivían juntos pues pensaban casarse por la iglesia.
Recuerdo que se casaron cuatro meses antes por el civil y porque se vieron impelidos por mi querida consuegra. Como
toda persona de ascendencia palestina, creyeron que al presentarnos a su hija podría no ser de nuestro agrado. Ella misma
me contó que le habia dicho a su hija que era un magnífico partido y que ese hombre tenía que ser para ella, que tenía que
casarse con él, evoca riéndose Antonio.
En
1986 la boda religiosa fue en Santo Domingo, República Dominicana y hogar de los padres de ella. Fue toda la familia Trani,
completa, incluyendo a las hermanas de Antonio y sus hijos. Advertidos los padres de la novia de que en México no se acostumbraba
celebrar el acontecimiento de pie, mandaron colocar una serie de mesas y sillas como una forma de respeto y cariño para sus
consuegros y familiares.
Unos
días antes, el clan Trani femenino le hizo una despedida de soltera a la novia, lo que le llamó poderosamente la atención
pues en Dominicana no se acostumbraba.
Tres
años más tarde nacía su primer hija, Ariane, y tres más adelante el niño, Antonio Ramón. Con el pretexto de que necesitaban
espacio para cuando los padres de ambos les visitaran, compraron una casa más grande, y tres gatos que les acompañan a todas
partes.
Tony
es Maestro de tiempo completo (Associate Professor of Civil & Environmental Engineering) en la misma universidad en que
estudió su posgrado y doctorado, y heredó el puesto del Dr. Drew, su mentor y amigo, teniendo ahora diez jóvenes a su cargo,
y proyectos de la NASA que le dejan bastante buen dinero a la Universidad.
Da
conferencias invitado por otras universidades, e incluso en extranjeras, como la de Pekin, en China, a donde realizó un viaje
de tres semanas, o la de Brasil, en donde existe una de las más grandes fábricas de aviones del mundo.
Mi papá ha sido siempre una guía maravillosa que es dificil de explicar en palabras, comenta Tony vía e-mail desde Estados Unidos, su lugar de residencia. Salí de casa a los 14 años a la Ciudad de Mexico
-enviado por Antonio debido a la racha de secuestros- y sin embargo mis padres, en especial mi papá, forjaron en nosotros
un espíritu de rectitud y honestidad que siempre les agradeceré.
Mi papá siempre mostró integridad y honestidad con todas las situaciones que sucedían en casa. Sus enseñanzas siempre
fueron de rectitud y humildad. De él aprendi que las personas, y en especial los padres, deben mostrar y fomentar en sus hijos
un código de conducta indomable, y que uno debe apreciar a los demás por sus valores y comportamiento.
Otra característica que admiro de mi padre es su espíritu inquisitivo y autodidacta. Aunque sólo cursó la secundaria
(ya que tuvo que trabajar desde muy temprana edad para ayudar con el sosten de la familia) posee una visión del mundo bien
fundada y muy amplia. Su ansia de conocer más del orbe le ha llevado a ser ciertamente un autodidacta.
Sus recorridos por tierras extrañas le han formado una vision global de las cosas que pocas personas pueden comprender.
Desde muy pequeños, mi padre nos indujo a aprender y, lo curioso, es que una vez fomentado ese espíritu inquisitivo, nunca
recuerdo que tuviera que repetirnos nuestras obligaciones de tarea y de esfuerzo ni en la secundaria ni en la carrera. Parece
ser como si la formación temprana que nos dio nos haya fincado un fuerte patrón para el aprendizaje. Eso es algo de lo que
siempre le estaré agradecido.
Hoy en dia, miro hacia atrás las enseñanzas que mi padre me dio en esos años formativos, y me siento muy orgulloso
de haber compartido esos momentos con él y la familia. Su ejemplo de rectitud es mi guía y espero pasar aunque sea un poquito
de su sabiduría a mis hijos, Antonio, Ramón y Ariane, en un sociedad muy diferente, como es la de los Estados Unidos, en donde
vivimos.
Para una persona que ha estado fuera de su casa por tantos años, es difícil no poder estar agradecido por todas la
oportunidades que mi padre me dio. En el calor familiar, en su sacrificio por nosotros, en las enseñanzas, en su amistad,
en su temperamento. En fin, todas esas vivencias tienen hoy en día una causa transcendental que agradecer.
Cabe aclarar que detrás de un gran hombre, hay una gran mujer: mi madre.
Ella ha sido una luz guía también en otro aspecto: la bondad y compasión por los demás.
Esa
era la familia directa de Antonio, sin contar, claro, a María Olmedo, madre de sus sobrinos que viviera en la casa familiar
desde hace casi cincuenta años; o al tío Miguel que llegara de paso y se estuviera por muchos meses, o a sus propios sobrinos
que pasaran niñez y juventud al lado de sus hijos, tratándose como hermanos, y tantos y tantos otros familiares y parientes
que en una época o en otra llenaba siempre la casa de algarabía... llenan, mejor dicho, porque aún sigue habiendo alguno de
ellos viviendo su propia temporada.
Si
bien Antonio ha sido puente de salvación para mucha gente, esa misma actitud le ha traído más de un dolor de cabeza. Ya señalamos
que brindó todo su respaldo a María Olmedo, que en juveniles amores tuviese dos hijos con su hermano David. Hasta la fecha,
vive en su casa. Los sobrinos fueron criados en las mismas circunstancias que los primos y bajo las mismas prerrogativas,
sólo que por razones de la vida no correspondieron a las expectativas de Antonio.
De
este caso, es seguro que se desprende otro que, aunque nuestro personaje no lo reconoce, le lastima el alma de alguna manera.
El alejamiento de su cuñada Ofelia.
Pero,
vamos por partes. Pasados los amores juveniles, David, cabeza hueca de siempre, siguió su vida. Conoció y casó con Ofelia,
con quien tuvo un solo hijo: Davicito. Las relaciones con la familia eran cordiales aparentemente.
Doña
Adolfina, la mamá de Antonio, siempre se preocupó por la vida de David y, como buena madre, le justificaba sus errores y fracasos.
Tras alguno de ellos, sugirió a Antonio que se vendiera la casa de Bernal Díaz del Castillo, y la mitad del producto de su
venta se le diera a David y a Ofelia para que iniciaran un nuevo negocio. Esa casa era de Antonio, la había construido con
su esfuerzo. Significaba el primer logro material alcanzado en su vida, aunque el terreno fuese de su madre.
Un
poco renuente, pues varias veces le había ayudado ya, Antonio cedió, y su hermano y su cuñada pudieron abrir el negocio de
refacciones para refrigeradores y lavadoras que hasta la fecha disfruta la ya viuda. Ah, pero no quedó ahí; Antonio todavía
le cedió un terreno que había comprado en Hornos Insurgentes y del cual faltaba una piscacha apenas por pagar, señalándole
a David que construyera ahí su casa, que él le cedía lo que había abonado. Así, David sólo debería pagar el faltante.
Curiosamente,
es a ese negocio al que sí le ponen todo su entusiasmo y le hacen progresar; debe reconocerse el esfuerzo de ambos, de David
y de la propia Ofelia.
El
fallecimiento de Doña Adolfina, y más tarde el de David, alejarían a Ofelia de la Familia Trani.
En tierras extrañas
Uno
de los galenos más relevantes de la comunidad porteña, el Dr. Carlos Soto comenta que en 1948, una vez que vine de vacaciones
a Acapulco, en la playa de Caleta conocí a un hombre delgado, con mucho pelo, era hermano de Adolfina y Adelita, amigas de
mi hermana Soledad. Nadamos, comimos y, por la tarde, fuimos a Playa Hornos para ver la puesta del sol.
Ya había escuchado hablar de Antonio Trani, pues somos paisanos de Ometepec, incluso mi padre me decía que somos medio
parientes, algo así como primos en segundo o tercer grado.
Regresé a México a continuar mis estudios y, de nuevo en Acapulco en 1957, me enteré de que tenía una ferretería. Fue
hasta el 62 cuando, por la amistad que guardaba con el Dr. Ricardo Bernal, cuñado de Antonio, me integré a un grupo que formamos,
como de unas quince personas, realizando cada semana una fiesta rolando las casas.
Pinceladas Musicales (el famoso Currutá-currutá de Antonio) era el disco obligado en esas fiestas, porque la grabación
de las diversas piezas era continua y alegraba más el ambiente.
Así le conocí más a fondo, era alegre, fiestero como todos nosotros, pero muy responsable, cumplido, un hombre excepcional.
Lo mismo formaba parte de una comparsa que concursaba en el carnaval y en la que participaba disfrazado -ganamos por cierto
el primer lugar dos veces- que atendía cotidianamente su negocio, su familia y sus responsabilidades.
El grupo dejó de salir tanto cuando se vino la racha de secuestros. Como pachangueros que éramos, llamábamos la atención,
y secuestraron a Vicente Rueda. Todo eso enfrió, no las relaciones -aunque nos distanciamos un poco- pero sí salidas y fiestas.
Apenas hace unos cuatro años -a principios del nuevo siglo- volvimos a formar
un grupo de jugadores de dominó.
Toño es muy altruista, pero no presume su caridad. Yo tengo un magnífico concepto de él. Es mi compadre, y me siento
orgulloso de ello. Es padrino de confirmación de uno de mis hijos, de Sergio.
Además, es un buen viajero y muy buen compañero de viaje. Hemos viajado juntos a varias partes de México... y del mundo...
y se las sabe de todas, todas!
Y no nada más él lo dice. Algunos otros de aquellos que le han acompañado a algún viaje,
alaban no sólo el conocimiento de Antonio sobre los lugares a visitar, sino la previsión que tiene de informarse.
Como
ya hemos comentado, una de las materias que más le gusta es la geografía. Al paso de los años, adquirió muchos libros de geografía,
historia, atlas e incluso una enciclopedia geográfica de doce tomos, conviritendose en un viajero de la ilusión, pues cada
vez que abría uno de sus libros, la mente volaba en aras de aquel lugar. Sin saber cómo ni cuándo, se fijó la meta de conocer
todos esos lugares.
A
la fecha, siempre tiene a la mano un globo terráqueo, mapas de diversos países, carreteras y rutas marítimas, que consulta
con agilidad para reforzar, en este caso, la narración que hace de aquellas aventuras.
Cuando salía a algún lugar, ya sabía en dónde estaba, cuáles eran sus características principales, en fin, todo...
absolutamente todo... porque ya había estudiado lo referente a él geográficamente. Cuando iba con amigos me decían... y tú
cómo sabes de ésto? Pues porque me preparo, les respondía.
Así,
poco a poco fue haciendo realidad sus sueños. Y me encontré conque es falso que los sueños superan a la realidad... pude
comprobar, por mí mismo, que la realidad supera cualquier fantasía...
Para
el inicio de los 60’s ya tenía bien cimentado su negocio, y la presencia de su señora madre y Doña María Olmedo en su
casa aseguraban el cuidado de los pequeños hijos.
Bien
ganado lo tiene, decía mi abuela cuando nos enterábamos de alguien que recibía un premio o galardón, compraba casa nueva...
o viajaba. Y Antonio, bien ganado lo tiene!
Primero
fue, obviamente, su patria. Han sido testigos de su visita los Carnavales de Campeche, las ruinas mayas de Palenque, el fabuloso
árbol del Tule y el Itsmo de Tehuantepéc en Oaxaca, lo mismo que las Cascadas de Agua Azul, la Selva Negra Lacandona y San
Cristobal de las Casas en Chiapas, o Pichucalco y Villahermosa en Tabasco, y hasta la blanca Mérida o el entonces incipiente
Can-Cún allá por el sureste, sin olvidar Xalapa, Córdoba y Orizaba que le gritaban al paso: sólo Veracruz es bello!
En
el norte, la Barranca del Cobre, se admira desde la estación Creel. A la siguiente estación, que se pierde en la nube de polvo
levantada por la vieja camioneta que les espera para llevarles a Mesa de Arturo, bajan Antonio y Alicia acompañados de Samuel
y Vicky Garcés, a quienes alojan en una típica cabaña de dos recámaras, con boiler de leña para el plácido baño previo a la
sencilla, pero sabrosa cena norteña.
La
cena, departida bajo una obscuridad tal que parecía boca de lobo, motivó el pensamiento negativo y temeroso de nuestros amigos.
-Bueno...
y qué demonios hacemos aquí?
-Se
me hace que la agencia de viajes nos engañó.
-Oiga...
perdone.. mañana pasa el tren?
-No
señores, pasa cada tercer día...
-Pues
ni modo...
Decepcionados
por aquel obscuro panorama, se fueron a dormir. Sin embargo, al día siguiente, quedaron asombrados de la belleza del lugar,
ya iluminado por el rey sol que jugaba burlón con pronunciadas sombras.
La
representante de la agencia y su hijo, tras el desayuno, les invitaron a hacer un recorrido por el Cerro del Borrego, mandándoles
por sinuosas veredas que surcaban las laderas de los riscos, tan delgadas que apenas había lugar para caminar, y cada piedra
desprendida caía al vacío rebotando sin escuchar jamás su golpe en el fondo.
Ella
les esperaba del otro lado, llevada por cómodo camino.
Parecía una maldad de la dama, pero en realidad el objetivo se cumplió: contemplar la maravillosa vista de las barrancas
del Río Urique, tenue hilo plateado que apenas pinta dos mil quinientos metros abajo.
El
lunch llevado por la señora en una gran canasta, consistente en una exquisita carne guisada por ella misma, pero que formaba
parte del avío entregado por la agencia con anterioridad, hizo las delicias de los visitantes.
Ya
de regreso, pasaron por una cascada cuya conseja aseguraba que todo aquel que se atreviese a cruzarla por debajo, tendría
un hijo. Antonio y Alicia la cruzaron, pero el veinte les cayó a Samuel y a Vicky. Samuelito es ahora todo un hombre de pelo
en pecho.
Visitaron
también una Misión en plena Sierra Tarahumara, y llegaron de nueva cuenta al tren.
Resoplando,
la máquina sorteaba aquellos desfiladeros de vista incomparable para llegar a Los Mochis, Topolobampo, y Mazatlán, donde se
abordara el ferri que les llevaría a La Paz, Cabo San Lucas y San José del Cabo, en la California Mexicana.
El
centro del país, ese que conforma el mexicanísimo Bajío, no fue olvidado por Antonio, compañeros y andanzas. Morelia, Patzcuaro
y Uruapan, del bullanguero Michoacán, siguieron a los históricos San Miguel de Allende y Dolores Hidalgo, del mero Guanajuato
y cuna de nuestra independencia, fraguada en la propia casa de la Corregidora en el Querétaro también recorrido. En Semana
Santa, contempló respetuoso y absorto la famosa Marcha del Silencio en San Luis Potosí y, al depositar una moneda en la alcancía
recolectora, evocó el Real del 14, donde se asentara la primera Casa de Moneda, acuñadora de plata y ensueños.
Y
qué decir de la colonial Puebla de los Angeles, con su mole y chiles en nogada, degustados con afán por aquel ferretero, político
y viajero, que sabía apreciar vista y gusto lo mismo en la Plazuela de Los Sapos que en el atrio de la Iglesia de Santo Domingo,
hogar de la octava maravilla del mundo moderno: la capilla del Rosario, o la Ciudad de México, sede de un sin fin de atractivos
que jamás alcanzará mexicano alguno a conocer en su totalidad, que para él igualmente fue posada transitoria varias veces
por falaz enfermedad.
Ahí,
en la ciudad capital, y durante las visitas que realizara a sus hijos cuando estudiaban allá, Antonio adquirió una guía que
le permitió programar una serie de mini-giras en las que, acompañado de su prole y aprovechando los domingos, recorría sitios
históricos y lugares cercanos al Distrito Federal como Actopan, Texcoco, Ixmiquilpan, Tula, Teotihuacán, Tepotzotlán, la zona
de los volcanes hasta Tlamacas y la tierra de Sor Juana Inés de la Cruz, San Miguel Nepantla.
Su
primer viaje internacional fue, como ya hemos dejado asentado, el realizado en su Luna de Miel, pero al que siguieron una
infinidad más... lo menos una veintena, y que le llevaron desde las Cataratas del Niágara o los fiordos noruegos, hasta Ushuaia
en la Patagonia, los Glaciares Perito Moreno, y Upsala, situado en el Lago Argentino.
En
1960, con Dolores Victoria de Muñúzuri y su hija Cande; el Dr. Ricardo Bernal y su esposa Eloína, hermana de Antonio; y Abel
Salas Bello y su esposa Patricia, hizo un recorrido de 73 días que les llevó a todo Europa, vía Nueva York-Amsterdam.
En
Nueva York, visitan Manhattan para admirar la estatua de La Libertad, el Centro Rockefeller, el Empire State, en esa época
el edificio más alto del mundo, y saltan al lado canadiense para contemplar las maravillosas Cataratas del Niágara, no sin
antes pasar por una de esas infaltables aventuras que se dan en cualquier viaje: llegados a Toronto vía aérea, alquilaron
un auto que en pleno camino se les descompuso y tuvieron que bajar todos el equipaje en tanto lo arreglaban, pero si esto
no bastaba, lo completó el hecho de que, al llegar a Niágara, resulta que el hotel que les habían asignado... era un hotel
de paso!
De
vuelta en Nueva York, y ya a bordo del avión que les llevaría a Amsterdam, tras una larga espera de una hora, les bajaron
de nueva cuenta y les dieron dinero para cenar en donde quisieran. A las dos de la mañana les llamaron, les subieron al avión
y... a seguir esperando! La sacudida del carreteo del aparato les despertó a las seis de la mañana. Por fin saldrían!
En
Amsterdam, Holanda, visitaron la ciudad y puerto, admirando los canales tipo venecianos y conocerían -casualmente- los estandares
de prostitución en Europa.
Desde que salimos, habíamos pactado que los hombres tendríamos una noche libre cada semana, así es que, salimos a caminar
sin las esposas y sin rumbo fijo. Llegamos a un lugar que le llaman Las Vidrieras. Ahi, exhibidas cada una en su propio aparador,
había decenas de mujeres semidesnudas ofreciendo sus favores. Antonio jura y perjura
que sólo vieron... y que no volvió jamás.
Londres
les recibió con una lluvia pertinaz que les hizo refugiarse en un restaurante no muy elegante. Al no quedar otra, ordenaron.
Su cuñado, pomposamente, dijo:
-Yo
quiero un coffee along sin milk...
Lo
que causó la risa de todos los asistentes, e incluso del camarero.
Todavía pudimos ser testigos de la devastación que habían dejado en la ciudad los bombardeos de la segunda guerra mundial.
Barrios enteros no habían podido recuperarse de las huellas de la guerra! Contrastaba la desgracia con la amabilidad de su
gente.
De
ahi, a Bruselas y su Gran Plaza; Brujas, con sus pintores y hermosos paisajes; el Rhin, y Colonia, agua y arquitectura de
tradición enmarcada por su catedral; Frankfurt... y París!
En
París, al visitar el Museo de Cera, Antonio se acercó a una de las primeras personas que vio a la entrada con unos folletos
bajo el brazo, y le pidió que le proporcionara uno. El tipejo aquel no le hizo caso, por lo que Antonio insistió... hasta
que se dio cuenta de que era una figura de cera de un realismo sorprendente. Sus compañeros, enterados por él mismo del suceso,
rieron a mandibula batiente.
En
este viaje Antonio hace uno de sus primeros descubrimientos turísticos: ocho personas forman un grupo y tienen, por ende,
el 40% de descuento en los ferrocarriles, por cierto de magnífica calidad en Europa.
De
París vuelan a España; en Madrid contratan para el recorrido una Combi pasajera con chofer que les llevó desde la capital
española a Portugal, bajar a Andalucía, visitar Sevilla y Granada, ir a la Costa del Sol, Valencia y hasta Barcelona, en donde
les dejó.
Por
tren parten a Niza, Montecarlo en Mónaco, Roma, Florencia y Venecia.
De
esta aventura, recuerda con especial cariño el viaje en tren que toman en Venecia para ir a Insbruck, Austria, la hermosísima
parte del Tirol, en los Alpes Austriacos. El tren pasa por una especie de cañada sumamente interesante, el Paso Brenero, para
llegar finalmente a Insbruck en donde, a más de disfrutar la belleza de la ciudad, abordaron el teleférico más alto de Europa
que, tras dos etapas de contemplación, les llevó a la cumbre de la montaña que sirve de mirador para todo ese hermoso valle
en donde se asienta Insbruck.
Pero también hubo algo que me decepcionó: los famosos Bosques de Viena! Yo tenía una idea muy especial del Danubio Azul...
ya saben... el vals aquel... y, para empezar, el Danubio no es azul, ni pasa por Viena, sino por un lado, fuera de la ciudad...
y es un río cualquiera, caudaloso pero normal... y no hay bosque tupido alguno, quizá uno que otro arbolito por ahí, pero
bosque... ninguno! comenta Antonio muerto de risa.
Cuando menos, eso sí, la pastelería vienesa que hay afuera de las plazas sí existe... y es exquisita!
Obviamente,
cuando pasaron de ahí a Milán, no encontraron más milanesas que las hermosas italianas que deambulaban por calles, avenidas
y plazas. Ahí, ya comprados los boletos para salir a Suiza, estando en la estación, Antonio se dio cuenta de que no llevaba
una gabardina nueva que había comprado, por lo que les dijo a sus compañeros que iba a regresar a buscarla, seguro de que
había sido olvidada en una tienda. El tráfico era horripilante. La hora de salida se acercaba y en la tienda le dijeron que
no había dejado nada ahí. En ese momento, Antonio recordó que había sido en el taxi de ida donde la había dejado, así es que
emprendió el regreso a la estación. Pero el tiempo pasaba... Cuando llegó, el tren apenas arrancaba y Antonio, como en las
películas, tuvo que hacer su mayor esfuerzo para correr y, de un salto, subir al estribo del Simplon-Orient Express que, atravesando
el túnel más largo de Europa, el transalpino, abierto en 1906, les llevaría a Suiza.
Este
tradicional ferrocarril, mejor conocido como El Expreso de Oriente, cuya fama acrecentó el misterio que le envolvió durante
las dos guerras mundiales y las películas que sobre el tema se llegaron a filmar, desapareció en 1962, apenas dos años después
del viaje de Antonio.
La
Sra. Dolores Victoria Vda. de Muñúzuri, llevaba una recomendación para la hermana de Teddy Stauffer, que radicaba en Berna,
la capital. Tras hospedarse en uno de hoteles de la ciudad, se encaminaron a buscar a su recomendada. Les recibió muy amablemente
en su casa, y les señaló una interesante excursión a Jungfrau, alta montaña cubierta de nieve, prestándoles ropa especial
de abrigo.
En
tren llegaron a Interlaken, en donde abordaron el tren especial de uña que les llevaría a la cumbre a través de un tunel horadado
en la roca, para descubrir la belleza sin par de un mundo de hielo. Si bien es cierto que no todo era gélido, sí la maravillosa
vista de los picos alrededor y un museo -ese sí de puro hielo- plagado de reproducciones populares. Ahí, al embrujo de un
vals, Ricardo invitó a bailar a Alicia, pero cuando todos tenían la mirada fija en ellos, la altura le traicionó y un pasajero
mareo le obligó a suspender la danza evocadora de Los Patinadores de Emile Wold.
Los
seis días que estuvieron en Suiza hicieron excursiones cotidianas aprovechando la facilidad que brinda el tren, conociendo
Lucerna y Ginebra, entre otros lugares de interés
De
ahí saltarían a Frankfurt y Bélgica, regresando vía Amsterdam a México.
Un
suceso muy especial llamaría la atención de los matrimonios mexicanos: cuando iniciaron su viaje, lo hicieron en un DC-10,
cuando regresaron... cosas del modernismo y del tiempo... lo hicieron en uno de los primeros jets comerciales que volaban
para la KLM.
Al
inicio, era un viajero neófito cualquiera que se aventuraba a conocer aquello de lo que tanto se hablaba, como las capitales
del mundo: Amsterdam, Londres, París, Madrid, Lisboa, Roma... y a las que llegaba con sólo la información turística tradicional
u oficial.
Disfrutó
el viaje, indudablemente, pero... algo faltaba.
España
le había llamado mucho la atención, sobre todo por el idioma; me era más fácil comunicarme e identificarme con ellos.
Consuelo
Zapata Linares, cuñada del Gerente de Iberia, prima de Antonio y Directora de Tours de la linea aérea, recibía las promociones
del Consejo Turístico Español, lo que informaba a Antonio para que aprovechara precios y facilidades.
Así
es que entre 1960 y 67, hace varios viajes a la península con su esposa y prácticamente llegan a conocerla toda. Alcanzan
los rincones turísticos, pero también aquellos escondidos a los ojos del viajero que, contrastantes, lo mismo arrojan una
miseria escalofriante que una alegría y pujanza admirable.
Un
mundo aparte significaba, por ejemplo, la frecuente asistencia a los teatros españoles, en Madrid de los mejores, y en los
que tuvo la oportunidad de ver por primera vez magníficas puestas en escena que, más tarde, llegaran a México o se montaran,
como aquella maravillosa obra de El Diluvio que viene, que en nuestro país produjera Manolo Fábregas.
Algunas,
incluso, fueron prohibidas en México, como es el caso de Oh Calcuta, en la que todos los personajes salen desnudos, y que
con toda seguridad prohibieron los papás de quienes ahora programan desnudos a todas horas y en todos los canales de televisión.
En
cuestión de museos, el Del Prado era su delicia. Me gustaba admirar el cuadro Las Meninas, de Velázquez, que considero
uno de los más famoso del mundo, extraordinario, refleja una profundidad fabulosa que mantiene a los personajes en primer
plano, o en segundo, o al fondo mismo con una perspectiva envidiable.
Tras
los primeros viajes, amantes del recuerdo y poseedores de una infinidad de fotografías y películas, tomado todo por ellos
mismos o sus acompañantes, decidieron compartir sus experiencias con amigos y conocidos, y las crónicas sociales porteñas
dejaron plasmadas para la historia algunas de esas reuniones.
No
dejaba de ser harto interesante, pero... Antonio no podía dejar de ser como es...
Visto
lo tradicional, volteó los ojos a lugares más exóticos, con mayor contenido tradicional, histórico, cultural o, simplemente,
poseedores de una belleza indescriptible.
En
1965, aprovechando una promoción de la Scandinavian Airlines, acompañado sólo de Abel Salas Bello, su viejo amigo, viaja a
los países nórdicos y la Europa Oriental, todavía en esos años cubierta de misterio y peligros, unos arrastrados por la 2a.
guerra mundial, otros por la nueva guerra fría.
Llegados
a Copenhague, toman el ferri a Noruega para luego visitar Bergen, los hermosos Fiordos Noruegos y, obviamente Oslo, regresando
luego a Estocolmo en Suecia y Helsinki en Finlandia, de donde pasan al continente. Ahí, les esperan las ciudades ocultas tras
la cortina de hierro: Leningrado y Moscú, en Rusia; Praga en Checoeslovaquia, Budapest en Hungría y Berlín, en Alemania. El
paso al Berlín Occidental les lleva a Hamburgo, donde les esperaba el representante del Sr. Alberto Ewald, proveedor de la
ferretería, que al enterarse del viaje de Antonio le ofreció un par de noches bien atendido a su costa.
El
representante les asignó un guía para que les llevara a conocer la ciudad, no sin antes alojarlos en uno de los mejores hoteles
de Hamburgo.
Ya
para retirarse, el amigo aquel llamó al guía y, casi en secreto, pero en un tono que alcanzaron a oir Antonio y Abel, le dijo
al guía:
-No
se te olvide llevarlos con las muchachas alegres!
En
su propio coche les llevó por toda la ciudad y los muelles con aquellas grúas enormes y la infinidad de barcos que cargaban
y descargaban en el estuario del Río Elba.
A
la hora del almuerzo, les llevó a un restaurante internacional ubicado en la boca del estuario que, por tradición y cortesía
para con todos los barcos que entran y salen del río, iza la bandera correspondiente al país de la nave visitante.
La
noche llegó irremisiblemente. El Barrio de San Pauli les esperaba con la calle del mismo nombre dispuesta a abrazarles. Ahí,
desde cualquier ángulo, la prostitución se explota abiertamente. El sexo está a la orden del día.
Desde
un principio, el guía fruncía el ceño. Quizá su religión le hacía no sólo ver mal un asunto de por sí pecaminoso, sino que
acaso se sentía culpable estando ahí, lo que bien pudieron notar nuestros viajeros que, por mera curiosidad, sí se daban vuelo
entrando y saliendo de los salones famosos por sus strip tease y table dancers, aún desconocidos en nuestra retrasada patria.
Así las cosas, decidieron darle largas al atento guía y le propusieron que les dejara ahí para que no se desvelara y pudiera
con atingencia atender a sus múltiples ocupaciones al día siguiente.
Los
ojitos le brillaron al guía que, seguro de salvar su alma, aceptó la propuesta de inmediato tomando las de Juan Diego, mientras
Antonio y Abel regresaban, ya más tranquilos, al mundo de pecado en el que cruzaron sin que su plumaje se manchara.
Satisfechos
de la visita, se reintegraron al grupo y partieron a Edimburgo vía París. Escocia es un país sin par. El Castillo de Edimburgo,
sede del famoso festival anual, es una belleza. Las tierras altas con un verdor incomparable alimentado por sus lagos.
Con
ganas de tomarse una copa, fueron al bar del hotel y pidieron dos whiskies, preguntándoles el barman si lo querían con agua
o de alguna otra manera.
-Como
lo tomen aquí, contestaron alegres.
Les
llevó la copa derecha con un vaso de agua natural como cheese.
No
sabían cómo demonios tomarse un whisky escoces... en Escocia!. Casi como los gringos, que en Guadalajara preguntan cómo tomarse
un tequila.
Quizá
el sentirse en el medio de una ideología tan extraña para él, y tan sancionada mundialmente, le haya templado el corazón para
darse cuenta de que costumbres hay muchas en el mundo y la única forma de llegar a ellas, pacíficamente, es con la inocencia
y sinceridad de la que él siempre ha hecho gala.
Dos
mexicanos en el mundo de la intriga y la sospecha no tuvieron problema para entrar, y menos para salir.
En
1968, Alicia y Antonio realizaron un viaje alrededor del mundo, acompañados de dos matrimonios amigos, el Dr. Tomás Escalante
y su esposa Isela, y el Dr. Ricardo Bernal con Eloína, saliendo a Londres, vía Nueva York, y regresando por Honolulu, Los
Angeles y Las Vegas.
Air
India les vendió el boleto, pero en Nueva York les entretuvieron mucho para el trasbordo, tanto, que el gerente local, un
argentino de buen espíritu, para mitigar su enojo les propuso enviarles a Londres en 1a. clase, lo que les cumplió al pie
de la letra, de donde volaron a Francfurth.
Atenas
les presentó el Partenon, y respiraron cultura y democracia antes de partir a Estambul, punto de unión entre el oriente y
el occidente, en el estrecho del Bósforo, a un lado del Mediterráneo, dividida en dos ciudades, una europeizada y la otra
musulmana, en donde está la mezquita más grande de todo el oriente, Santa Sofía, que antes fuera un templo católico construido
por el Emperador Constantino al convertirse. Cuando Turquía retorna a la religión musulmana, la mezquita también. Santa
Sofía tiene la segunda cúpula más grande del mundo. La primera es la de San Pedro, en Roma. Ahí también, en Estambúl, está
el Palacio Museo de Topkapi, si bien famoso por su inmenso tesoro en joyas reales, es lanzado a la internacionalidad por la
película que lleva su nombre y cuyo tema es el robo de una de sus piezas más ricas.
Beirut
les recibe en su apogeo; una ciudad bellísima con su inmenso bazar de oro y un casino que nada les pide a los parisinos.
Chipre
les sirve de trampolín para llegar a Jerusalém, tierra santa en la que visitan los tradicionales lugares como el Muro de los
Lamentos, la Vía Dolorosa, el Mar Muerto, todo ello con las huellas de la Guerra de los Seis Días, suscitada un año antes.
Un
nuevo giro les lleva a El Cairo, cuyas pirámides les ven llegar hasta el Museo Egipcio y hospedarse en el Hotel Hilton a orillas
del Nilo, estremecíéndose con ellos al ulular de las sirenas que todavía lloraban ante cualquier sospecha, herencia igual
de aquellos seis días fraticidas.
En
Irán, estando todavía los reyes de Persia en el trono, pudimos observar unos canales que van entre la banqueta y la calle...
era el drenaje pluvial. En Teherán, nos llevaron al Museo del Oro, en donde están las joyas de la corona, en el interior del
Banco Marcashi, responsable de la custodia.
Las
joyas, propiedad de Reza Pahlevi, Sha de Irán -caído años más tarde en desgracia y refugiado por algún tiempo en Acapulco-
habían sido ya objeto de un intento de robo, por lo que tenían medidas especiales de seguridad. Su fastuosidad era digna de
un cuento de hadas, o de esas superproducciones hollywoodenses que tocan el tema.
Poseedora
de una historia fabulosa que se remonta a los principios de la humanidad, Irán está orgullosa de Isfajan, que fuera capital
de Persia en el siglo IX, una ciudad grandísima situada en un oásis enmedio del desierto. Desde el avión en que llegamos,
su infinidad de cúpulas azules me hicieron recordar esas ciudades de las mil y una noches. Qué cosa tan hermosa! exclama
aún admirado Antonio.
Su
sinnúmero de mezquitas, se yerguen orgullosas mostrando su mosaico y presumiendo sus alfombras, en el centro de plazas enormes,
algunas tan grandes como la Plaza de la Constitución en México.
Yo creo que todos los que fuimos nos quedamos impresionados con ese país. Por desgracia, al poco tiempo cayó el Sha...
y con él fastuosidad y tradición.
En
la India, los templos islámicos les impresionaron por el permanente aroma a flores que expelen todos y cada uno de ellos,
honor que comparten los templos budistas que también existen en cantidades menos considerables. La arquitectura de esos templos
es muy distinta a los que habían conocido hasta ese momento, sobre todo por su colorido.
Antonio
recuerda con agrado una coincidencia que se diera en esas hermosas tierras de la India: Yo había leído el libro de Vicente
Blasco Ibañez “La vuelta al mundo de un novelista”, así que no fue coincidencia que buscara -y logramos- hospedarnos
en el mismo hotel que cita en su obra. Lo curioso fue que, a pesar de la distancia entre una época y otra, nos sucedieron
varias cosas similares. Saliendo del hotel, había una vaca parada a un lado de la entrada. Mi hermana le pidió a mi cuñado
que le tomara una foto y, cuando iba a hacerlo, el administrador le señaló que no podían retratarse con la vaca pues... era
sagrada!
Al regreso de uno de nuestros paseos -agrega- tuvimos que pasar prácticamente
por encima de una gran cantidad de gente que dormía en el piso. El gerente nos comentó que era gente que no tenía en dónde
dormir. Dos de ellos, se levantaron y, solícitos, se pusieron a nuestras órdenes. Era obvio que para congraciarse. Fue entonces
que recordé la narración de Blasco Ibañez... casi igual... muy similar... a pesar de los años!
En
Agra, sede del Taj Mahal, está el Fuerte Rojo de Agra, una construcción impresionante, unica. No bien lo cruzaban, cuando
del otro lado les salió un gitano con un enorme oso que les obligó a detenerse. Su guía les indicó no tuvieran temor, que
era un gitano inofensivo y quizá sólo les haría alguna gracia con el oso para agenciarse unos centavos. Efectivamente, el
oso empezó a hacer movimientos parecidos a un baile. Era tan enorme que el gitano apenas le llegaba a la mitad, pero le
dejamos hacer sus actos, le dimos una propina... y pudimos continuar nuestro camino, sólo para encontrarnos con que, al final,
en una especie de alberca grande, unos señores se tiraban de clavados.
-Miren, dije alegre, son los clavados de La Quebrada!
Uno
de los monumentos que más llamaría la atención de nuestro amigos viajeros sería, indudablemente, el Taj Mahal, la tumba-monumento
al amor más conocida del mundo dedicado a Arjumand Banu Begam, esposa favorita de Sha Jahan conocida con el sobrenombre de
Mumtaz Mahal (la elegida del palacio), que murió en 1631, al dar a luz.
En
Bangkok pudieron admirar al Buda acostado bañado en oro, digno de la hermosa ciudad y la grandeza de sus ríos y templos.
Nos llevaron a conocer los mercados en agua -en realidad es en piraguas- ubicados en un canal o desviación del río
y en donde cada embarcación está llena de flores o de frutas o de verduras, como los puestos en cualquier mercado de nuestro
país. Me recordó a Xochimilco.
Para
llegar a Hong Kong, en el aeropuerto de Bangkok les dijeron que necesitaban visa.
-Pero
si nos dijeron que no necesitábamos...
-Pues
la necesitan... miren, les vamos a dar 72 horas, pero no pueden estar más tiempo en el país.
Así es que le dijimos al guía que nos tenía que conseguir no sólo la visa, sino un vuelo a Hong Kong que coincidiera.
Lo
consiguió, pero con escala en Hanoi, desde donde enviaron postales enmedio de la guerra de Vietnam, y supervisados por los
helicópteros que vigilaban el aeropuerto.
Cuando dieron la orden de subir al avión nuevamente, el aparato estaba lleno de heridos de guerra! El espectáculo era
lamentable pues incluso se quejaban. Se irían con nosotros a Hong Kong. Cuando el avión se elevó, notamos que varios aviones
nos iban escoltando... hasta ese momento nos dimos cuenta del riesgo que estábamos corriendo! El vietcong podría intentar
derribar el avión!
Llegaron
a Hong Kong sin contratiempos. Los heridos fueron trasladados a las ambulancias... y ellos a su hotel.
En
Tokio, se toparon con la existencia de un Restaurante Mexicano. Con curiosidad, preguntaron en dónde estaba y, aunque un poco
lejos, alquilaron un auto y en hora y media estaban en el negocio.
Había
de todo... menos comida mexicana!
Se
desquitaron viajando en el tren bala y visitando los castillos-pagoda que proliferan por todas partes, llegando hasta el Buda
gigante y al parque de Nara, en donde los venados andan sueltos y puede uno darles de comer, y hasta el Fujiyama mismo al
pie del cual probaron sus aguas termales.
De
este viaje, Antonio no puede olvidar ese sentimiento de impotencia que le acometió cuando allá, lejos de México, se enteraron
por las noticias de los lamentables sucesos del 2 de octubre de 1968, ampliamente comentados por quienes sabían que eran mexicanos.
Palió un poco el suceso -sin borrar la huella- otro evento importante de resonancia internacional: el arranque de las Olimpiadas
en el Estadio de la Ciudad Universitaria.
Y
viajó... y viajó... y viajó... en 72, con un grupo, disfrutaron del Carnaval en el Sambódromo de Río de Janeiro, hogar de
las Scolas da Samba y de miles de coloridos danzantes que, identificados cada grupo por su color, forman parte de un exhuberante
atuendo de gala que viste carros alegóricos y bailarines por igual.
Se
llegaron al Pan de Azucar y al Cristo del Corcovado, balcón idóneo para disfrutar la vista de la dibujada Bahía de Guanabara,
y se bañaron en las playas de Copacabana, Leblon y circunvecinas.
Ahí, en Río, como sobraba tiempo, se desprenden siete acapulqueños para visitar las
cataratas del Iguazú y corren una aventura singular. Al intentar el retorno, en el aeropuerto de Iguazu se toparon con que
el avión que les pretendía trasladar a Buenos Aires era un Avro modelo antediluviano y sostenido por imperdibles. Protestaron,
y el encargado les propuso rentarles una camioneta para viajar a Asunción, en la vecina Paraguay, pernoctar ahí y dedicar
un día a visitar la ciudad, para alcanzar el tour al otro día en Buenos Aires, solucionando así el problema. En Asunción,
la hospitalidad fue de primera. Se hospedaron en un hotel de lujo y la cena fue acompañada de música de arpa y tonadas sudamericanas.
La suite que le tocara a Antonio y Alicia fue de lo más elegante, con ramo de flores, chocolates y todo. Asombrado, fue con
sus compañeros para ver si a todos les habían dado lo mismo. Viendo que no, preguntó en la Dirección del Hotel el porqué de
esa distinción y el gerente le dijo que los de la tour, manejada por los hermanos Felgueres, les habían informado que Antonio
era el Presidente de Acapulco, lo que les llevó a desplegar sus atenciones.
Ya
en Buenos Aires con el grupo, visitaron los lugares obligados, reinos del tango, y viajaron a Bariloche, donde gozaron de
los funiculares y el Lago Nahuel Huapí.
La
misión era, tras esto, atravesar a Chile por los lagos. Fueron a Laguna Fría, siguieron en camión a Lago Esmeralda, una preciosidad
cruzada en barco que hace honor a su nombre en el colorido de sus aguas, producto de las tierras que bajan al espejo. En la
frontera con Chile, época de Allende, les maltrataron y revisaron soezmente, cobrándoles un exagerado impuesto, para hospedarse
por fin en el hotel del Lago Llanquihue.
Nos alojamos en un hotel que está frente al Volcán Osorno. Eramos un grupo de unas treinta personas que ibamos en una
tour cuando Allende estaba por caer y Chile estaba muy mal. Al pasar la frontera nos molestaron bastante y nos cobraron un
impuesto “especial”, alojándonos en ese hotel. Como no teníamos qué hacer, esa noche preparamos una fiesta en
la que participaron todos los empleados del hotel y quienes íbamos -por cierto que entre los viajeros estaba la mamá de Silvia
Pinal-. Al empezar el baile, pudimos notar que era la Chilena que nosotros bailamos en mi tierra. No puedo negar el gusto
que nos dio, pero sí decirles que agotamos las bodegas de vino del pequeño hotel.
Como
era sábado, llegamos muy temprano a Puerto Montt, de donde volaríamos ese mismo día a Santiago. Nos dejaron con sólo el equipaje
de mano, enviando las maletas directamente al aeropuerto, pero el avión nunca llegó y tampoco las maletas. Nos hospedaron
en un hotel de la parte montañosa de la ciudad, en unas especie de cabañas como las de Valle de Bravo, donde pasamos la primera
noche. Al otro día, el guía nos dio la mala noticia de que el avión llegaría hasta el lunes, por lo que buscamos qué hacer
por la ciudad, incluyendo la compra de un poco de ropa, eso sí, con una moneda
-nuestro peso- que ahí valía oro.
Como ya no le creíamos al guía, entre todos íbamos a pagar un camión para trasladarnos a Santiago de Chile -nada más
mil kilómetros- pero el guía se enteró de ello y nos convenció de que, si no llegaba el avión, nos enviarían en tren, en un
vagón especial para nosotros.
La tarde del lunes nos devolvieron nuestro equipaje y trasladaron a la comodidad de un vagón pero... poco duró el gusto,
pues a una hora de Puerto Montt, empezaron a subir en las estaciones a toda clase de gente... incluyendo a nuestro supuestamente
particular vagón, que se llenó -durante 28 horas de recorrido- de olores y sabores tan poco gratos que aún los percibimos
al recordar la aventura.
En
Santiago de Chile, el guía recibió desde maldiciones hasta men... sajes del más allá!
Casi
como desquite, les anunció que al día siguiente saldrían para Lima. Antonio protestó pues le dijo que no habían viajado hasta
ahí para conocer sólo puerto Montt y le comunicó que los siete acapulqueños se separaban nuevamente para poder conocer Santiago,
Valparaíso y Viña del Mar, rogándole que les consiguiera un vuelo para alcanzarles en Lima.
Roberto
Rojas y Alba Vela de Rojas; Aage Elbjorn y María de los Angeles; Antonio, Alicia y Jesús Záyago, formaban el grupo. Como
nuestro dinero valía! nos hospedamos en el hotel más lujoso de Santiago que nos costaba la fabulosa cantidad de cincuenta
pesos mexicanso diarios por pareja y tenía todo lo que tiene un hotel de cinco estrellas. Los de Gran Turismo aún no existían.
Por
la mañana se dieron otro lujo, alquilaron dos taxis para llevarles a donde quisieran... por otros cincuenta pesos diarios!
Tras
visitar la ciudad, por la tarde, se fueron a Valparaíso. Cenaron dándose vuelo por el cambio de moneda, y se hospedaron en
el mejor hotel de Viña del Mar, visitaron el popular Casino y la Villa Vergara, en donde se realiza el no menos famoso festival
anual de la canción.
Llegados
a Lima, se reintegran al grupo y a la tour de la ciudad, volando el día siguiente a Cuzco en un avión de retroimpulso, un
viaje inolvidable porque pasa sobre la cordillera de los Andes, cubierta de picos nevados a 5 mil metros sobre el nivel del
mar, y de una belleza indescriptible.
Cuzco,
una ciudad alta -3 mil metros sobre el nivel del mar- les obligó a descansar tres horas para adaptarse a la altura. Al
bajar, parecía caminar sobre algodones, una sensación muy rara precisamente debido a la altura aunque de ahí no pasó, pero
tres o cuatro del grupo si fueron afectados y tuvieron que ser llevados al hospital.
La
Antigua Ciudad Sagrada de Machu Picchu, hasta donde llegan en tren, es el fin de un recorrido sui generis. Para empezar, el
tren retrocede, se va en reversa, hasta los 4 mil metros, donde da la vuelta y empieza a bajar al valle del Río Urubamba,
que después se convierte en el afluente más fuerte del río Amazonas. La cañada de ese río sería el eterno camino del tren
que, ya para llegar a Machu Picchu, se convierte en un torrente fabuloso. Al final de la vía, se toman unas combis que van
por un serpenteado camino hasta la majestuosa ciudad de los incas, que custodian enormes rocas colocadas simetricamente pegadas
sin mezcla alguna. Una ciudad construida con la grandeza inca para asombro y goce de las generaciones venideras.
Vía
Lima, regresan a México.
Y
sigue viajando... en 77 a España que ya para qué hablar de ella si todo está dicho y visto, aunque sólo cabe aclarar que,
en esta ocasión, el tour estaba destinado -y su nombre lo decía- a recorrer España en Paradores.
Arrancan
en Madrid hacia Salamanca, la ciudad universitaria española por excelencia, para seguir a León, donde se hospedan en un parador
acogido en un viejo y hermoso templo medieval, al igual que el de Santiago de Compostela, el Parador de los Reyes Católicos,
cuya fachada quita el habla, y está situado frente a la plaza y catedral de Santiago Apóstol.
Santander
tiene fama de sus sardinas asadas, preparadas en el propio muelle del puerto, por su exquisito sabor y atractivo dorado; su
aroma al asarse, atrajo una escapada de Antonio y Alicia con un par de pintores mexicanos compañeros de aventura, que degustaron
opíparamente el pescadillo de mi preferencia.
El
camino les lleva hasta Barcelona, pasando por Zaragoza, visitando la catedral de la famosa Virgen del Pilar.
En
Barcelona, los pintores mexicanos insistieron en visitar el Museo Picasso, lo que no atraía mucho a la pareja, pero...
Ellos fueron quienes me enseñaron que la pintura de Picasso no son puros monos, como yo pensaba -reconocé Antonio- y a valorar su periodo azul tanto como su periodo cubista. A pensar en el monumento no como el
cemento o la roca de que está hecho, sino en lo que representa y rememora y, sobre todo, que cada momento vivido es un momento
ido por lo que debemos hacerlo digno del recuerdo para valorar el pasado.
En
1980, con Susana Bernal, Ricardo y Eloína, Rossana, su hija, Alicia y él, llegados vía París, se asientan en Atenas para recorrer
toda Grecia.
En
París, aprovechó para visitar nuevamente el famoso Museo de Louvre, encontrándose con que le habían realizado algunos cambios
en la entrada, a la que dieron la simulación de una pirámide de cristal. Gozó otra vez del exquísito y riquísimo arte que
contiene el museo, pues debemos recalcar que Antonio era, y es, un amante de los museos.
Son una fuente de saber, de aprender, de orientación para todo aquello que ignoramos, dice con no poco entusiasmo.
Ya
en la península helénica, el Partenón y el Museo Griego son los primeros visitados. El Canal de Corinto y el templo de Diana,
una de las diosas más temidas y amadas por el pueblo, forman la segunda parada.
El
barrio de Plaka cuna de la comida, bebida y baile griego, con sus callejuelas estrechas, les esperaba para agasajarlos en
sus tabernas. Un barrio muy especial dentro de la zona popular, pero que les brindó ratos de inolvidable alegría.
Yugoeslavia,
en plena efervescencia tras la muerte del Mariscal Tito, abría las puertas de Dubrovnik a los viajeros que, en camión, visitarían
por una semana diversos lugares. Las Cascadas de Plitvice, Sagrev, Sarajevo, y algunos otros rincones colindantes con Turquía
permitieron evocar la ideosincracia de oriente.
En este viaje pude observar que ya se manifestaba en Yugoeslavia un ambiente de desaveniencias entre los sectores.
Por ejemplo, el chofer del camión no quería obedecer a la guía, que decía mandar, contra lo que él alegaba.
Ahí es donde admiré la audacia del Mariscal Tito de poder tener unida a esa nación tan disímbola.
Berlín,
Leningrado, Moscú, Barcelona y Madrid, fueron los últimos sitios que tocaron nuestros amigos en ese viaje.
Moscú
les dejó un buen sabor de boca. El Kremlin, que necesita más de un día para recorrerlo concienzudamente y admirar sus varias
catedrales como la Asunción, contiene además la sede de la iglesia ortodoxa rusa y el Gran Palacio, sede de los poderes del
gobierno soviético. Forma parte del conjunto la Plaza Roja, la Catedral de San Basilio... y una curiosa tienda departamental
ubicada en el pleno centro y en donde venden curiosidades y piezas del arte ruso, cuyo nombre es Gun... que en ruso quién
sabe qué quiere decir.
Leningrado,
con sus extensas plazas y canales, sus quinientos puentes y desde cuyo muelle se puede tomar un batisfaco, lancha de colchón
de aire que surca el mar con la mayor suavidad, pero a velocidades increibles, para visitar el Palacio de Verano de los Zares
y sus hermosos jardines que lucen juegos de agua estupendos. Ahí, se puede apreciar el lujo y la riqueza, condición de vida
de los Zares y su corte, que disfrutaban de aquellas bellezas con un toque cotidiano normal.
En
1982, Antonio viajó a China con un grupo de 15 mexicanos y 15 venezolanos que partieron desde México, desprendiéndose él y
Alicia en Bangkok para seguir a Singapur, Manila y Hawai.
Hong
Kong fue la puerta; Cantón y Shangai le siguieron. En este último pudieron apreciar que China empezaba a despertar como una
gran potencia. Aún no había tantos hoteles nuevos. La Embajada Alemana en Shangai se habilitó como hotel para poder hospedarlos.
Todos
los chinos vestían de azul, y se multiplicaban entre las miles de bicicletas que cubrían o confundían los pocos autos que
había. Los ciclistas, audaces, no frenaban, eludían los obstáculos para no gastar los frenos, difíciles de comprar por la
raquítica economía en que vivían.
Antonio,
un día, se levantó temprano y se encaminó al muelle del río, afluente del Yang Tse Kiang, y se asombró de ver a cientos de
ancianos practicando ejercicios gimnásticos con una sincronía sin par. Era la forma en que se mantenía sanos.
La
comida, es servida en mesa redonda con centro movible. Los restaurantes chinos rememoran a los yucatecos en el sentido de
que, en ese centro, colocan varios pequeños cazos conteniendo diferentes platillos para el gusto de los visitantes.
Como
anécdota especial, Antonio recuerda aquella invitación que les hiciera el guía para asistir a una noche de teatro “muy
especial” pues habría estreno de una espectacular obra no vista hasta entonces en China. Entusiasmados, vistieron sus
mejores galas y llegaron al teatro para presenciar la puesta en escena de... La Traviata de Verdi.
Beiging
-o Pekín para nosotros- les hospedó en un hotel cercano a la tristemente célebre plaza de Tiananmen, centro político y social
de China que vigila celosamente la estatua de Mao-Tse-Tung, como queriendo ocultar la Ciudad Prohibida que se encuentra a
un costado.
Con
todo, un guía especial les llevó a conocer los recovecos de la Ciudad Prohibida, relatándoles diferentes etapas de las dinastías
que gobernaron China en tiempos pasados y que consta de una serie de edificios de una fastuosidad muy especial, un palacio
amurallado en cuyo interior vivían los emperadores de China, la familia imperial y sus servidores. La Ciudad Prohibida se
denominó así debido a que los ciudadanos corrientes no podían acceder a su interior. Es el lugar más respetado de la China
imperial. En la actualidad, contiene el Palacio-Museo y los palacios de los antiguos emperadores Ming y Qing.
Obviamente,
no podían dejar de visitar la obra más grande del mundo: la Muralla China, uno de cuyos puntos pasa a 80 kilómetros de Pekín.
Epoca de frío al fin ese noviembre, les hizo sentir el gélido pasamanos que han colocado en algunas partes realmente inclinadas
que comunican almena con almena.
La
obra más grande hecha por la mano del hombre, y única vista desde el espacio, se empezó a construir el 221 a.C., después de
que Qin Shi Huangdi unificara China bajo su dominio, tiene una longitud de 6 mil kilómetros, con una altura promedio de 8
metros, seis de grosor en su base y cuatro en la parte alta. Sus almenas o atalayas se ubican cada 180 metros y llegan a tener
doce metros de altura.
Poco
antes, en la Plaza de Tiananmen, les había sucedido una situación que, a más de embarazosa, no dejó de ser realmente chusca.
Acompañaban
a Antonio y Alicia tres acapulqueñas: la Señora Nila Stepheens, una señorita de Costa Grande de apellido Rito, y su gran amiga
Ma. Luisa Carmona.
Esta
última, urgida de una necesidad del cuerpo, pidió buscar un baño público. El grupo, anonadado, vio a su derredor lo gigantesco
de la Plaza y les hizo pensar en una misión casi imposible. Sin embargo, con la esperanza que nunca pierde el mexicano, se
encaminaron a uno de los costados de la plaza rogando porque hubiese baños por ese lado.
Ya
a orilla de la gran plancha, encontraron a una chinita a la que interpelaron sobre la necesidad de Ma. Luisa.
La
chinita, obviamente, no les entendía. Pero Ma. Luisa, mujer de mente abierta, comenzó a hacerle algunas señas acompañadas
de un sonoro ruido que, por su identificación indudable con la flatulencia, hizo entender de inmediato a la menudita china
que señaló triunfante un edificio.... al que Ma. Luisa se encaminó más que de prisa.
Huan,
su guía, les hizo una nueva invitación. Esta vez sería a un lujoso restaurante, el mejor de Pekin, para desgustar el famoso
Pato Laqueado, platillo regional de mucha tradición. Nuevamente, el grupo visitó sus mejores galas y... allá fueron.
La
majestuosidad del edificio les volvió el alma al cuerpo. Era un verdadero palacio, atendido por un ejército de meseros, garroteros
y todos esos profesionales que atienden un establecimiento de esa categoría. Su decorado era de primera, tanto que hasta los
palillos chinos eran de un metal muy especial y, por ende... muy caros.
La
administración acomodó al grupo de 30 personas en tres mesas redondas, donde dieron buena cuenta de los platillos precedentes,
pero.... pasaban los minutos y nadie servía el famoso Pato Laqueado.
Los
comenzales pudieron observar que los meseros cuchicheaban entre sí sospechosamente. Huan se levantó y enfrentó la situación. Algunas palabras altisonantes -aunque creo que todo el que habla chino habla de esa forma- hicieron
que Huan bajara la cabeza y, dirigiéndose apenado a las tres mesas dijo laconicamente:
-No
nos van a servir el pato laqueado... hasta que las personas que se embolsaron los palillos los devuelvan!
Después
de esperar unos segundos embarazosos, dos chilangas capitalinas del grupo, ya conocidas por su amor a lo ajeno, modosas, abrieron
sus bolsos y devolvieron los palillos exigidos.
Tras
el regreso a Hong Kong, Antonio y Alicia se separan del grupo -que seguiría a la India- y contratan dos tours para conocer
Singapur y Manila.
Singapur
les impactó por su grandiosidad, la limpieza de sus calles, el movimiento de su puerto y los jardines botánicos a los que
les llevó la guía, quien más adelante les encaminaría al Palacio de un Rajá en Malasia, donde pudieron notar el contraste
entre la vida de ambos países.
Manila,
Filipinas, ex-posesión española en la que se habla de todo menos español, pues el idioma oficial es el Tagalo, mezcla de varios
idiomas que incluye algunas palabras de español y portugues, les permitió ver que la ciudad vieja fue arrasada durante la
segunda guerra mundial, y el contraste entre riqueza y pobreza con Queson, moderna y rica, y la barriada.
Un
detalle que observaron es que el medio de transporte popular son unas camionetas adornadas al frente con mucho ingenio. Tienen
asientos alargados, les llaman Yipis, y es un verdadero deleite a la vista verles circular por todas partes luciendo su ingenio
y gracia.
Las
calles sí tienen nombres en español, al igual que la nomenclatura, recuerdo sembrado desde aquellas épocas en que Felipe de
Jesús y Bartolomé Días Laurel hicieran de las suyas en la sensibilidad lugareña.
Desplazarse
tenía cierta dificultad pues había mucha seguridad debido a la inconformidad ya manifiesta contra Ferdinand Marcos, que aún
gobernaba.
En
el Centro de Convenciones, un fastuoso edificio profusamente adornado, se anunciaba la presentación de El Lago de los Cisnes,
interpretado por una bailarina filipina de fama mundial. Informados sobre la posibilidad de asistir, les vendieron boletos.
La
función era de beneficio y fue la propia señora de Marcos, Imelda Romualdez, quien hizo la presentación de la famosa bailarina.
Los
hombres asistentes vestían una camisa larga, estilo guayabera, de color crema, llamada Gran Tagalo, confeccionada con una
fibra sacada del arroz.
Las
damas, sumamente elegantes con trajes regionales pero ya muy europeizados.
Y
si hablamos de danzas, también tuvieron la oportunidad de asistir a la presentación de un ballet filipino de esos que dejan
con la boca abierta por su tradicional danza de los bambúes chocantes, con intervalos sobre los que salta agil el danzante
y que, entre otras cosas, han dejado decenas de tobillos entablillados.
Para
regresar a México, se sacrifican pasando por Honolulu.
Quizá
uno de los viajes que más gratos recuerdos le merece a Antonio es el realizado a Sud Africa con su esposa Alicia, su hermana
Eloína y su cuñado Ricardo en 1984.
Se
fueron sin plan previsto. Compraron sus boletos a Madrid, ida y vuelta, y dijimos: ahí en Madrid, a ver qué hacemos.
Llegados
a la capital española, se hospedaron en un hotel cercano al monumento a Colón y empezaron a caminar. En el centro de la Gran
Vía, lo primero que vieron fueron unos aparadores que anunciaban viajes a Sud Africa, promocionados por Sudafrican Airways.
Me llamó la atención, y me metí con Ricardo a solicitar información, mientras nuestras esposas se fueron a comprar
unos zapatos.
Era
una compañía sudafricana incipiente que sacrificaba ganancia en los primeros diez viajes que se harían. El primero de ellos
saldría en diez días, y había que resolver porque costaba dos mil dolares todo incluído. Es decir, avión ida y vuelta de Madrid
a Johanesburgo, hospedaje, media pensión, un vuelo a Ciudad del Cabo, al sur de Africa, y después una tour de 21 días en autobús
que terminaba en Johanesburgo, de donde salía el vuelo de regreso a Madrid. Nada despreciable el asunto!
Así
es que, sin consultar siquiera con sus esposas, aceptaron la oferta.
La
salida para sudafrica era diez días después, de tal suerte que optaron por visitar en el inter la Isla de Sicilia, tomando
una tour de siete días con escala de dos días en Roma. En la controvertida isla, supuestamente sede de la mafia italiana pero
donde paradógicamente existe un absoluto orden, visitaron el Volcán Etna, llegando hasta la boca del crater. Sin embargo,
por recomendaciones de algunos lugareños, se abstuvieron de portar cadenas, esclavas, aretes y relojes. Los bicicleteros -émulos
de los cadeneros en Acapulco- eran desaforadamente activos.
-Roma
fue, precisamente, la causa que llevara el pensamiento de Antonio a algunos años antes: iban los mismos cuatro, y con el objeto
de conocer Ravelo, el pueblo de su abuelo. Nápoles, con su endemoniado tráfico, les dio entrada a la carretera de las Mil
Curvas que da acceso al pequeño pueblo turístico cuna de sus ancestros. Ahí, pudieron contemplar la hermosísima puerta de
metal en la Catedral de Amalfi, esculpida -para orgullo de ellos- por Barisano Trani, que para prueba dejara grabada su propia
firma en la base de la puerta que, por cierto, tiene un parecido asombroso con la puerta del Paraíso de la Catedral de Florencia.-
Ya
vía Sudáfrica, les tocó viajar con dos matrimonios argentinos, lo que les hacía no estar tan solos, pues los demás eran de
habla inglesa. Las señoras no protestaron porque, la verdad, era una ganga y había que aprovecharla.
La
primera aventura les esperaba al abordar. Como la aerolínea no tenía permitido volar sobre el espacio aéreo de algunos países,
tuvo que salir al océano y seguir por él, rodeando todo, hasta llegar a Sud Africa. 12 horas duró un viaje no mayor de tres
o cuatro.
A
su llegada a Johanesburgo les esperaba su guía, un alemán simpatizante del apharteid que les indicó que ese domingo sería
el único día en que podrían disfrutar de un espectáculo sin par. De acuerdo todos, y a pesar del cansancio, aceptaron y les
encaminó a una gran hacienda ubicada a una hora de distancia de la ciudad. Ahí, todo era fiesta y alegría. Estaban exhibidas
diversas artesanías de todo el país que engalanaba la Protea, tradicional flor sudafricana.
Pero lo que más nos gustó fueron las danzas. Cerca de veinte parejas bailaban las tradicionales danzas africanas, ataviados
con sus ropajes típicos. Ellas, lucían los pechos al aire sin mayor pudor, lo que hacía que los visitantes les vieran sin
morbo. Creo que ha sido el mejor espectáculo de danza africana que he visto.
Cerca
de las seis de la tarde regresaron al hotel para, por fin, descansar.
Johanesburgo
no es una ciudad del tercer mundo, por el contrario, su modernismo, su perfecta planeación, le dan un sitio de primer mundo.
Eloína
y Alicia, como buenas mujeres, quisieron comprar algunas cosas y pidieron el consejo de su guía. Les indicó que, si iban al
norte, llegarían a la zona de comercio de los blancos; por el contrario, si iban al
sur, encontrarían la zona comercial de los negros. ambas, por cierto, perfectamente organizadas y en las que no había ambulantaje
alguno.
Como a nosotros no nos iba ni para bien ni para mal lo del apharteid, lo mismo nos daba blanco que negro, nos encaminamos
al sur, a la zona negra, y nos asombró ver la variedad de negocios y productos que ahí se venden.
Al
otro día volaron a Ciudad del Cabo, otra hermosísima ciudad situada entre montañas y un puerto ubicado entre dos océanos:
el Atlántico y el Indico. Ahí conocieron el Cabo de Buena Esperanza, último rincón del continente africano, recorrido obligadamente
en una época por las naos que viajaban de oriente a occidente
Tras
dos días de estancia, se inició la tour en camión.
La
novedad mayor fueron las avestruces, a las que les ponían una especie de sillas de montar para que los visitantes pudiesen
cabalgarlas e incluso jugar carreras.
Los
anfitriones, al mostrarles los huevos de esa ave, les invitaron a pararse sobre ellos para confirmar su resistencia, lo que
hicieron asombrados al ver que, efectivamente, no sufrían daño alguno... aunque sí fueron a parar a los platos de los turistas
que se los almorzaron guisados a la usanza local.
Bajando
hacia el Océano Indico, les hospedaron en un hotel que estaba... dentro del mar! Había una serie de rocas unidas por pequeños
puentes, pero el hotel, la estructura del hotel, se erguía hermosa sobre las aguas del mar.
Durban,
una ciudad muy grande, representativa del progreso de Sud Africa, fue la siguiente parada. Habitada en gran parte por indúes,
es una urbe ordenada, cuyos hoteles están a orilla de playa, que se ha desarrollado tanto como Johanesburgo, a pesar de que
en ese entonces estaba impuesto todavía el apharteid.
Nuestro guia, un alemán con el que apenas nos entendíamos, comentaba que la oposición de la raza negra ya era muy fuerte;
incluso, creo que Mandela ya estaba en prisión.
En ese entonces, los negros iban a trabajar a Johanesburgo, pero a las ocho de la noche ya no podía haber uno solo
en la ciudad. Ellos vivían en un suburbio cercano habitado sólo por gente de color: Soweto.
Dentro
del mismo Sud Africa hay pequeños países, tres para ser concretos. Nuestros viajeros conocieron dos: Lehsoto, habitado por
una tribu a los cuales Sud Africa les dio su independencia, viven del ganado y se administran por si mismos, lugar que
me hizo acordarme de la Barra de Tecoanapa, pues su estampa era muy similar a aquel lugar de mi niñez.
Swazilandia
es el otro pequeño país, que contrasta con el resto por su altura y fría temperatura, parecida a Suiza. Es un reino ordenado
digno de visitarse.
De
ahí, partieron al Parque Nacional Kruger, colindante con Mosambique, en donde entraron por una de las cuatro puertas que dan
acceso al lujoso entorno ambiental. Les hospedaron en unas cabañas dentro del propio parque, aledañas a los comedores, las
oficinas y las tiendas de shopping.
Al
día siguiente, les subieron a unos jeeps abiertos en los que podían pararse, pero no asomarse o salir de ellos; iniciaron
el recorrido por el parque y pasaron junto a los animales que paseaban en su propio habitat para deleite de los visitantes.
Elefantes,
jirafas, gacelas, tigres, hipopotamos, rinocerontes y demás ejemplares propios del continente negro, volteaban a ver indiferentes
a los paseantes a quienes llamó la atención un animalito desconocido para ellos: el perro de la pradera, que pasaba frente
a los visitantes en grandes grupos, parecido al coyote, pero perro al fin. Lo que vimos poco fueron leones.
De
regreso a Johanesburgo, hicieron válida una extensión que habían tomado a las Cataratas Victoria del Río Zambeza, en Zambia.
Al llegar a la frontera, debian someterse a una estricta revisión -mujer a mujer; hombre a hombre-.
A mí me llevaron a un privado; los que me revisaron sólo decían bomba...! bomba...! y yo, riéndome, les decia: no bomba...! no bomba...! mientras me metían las manos por donde quiera esculcándome, recuerda sonriente.
En
las Cataratas Victoria, los llevaron a un hotel antigüo que Antonio había visto en grabados y filmes. Desde que lo vi recordé
aquellas fotos y películas. Blanco, lucía una majestad muy especial. Era cómodo.
El
recorrido se hacía para poder ver las cataratas desde varios ángulos. Su esplendor había mermado debido a tremenda sequía.
Desde el avión pudimos notar que lo ancho del río que surte las cataratas estaba seco hasta la mitad. Nos informaron que
cinco años atrás no llovía. Pero no dejó de ser satisfactorio estar frente a esas caídas que había visto en los libros de
geografía. Su belleza sólo puede compararse con las del Niágara, o con el Gran Cañón.
Regresaron
a Johanesburgo para tomar el vuelo a Madrid, de donde saldrían directos a México.
Ya
en otra ocasión, allá por 1977, Antonio y Alicia habían estado en Africa, como complemento de uno de sus viajes a España.
Aprovecharon para visitar Tanger, Rabat, la capital, Marraquesh, sede de los encantadores de serpientes y los hombres azules;
Casablanca, aquel escenario de la hermosa película protagonizada por Humprey Bogart e Ingrid Bergman que ahora luce espléndidamente
moderna, y Fez, la ciudad más antigüa, que el guía recomendó -para conocerla realmente- recorrer a pie de cabo a rabo.
Así nos metimos a las mezquitas, a los mercados, y a las callejuelas en las que debíamos repegarnos a la pared para
permitir pasar a los burros de los lugareños y evitar que nos plancharan... comenta
con franca risa Antonio, que también conoció, junto con Alicia, las montañas Atlas, nevados que surten de agua a todo Marruecos.
En
esa ocasión aprovecharon para conocer las Islas Canarias. En la Gran Canaria se hospedaron en el Hotel de La Playa, céntrico
y uno de los más famosos. Cuando se registraban, Antonio vio una exhibición de fotos y se asombró de ver a Doña Carmen Romano
de López Portillo.
Cuestionado
el gerente sobre el asunto exclamó:
-Hombre...
es que acabamos de tener a vuestra Primera Dama aquí... y vierais la lata que nos dio...! Nos hizo subirle un piano de cola
hasta el tercer piso, donde estaba hospedada.
La
otra isla, Tenerife, es prácticamente un continente en lo que a sus bondades se refiere. Tiene playa, montaña, nieve, de todo...!
Como las otras, tiene también un crater volcánico, el del volcán Teide, el más alto de Europa, y zonas en las que la lluvia
de ceniza ha dejado huella.
En
Lanzarote, formada toda de lava, la ciudad principal -Arrecife- se asienta sobre una tierra tan negra que no niega su procedencia
volcánica.
Cercanas
todas ellas al Desierto del Sahara, forman un conjunto que invita al regreso para montar sus camellos que les llevarán hasta
la boca del cráter convertido en parque de diversiones, o al recorrido narrado que le transporta a otro mundo, donde el guía
inflama un papel periódico con el puro calor que emana del piso.
En
1986, Antonio viaja con su amigo de la infancia, Ernesto Reyna Soto, próspero agente de seguros en la capital del país que
visitaba continuamente Acapulco por cuestiones de negocios con él y con otros conocidos más.
Parten
de la Ciudad de México, vía Los Angeles, hasta la polinesia francesa, llegando a Papeete, la capital, donde realizan algunas
excursiones a islas cercanas como Bora Bora y otras no menos famosas del archipiélago.
En
Tahití, tuvieron la oportunidad de visitar el Museo de Van Gog, el famoso y ya clásico pintor holandes que viviera muchos
años en esas islas, creado en lo que fue su propia casa, y donde se pueden admirar muchos
de sus bocetos y pinturas.
Los
lugareños han conservado la arquitectura típica hasta en los hoteles, pues les hospedaron en uno de ellos que costaba 300
dólares diarios, ubicado sobre unos pontones que sobresalían del mar, en una playa que para nada necesitaba del aire acondicionado.
Chozas estilo africano, los bungalows redondos contaban, sin embargo, con todas las comodidades modernas.
Alejado
casi cinco kilómetros de la ciudad, el precio incluía los alimentos, y espectáculos de bailes típicos de los mares del sur
que difieren en mucho con los de Hawai, con todo y su cercanía. Las cenas eran servidas en la playa, romanticamente alumbradas
por hachones que destacaban el aroma de la suculenta barbacoa.
En
Bora Bora pudieron notar que las islas están montadas sobre atolones que les sirven de protección enmedio de un mar color
verde esmeralda. Ernesto y Antonio, navegando, fueron llevados por su guía para ver de cerca uno de esos atolones. El mar
azotaba contra el arrecife, algunas veces las olas alcanzaban a saltar, pero generalmente eran contenidas por el farallón
de coral, largo, esbelto, plano y hermoso que semejaba una autopista sobre el mar. El guía sacó unos caracoles que nos dio
a probar. Estaban exquisitos!
De
Tahití volaron a Auckland, Nueva Zelanda, otra de las grandes ciudades modernas de los mares del sur. Ahí, la atención al
turista no es de primera, sino plus. Saben y conceden la importancia del turismo para ellos, y por ende le tratan con la mayor
atingencia.
Tomando
un tour, los dos amigos partieron por tierra a conocer Rotorua, balneario de aguas termales que se luce con sus geiser compitiendo
con Yellowstone en Estados Unidos.
Por
la noche, tras la cena, presenciaron la actuación de un fantástico coro cuyo repertorio es interpretado en su dialecto original,
y una escala tonal variante que involucraba a las treinta personas que le formaban.
No
menos fabuloso fue otro espectáculo contemplado: el de los corderos. El centro, ubicado en una gran explanada coronada por
una especie de pirámide con escalinatas a los lados y al frente, albergaba un área de sillería para los espectadores. El espectáculo
iniciaba con una voz surgida por sobre un fondo musical y que anunciaba una raza de cordero y sus datos generales incluyendo,
suponemos, el nombre del cordero representante que, entrenado obviamente, corría solo a colocarse en el primer escalón. Así,
subsecuentemente, a cada nombramiento seguía la salida, carrera y ubicación del cordero correspondiente en su lugar, hasta
que, en la ubicación privilegiada, la cima de aquella especie de pirámide, llegaba el Rey de los corderos a ocupar su lugar
con toda la majestuosidad del mundo. Indudablemente que era un espectáculo fabuloso. En ese mismo lugar pudimos presenciar
un concurso de esquila en que los participantes, con una destreza asombrosa, dejaban en cueros a los pobres animales.
De
regreso en Auckland, volaron a Cristchurch, interesante urbe de donde parten en autobús para visitar los alrededores del Monte
Cook, entre ellos uno de los más bellos fiordos neozelandeses. Para regresar, les propusieron hacerlo en un pequeño avión
de cuatro plazas que les llevó a través de las cañadas que lucían un hermoso paisaje.
En
plena falda del Monte Cook, Queensland, una bella ciudad rodeada de montañas, ofrece una inmensa variedad de espectáculos
y deportes invernales, como esquiar, por ejemplo, funiculares con varias miradores antes de la cima, un hermoso lago que se
puede recorrer en barquichuelos especiales y, sobre todo, la panorámica que presenta su paisaje.
Melbourne,
en Australia, fue su siguiente parada. Qué se puede decir de Melbourne que no se haya visto ya en cine o televisión. Con todo,
estar ahí, sentir la vida con su calor y poder contemplar la misma vista pero con mil ángulos diferentes, es otra cosa.
Saltaron
a un pequeño puerto al sur de Melbourne, donde pasaron todo el día. Al paso estaba un pequeño pueblo minero de otras épocas,
pero que todavía guarda agua, sueño y mineral, motivando al visitante a probar suerte. Todos meten la paila, y todos sacan
una envidiable sonrisa más motivada por el momento que por el hallazgo.
Tras
almorzar, como a las seis de la tarde llegaron al pequeño puerto en donde hay una playa en la que se congrega la gente.
Sobre
pequeñas salientes rocosas, arena y lama marina, los visitantes esperan hasta que se deja escuchar una música, muy especial,
que sirve de fondo para la advertencia de que uno de los espectáculos más sublimes de la naturaleza está por empezar.
Poco
después de que el aire se rasgue por las notas musicales, del agua surgen cientos de pinguinos que, erguidos, pausadamente,
marchan orgullosos hacia sus cuevas. Su realeza es tal que bien podría asegurarse que fueron entrenados, sin embargo, es la
naturaleza su único entrenador y la vida su norma. Quince minutos apenas dura su caminata de mar a cueva, quince minutos de
una visión que, la mayoría de los visitantes, jamás volverá a ver en su vida.
Estaba
programado un vuelo a Camberra, pero decidieron hacerlo por autobús pues les informaron de algunos atractivos especiales en
el trayecto.
Camberra
es una ciudad proyectada exclusivamente para funcionar como capital de Australia, es una ciudad jardin por la cantidad de
áreas verdes que tiene, el tráfico está programado para no estorbarse... en fin, una ciudad hermosísima.
Pero
uno de los puertos más bellos del mundo, con una bahía incomparable, situada a la orilla de una ría que baja de los altos
australianos, es Sidney. Sobresale en ella el Gran Teatro de la Opera, ubicado en una saliente de la bahía y al que tuvieron
oportunidad de asistir Antonio y Ernesto. Una sesión musical de primer orden. Lo que más me llamó la atención de la hermosa
construcción fue que no tiene una sola entrada. Por medio de escalinatas va uno entrando por diferentes puertas a los asientos
correspondientes.
Ahí,
en esa ciudad de estampa, Antonio pasó un trago amargo con su querido amigo. Ernesto era vegetariano por cierta enfermedad
que sufría, por lo que buscaba constantemente restaurantes de este tipo. Antonio, por su lado, buscaba también en donde comer
dado que en el hotel no había alimentos. Un día, Ernesto alabó sobremanera un restaurante vegetariano que había encontrado
y casi obligó a Antonio a acompañarle para que le conociera. Obviamente, nuestro personaje no encontró ahí más que verduras
por lo que, haciendo de tripas corazón, comió alguna recomendación de su amigo e incluso, al salir, debió aceptar que se trataba
del mejor restaurante vegetariano del mundo!.
Tras
un recorrido en yate por la Bahía de Sidney, cuyo mayor atractivo consiste en pasar bajo el puente de entrada a la rada, salieron
para Fidji que, tras lo que vieron en la polinesia, no ofrecía nada nuevo ni espectacular equiparable, por lo que prácticamente
le usaron para descansar un poco del ajetreo del viaje.
De
regreso a México, hicieron una escala técnica en Honolulu.
En
1990, viaja nuevamente con Ernesto Reyna, por Sudamérica, aventura que les lleva a Brasil; el Amazonas; Río; el Mato Grosso,
donde se encuentra el Parque Nacional Pantanal, zona que se cubre de agua ciertas épocas del año, que visitan en Jeep desde
Cuiaba y donde contemplan infinidad de animales no vistos en otra parte, como la pirañas, alimento favorito de los lugareños,
y la rata gigante conocida como Capibara, que llega a crecer hasta unos sesenta centímetros de largo por 25 de alto, anda
en manada y es hervíbora; la Tierra del Fuego y los recónditos parajes de los Glaciares de Perito Moreno y Upsala en el Lago
Argentino y la Península de Valdés, viaje último de Reyna que hace conocedor de su cercano fin, que alcanza en 1991.
Yo no sabía que estaba tan enfermo, por lo que me asombró que aceptara en Brasilia subirse a un avioncito pequeño, con
un motor más chiquito todavía, que daría una vuelta sobre la ciudad. Me pareció muy arriesgado. Cuando bajó le pregunté cómo
se atrevía a hacer eso... y sólo contestó: para mi ya no tiene importancia!
Uno
más de aquellos viajes que fueron significativos para Antonio, fue el realizado en 1992, fecha en que se celebraba el Quinto
Centenario del descubrimiento de América.
Acompañado
de otro matrimonio, el formado por Vicente Andrés y Lucía Saab de Andrés, deciden recorrer España, estar presentes en la Feria
de Sevilla, y aprovechar el viaje para ir a la República Dominicana, sede de la reunión de la Mesa Redonda Panamericana, institución
a la que petenece -y de la cual en Acapulco es fundadora- Alicia Cabrera de Trani e, indudablemente, París. Su arquitectura,
su desarrollo planeado, sus espacios tan enormes que tiene, sus monumentos, sus museos, los restaurantes, su exquisita comida,
las plazas de los artistas, Pigalle, la Torre Eiffel y el embrujo del Sena, a más de reafirmar su fama de Ciudad Luz,
hicieron regresar al menos tres veces a Antonio que admira también el París moderno, al que da paso Le Arc.
Tomaron
el tren a Madrid considerando que el matrimonio amigo no había viajado en ferrocarril. Ya en la capital española, dedicaron
el tiempo a asistir a los diferentes teatros, pues había -obviamente motivada por la fecha conmemorativa- una temporada muy
destacada.
En
Sevilla, la Feria de fama mundial estaba en su apogeo. México estaba presente en los pabellones expositores internacionales
y allá fueron nuestros amigos. Espectáculo extra fueron los fuegos artificales sobre el Río Guadalquivir que se bañó de luces
multicolores fugaces pero maravillosas.
La
familia de Don Vicente es de Valencia, por lo que optaron por encaminarse a la
pujante ciudad tema de la inolvidable canción. La casa de la prima en donde debían alojarse no era preciamente en la ciudad,
sino en una pequeña población situada a sesenta kilómetros de ahí, Villafranca, en plena Vega Valenciana.
La
proliferación de familiares les obligó a agasajar a unos un día y a otros otro, sumado todo en múltiples visitas a restaurantes
de la población.
El
esposo de la prima -que había sufrido un accidente y estaba jubilado con una cantidad que el gobierno le entregaba y les permitía
vivir bien- les invitó un día a conocer los naranjales.
Les
mostró la forma de siembra, los canales que se preparaban para el riego... y una exhibición pirotécnica símil de las fallas
valencianas.
Como
tenía Vicente parientes en Gijón, pues allá vamos a Gijón también. Pero valió la pena ver esa planicie verde, verde, y
los picos colmados de nieve. Fuimos en tren, pues habíamos comprado un billetito de esos que te permiten viajar por todos
lados.
Tierra
del Príncipe de Asturias, y cercana a Oviedo, incluyeron ésta en sus visitas, tomándola como sede desde donde los alrededores
se les hicieron chicos y grande la hospitalidad del matrimonio conformado por Pepe Martínez y su esposa Ma. Luisa Palazuelos,
que les sirvieron de guía en esta zona.
Pasados
los días, regresaron a Miami; los Andrés tomaron via a México, y los Trani a la República Dominicana. Llegando a Santo Domingo,
se hospedaron en el Hotel Jaragua, sede de la Convención de la Mesa Redonda Panamericana, durante el tiempo que duraron los
eventos. Terminados estos, se cambiaron a la casa de sus consuegros que les narraron las bellezas del Pico Duarte, una de
las montañas más elevadas de la isla, y el Lago Enriquillo, de hermosa textura. Sus atenciones incluyeron una invitación para
conocer un hotel situado en la Playa de Juan Dolio, una de las más bonitas del Caribe dominicano y el Faro, obra monumental
construida por el Presidente Joaquin Balaguer, ampliamente criticado en su momento por su alto costo, que permitió a Antonio
observarla con su monótona regularidad desde la ventana de su habitación.
El
Faro, y la explanada adjunta, tendrían dos importantes funciones en esos días: servir de asiento a las exposiciones de artesanías
de los diferentes países de América, y recibir al Papa.
Yo no fui, porque mi mujer se tenía que ir con las señoras de la Mesa Redonda Panamericana que tenían un lugar especial.
El acto resultó impresionante, según me contaron.
El
tiempo da la experiencia. Antonio había aprendido varias cosas. Primero que nada, que los mejores precios se obtienen esperando
promociones y ofertas de las agencias de viajes, las líneas aéreas, los gobiernos o los propios centros turísticos, recuerden
ustedes a Consuelo Linares Zapata, su prima de Iberia.
Fue precisamente Consuelito la que un día me dijo que si le juntaba veinte personas me regalaba la porción terrestre
que tenía que pagar. Para la porción aérea aprovechamos una promoción de Aeroméxico que ofrecía en 500 dólares el boleto ida
y vuelta a París, lo que sirvió de gancho para que muchos hicieran el viaje.
Debido a cuestiones administrativas, se utilizó la liga con Margarita Trani, agente de enlace de la Agencia de viajes.
En 94, cuando preparamos un viaje a España con veinte acapulqueños, yo diseñé un itinerario de modo que en 26 días
pudiésemos recorrer Europa y que no fuese tan cansado.
La liga Iberia-Consuelo-Petra-Margarita, funcionó a las mil maravillas.
Empezaron
por París, conocido sólo por algunos, por lo que tomaron diferentes tours para conocer la Ciudad Luz. El grupo de Antonio,
conformado por ocho personas llegó a hasta los Campos Elíseos, donde encontraron un restaurante de primera clase que, a sabiendas
de lo caro que les costaría, les agasajó con las delicias francesas. Tres días después, ya estaba listo el autobús que les
llevaría a recorrer toda Europa
Ginebra
fue la primer ciudad visitada; atravesaron Los Alpes para llegar a Venecia y disfrutar de sus canales y tradiciones, sin faltar
el inolvidable viaje en góndola y la Plaza de San Marcos, patrimonio de la humanidad. Como el guia y el chofer se llevaban
muy bien, se atrevieron a ofrecele una propina para que se desviara un poco a fin de visitar Padua, sólo para visitar el templo
y sus derredores.
Llegados
a Florencia, se hospedaron por dos noches y aprovecharon para visitar la Plaza de la Señoría, el Puente que está sobre el
Río Arno, donde venden preciosas joyas de oro, la catedral y el campanario, de los más hermosos del mundo.
El
guía siempre les exigía puntualidad, lo que les recordaba a cada momento pero... una mañana, ya para salir de Florencia a
Roma, estando todo el grupo a bordo, el guía no llegaba. Se había quedado dormido y, naturalmente, cuando arribó al autobús,
Antonio y sus esbirros correaron jocosos: puntualidad! puntualidad! puntualidad!.
En
esa ruta, nuevamente pideron desviarse a Siena, la ciudad del palio, a lo que accedieron chofer y guía, el chofer por la propina,
y el guía por la vergüenza.
En
la Plaza se celebra la Ceremonia del Palio, costumbre medieval que aún perdura anualmente.
En
Roma, en el mismo autobús pero con un guía especializado, hicieron un tour por la ciudad, teniendo la suerte de presenciar
por casualidad la audiencia pública de los miércoles de Juan Pablo II. Cuando el Papa habló en español, comenzaron a gritar
desaforados... a lo que el Sumo Pontífice, seguramente observando esto, comentó: ahhhh...meshicanos!
El
tour incluyó la basílica de San Pedro y el Museo Vaticano donde se extasiaron con la belleza y calidad de las pinturas y esculturas
ahí conservadas, testigos de una historia milenaria.
Siguieron
camino a Niza, largo trayecto que disolvían jugando cartas o platicando al igual que en otros tramos largos y tediosos.
Niza
les brindó el Paseo de los Ingleses, en la playa; su iglesia de corte oriental, y la hospitalidad de sus gentes. Algunos hicieron
una desviación a Mónaco para conocer el Casino de Montecarlo.
Barcelona
les recibió con la Expo Mundial Barcelona, de las más importantes de Europa, conocieron la catedral de corte mudejar y participaron
en La Sardana, popular baile regional del que descansaron comiendo tortas de jamón en un pequeño restaurante aledaño.
Nuevamente
divididos, con otros seis, Antonio y Alicia fueron a comer a los Muelles. Al llegar, una infinidad de peceras exhibían las
variedades a consumir. La música de fondo era, curiosamente, el repiqueteo sonoro de los cubiertos de los comensales sobre
la loza, algo así como aquel ambiente inolvidable de La Parroquia veracruzana
El
siguiente paso sería Madrid, pero también hicieron una pequeña desviación a Zaragoza para visitar la Catedral del Pilar, una
maravilla europea más.
En
Madrid, los lugares más relevantes les vieron pasar, como el Palacio Real, La Gran Vía, el Paseo de la Castellana, la Fuente
de La Cibeles y otros más, topándose con Botero y sus gordos. La principal visita fue al nuevo Museo de la Reina Sofía, en
donde se exhibe el Guernica en un espacio especial que le da toda la magnificencia que merece. El guía nos dio una amplia
explicación sobre su significado y la profunda relación que guarda con la guerra civil española, señala emocionado.
Toledo,
Segovia, y el Mausoleo de Franco se les hicieron llegar con tours específicos.
En
Burgos, con nuevo arreglo especial, admiraron su imponente catedral.
Tras
cruzar la frontera con Francia, llegaron a Burdeos que conocieron fugazmente para partir a París, final del viaje terrestre.
Cada
quien regresó a México por su cuenta, unos más temprano, otros más tarde. Antonio y Alicia regresaron luego.
Hubo
también cruceros, como el Karla, por el Caribe, saliendo de San Juan de Puerto Rico para Aruba, posesión holandesa con sus
típicas casas y hermosas playas. Siguiendo a Trinidad y Tobago de imagen contrastante por la pobreza que se muestra en ambas
islas. Luego, La Martinica, posesión francesa en donde sí se ve el progreso y el nivel de vida per capita es bastante alto.
Islas Vírgenes, las reinas de los mares, fue el último punto a tocar, para regresar a San Juan, punto de partida.
Un
crucero más fue a las islas del Mar Egeo. Partieron del mismísimo Pireo, vecino de Atenas, visitando las principales islas.
Entre ellas, recuerda con agrado Santorini, situada en un promontorio rocoso, a donde se sube por una sinuosa calzada en mulas
guiadas por sus dueños hasta llegar al viejo monasterio, desde donde se domina el mejor panorama del Mediterraneo.
En
otra ocasión, abordaron uno de los Cruceros del Amor del Princess para realizar un recorrido por el Caribe, cruzando por el
Canal de Panamá. Su primer punto de arribo fue un puerto de Costa Rica, donde hicieron una excursión a San José, la capital.
Sin más, entraron al Canal, dejando en el horizonte la lejana vista de la ciudad
de Panamá, para entrar a las esclusas de Miraflores, luego al Paso de Culebras, arcón de tristes historias causadas por la
malaria en la época de su construcción, y al Lago Malarien. Tras cruzarlo, bajó el barco por las esclusas de San Miguel, para
encontrarse de lleno con el Atlántico.
Entrando
al Caribe tocaron una pequeña posesión holandesa vecina a Aruba, Ocho Ríos en Jamaica, Islas Vírgenes, y desembarcaron en
Fort Lauderdale, Florida.
Tiempo
después, y nuevamente saliendo de Acapulco en un barco de la Holland American Line, llegaron a Cabo San Lucas, visitando toda
la zona de Los Cabos, hasta San José, por una carretera escénica. San Diego, Cal. les dio la bienvenida, compartiendo hospitalidad
con San Francisco, para de ahí partir a su destino final: Vancouver, Canadá.
Por
aire, tras finalizar el crucero, decidieron ir a Las Vegas dando rienda suelta a la diversión en los centros nocturnos, los
casinos, admirando la rutilante luminosidad de la ciudad. Una excursión a la Presa Hoover completó el recorrido.
En
el 2000, el Vapor Mercury les lleva por catorce días al sur del continente. Viajan primeramente, vía aérea, a México, para
conectar a Río de Janeiro en un vuelo de nueve horas, pesado ya para Antonio.
En
Río pasaron tres días visitando la ciudad, ya conocida por ellos con anterioridad, acompañados del matrimonio formado por
Victor García y Tina de García; Sarita Duque y la señora Luchi de Andrés que, en esta ocasión, viajó sola.
Ahí,
en Río, abordaron el crucero para llegar a la tercera noche a Buenos Aires, donde tuvo que permanecer una jornada, lo que
aprovecharon para visitar la ciudad, hacer compras en la Calle Corrientes, disfrutar de sus exquisitas carnes, y gozar de
sus maravillosos espectáculos de tango, montados a todo lujo.
Surcando
las aguas camino a Puerto Madrin, se empezaron a manifestar algunas molestias debido a la enfermedad que sufria Antonio en
la próstata. Hubo un ligero sangrado que fue atendido por la enfermería del barco, y más tarde, ya en puerto, por un urólogo
especialista que diagnosticaría si podía o no seguir el viaje.
Autorizado
por el médico, Antonio y su grupo acompañante continuaron.
De
vuelta a la navegación, llegaron al Cabo de Hornos. Un micrófono les informó que estaban en la parte más lejana del continente,
invitándoles a subir a cubierta para observar la última roca que se podía apreciar del propio Cabo de Hornos. El fin del mundo.
El
barco regresó para penetrar en el Canal Beagle, marco de montañas nevadas, que rematan en Ushuaia, puerto en el que estuvieron
un día para visitar sus lagos, el santuario de animales y las islas rocosas, habitat de elefantes marinos y aves de diferentes
especies: el Parque de Tierra de Fuego.
Siguiendo
el Canal Beagle, toparon con el Estrecho de Magallanes, hogar de gigantescos glaciares que bajan de las montañas con nombres
de ciudades, en un espectáculo maravilloso.
Las
aguas del Pacífico, costaneras de Chile, les dieron la bienvenida con un cuadro espectacular de fiordos. Puerto Montt fue
su anfitrión primero, que les mostró unos alrededores llenos de pequeñas y hermosas ciudades, lagos y volcanes; una región
habitada por alemanes que la conservan en óptimas condiciones.
El
útimo arribo fue a Valparaíso, donde se alojaron en un hotel de Viña del Mar. Antonio pudo notar un adelanto enmarcado en
un crecimiento enorme, cuyo principal testigo es la Avenida Costera que les lleva a las orillas más alejadas de la ciudad.
El
día siguiente les encontró recorriendo Valparaíso, uno de los puertos más importantes del Pacífico. Como la ciudad está situada
en desniveles muy marcados, existen unos elevadores que les llevan de la parte baja a la parte alta de la urbe.
En
Santiago de Chile, llegados tarde, aprovecharon las horas que quedaban del día para ir de compras. Ya les habían advertido
que había mucho peruano robando en las calles, pero salieron muy confiados y... de pronto, Antonio sintió que un cuerpo le
dio un empujón. A punto de caerse, sólo pudo observar que era un tipo alto que siguió de frente. Unos pasos adelante, el mismo
tipo metió mano al bolsillo de Victor. Al notar que era el mismo sujeto y a las voces de su compañero que clamaba por su cartera,
Antonio recordó el empujón y buscó la suya... había desaparecido también.
Ambos
corrieron tras el sujeto, pero fue más rápido y se alejó impunemente. Una señora se acercó para preguntarles qué había pasado.
-Nos
asaltaron, contestaron molestos.
-Lo
mío no fue tanto, sólo doscientos dólares, pues traigo la cantidad fuerte en otra bolsa y los documentos en otra cartera,
señaló Victor.
-Pero
a mí si me afectó, exclamó Antonio apesadumbrado, pues traía trescientos cincuenta dólares y mis tarjetas y documentos...
En
eso, la señora les hizo notar que cerca de ahí, como a media cuadra, estaba un grupo de personas observando algo que no se
atrevían a tocar.
-Podría
ser mi cartera! señaló Antonio emprendiendo la carrera.
Efectivamente,
tirada en el piso, estaba la cartera de nuestro personaje con todos sus documentos y tarjetas. Sólo el dinero en efectivo
había desaparecido.
Los
apenados hoteleros chilenos, como galantería para borrar en parte la vergüenza sufrida, les invitaron unas copas en el bar
del hotel.
Un
guía contratado con camioneta, al día siguiente les mostró lo más interesante de la ciudad... y los Andes, la maravillosa
cordillera que se ve a simple vista desde el centro de la población.
Al
terminar el tour, Antonio empezó a notar nuevamente la existencia de pequeños coagulos en la orina, lo que le alarmó. Era
tan continua la expulsión, que Alicia tuvo que enviar por pañales desechables para adulto. Como a las tres de la tarde, rogaron
a la administración que les consiguiera un urólogo que le diagnosticara de inmediato.
Una
hora más tarde, el galeno, advertido de que saldrían en el vuelo del día siguiente, le señaló que debía hospitalizarlo para
poderlo preparar para el viaje.
En
el hospital se detectó que había una cantidad bastante considerables de coagulos en la vejiga, procediendo a extraerlos mediante
bombeo, colocándole a Antonio una sonda que le permitiera expulsar los que se fueran formando. A las doce de la noche, tras
una amabilísima atención, le permitieron regresar al hotel, con la condición de que regresara al día siguiente temprano para
cambiarle la sonda normal por una asegurada a la pierna.
Lan
Chile les recibió a bordo. Todo parecía ir bien pero, como dos horas antes de llegar a México, se tapó la sonda mojando los
pantalones de Antonio que, ante la situación empezó a sentirse mareado, perdiendo por unos segundos el sentido debido a una
baja sorpresiva de presión.
Alicia,
al notarlo, empezó a gritar desesperada: Un médico! Un médico!
Tres
surgieron de entre los pasajeros. Uno se colocó en el lugar de Alicia y le dio oxígeno del propio avión. Uno de los capitanes
llegó también a prestar ayuda junto con la azafata que miraba todo azorada.
El
galeno que le atendió, mexicano también, afortunadamente había sido encargado de la sección de urgencias del Hospital Dalinde
y tenía experiencia en esos casos; no le permitió dormir o desmayarse y le mantuvo consciente hasta que se recuperó un poco.
Alicia,
mientras tanto, con las grandes facilidades que le dieron en el avión, llamaba por teléfono desde la cabina a su sobrino,
el Dr. Emilio Madrigal, que tendría una ambulancia lista a la llegada.
Una
de sus hijas, Rossana, enterada desde la primera alarma en Chile, le esperaba también en el aeropuerto.
La
ambulancia le trasladó al Hospital Los Angeles, donde quedó bajo la vigilancia del propio Dr. Madrigal, el médico que le trataba
la prostata, y un cardiólogo.
El
diagnóstico fue esperanzador. Como había recibido radiaciones debido al cáncer de prostata que sufría, la vejiga se había
quemado un poco y los coagulos eran desprendimientos de ese daño, por lo que no había mayor alarma.
Como
temían, eso sí, que pudiese repetir el ataque, sugirieron realizar una operación transuretral para sacar todo el contenido.
Al tercer día operaron con éxito... para sacarme lo que tenía yo de sobra! recuerda jocoso Antonio.
Esa
misma noche nuestro personaje tenía hambre... y le dieron de cenar, señal de que ya estaba bien, comenta alegre.
Le
permitieron ir a recuperarse a su departamento. Sin embargo, como se usó una solución salitrosa para lavar la vegija, se pasaron
de tueste y le bajaron el sodio a 100, no manifestándose de inmediato la baja, sino hasta cinco días más tarde cuando, ya
hospedado en casa de su consuegra, empezó a sentir malestares y de plano casi se le paralizó la mitad del cuerpo. Ya no
pude ni caminar ni moverme por mí mismo! aclara ya sin la sonrisa en la boca.
Otro
sobrino, su hija y el conserje del edificio, le trasladaron de inmediato al hospital de nueva cuenta.
Con
pastillas de sal, poco a poco, le fueron subiendo el sodio. Diez días después le dieron nuevamente de alta y se fue, esta
vez, a casa de su hermana, que tenía una sola planta, donde se recuperó lentamente bajo la mirada cariñosa y maravillosa atención
de su hermana Ma. de los Angeles y su hija Dolores -a quienes les está eternamente agradecido-, su esposa y sus hijas.
Un
mes después regresaba a Acapulco para continuar con su recuperación.
Con
todo, Antonio no entendía, y seguía cruzando el mundo. Fue precisamente en otro crucero, acompañado por dos matrimonios amigos:
los Señores Vicente y Luchi de Andrés y Jorge Dorantes y su esposa Sofía, que va de nueva cuenta al Canal de Panamá.
La
salida fue en Houston, directa a Cozumel. De ahí a Belice y luego un pequeño puerto de Costa Rica, para saltar al Canal, subiendo
por las esclusas del Atlántico y anclando el barco enmedio del Lago Malarien.
Siempre
organizado para todo, y especialmente para sus viajes, desde Acapulco, vía internet, Antonio contrató a una agencia de viajes
de Panamá para que les hiciera el tour, incluyendo la ciudad de Panamá.
Desde
la escalerilla, el grupo de Antonio veía con desesperación que los demás pasajeros bajaban y partían en tours contratados
por la línea marítima.
Al
intentar bajar del barco, les pidieron el boleto de la tour. Cuando señalaron que ellos habian contratado una tour diferente,
les negaron la bajada. Buscaron a la administradora del barco, quien les explicó que, por seguridad para los pasajeros, tenían
un convenio con el gobierno de Panamá para que ninguna otra compañía les diera el servicio.
A
pesar de sus súplicas primero, y reclamos posteriores, Antonio hizo el coraje de su vida al tener que quedarse el grupo a
bordo sin siquiera poder bajar a la tour del barco, pues ya habían partido todos.
Dos
horas más tarde, el barco levó anclas y se dejó llegar a Puerto Colón para esperar a sus pasajeros. Ahí sí les dejaron bajar,
directamente a un centro comercial enorme en donde podían adquirir todo lo que quisieran pues había artículos de todo el mundo.
Ya para entonces, los compañeros de viaje de Antonio le habían apaciguado. Ya qué! dice a la hora del dictado recordando
el momento.
Pasaron
un día más en las Islas Caimán, sede y paraíso de los bancos y las finanzas poco claras mundiales, que por ende le brinda
un nivel de vida altísimo.
Durante
el recorrido por la ciudad, y notando que pasaban sólo por lugares de lujo y gran progreso, Antonio le pidió al guía que les
llevara a los barrios pobres. Así sea, dijo el guia con cierta sorna.
Los
barrios más pobres de Caimán son clase media alta. En pocas palabras, no hay pobreza! Y es que, dice el guía a modo de explicación,
la mano de obra es muy bien pagada en la isla.
Llegaron
a Houston de noche, lo que les permitió ver las luminarias de los mecheros de las plataformas petroleras, un espectáculo nocturno
muy especial.
El
crucero más reciente, realizado en el 2004, lo toma Antonio para conocer el buque más grande de la Royal Cruice Line, el Voyager
of the Sea, una motonave de 140 mil toneladas de desplazamiento, con capacidad para más de tres mil pasajeros y, obviamente,
todo el lujo que se puede esperar de un crucero como este.
Sobresale
en la nave la Promenade, avenida como cualquier calle de una ciudad -así de grande es- en donde están ubicados los comercios
de ropa, joyería, curiosidades y hasta un restaurante abierto de charola -snack bar- para consumo gratuito, rodeado por elevadores
transparentes que suben y bajan por los diez pisos que tiene el barco.
Con
todo, está dotado de otros restaurantes -también gratuitos- de mayor categoría, con meseros y maitre, incluyendo uno de dos
pisos para los eventos de gran gala.
Hay,
obviamente, un par de restaurantes de cobro. Uno de ellos, italiano, al que se deben pagar cien dólares por persona sólo por
la reservación, y otro de comida americana con precios más populares que incluyen hamburguesas y hot dogs.
Dignas
de conocer son las instalaciones de los espectáculos sobre hielo. Sus graderíos pueden albergar hasta mil gentes. Sin embargo,
no se comparan con el Teatro, magnificentemente decorado, de tres niveles, en donde se presentan funciones con la calidad
de Broadway.
Nada
menos puede decirse del Gran Casino, en donde Antonio, poco aficionado al juego, equilibraba su permanencia fugaz con ganancias
y pérdidas.
El
Voyager tiene también nueve cafés en donde se puede pedir licor para acompañarle, con cómodos asientos y música viva en la
mayoría de ellos.
Alicia,
Licha y su esposo Guillermo fueron los acompañantes de Antonio
La
salida fue de Miami, dirigiendo los primeros pasos a Cozumel, de donde pasan a San Juan de Puerto Rico, con un tour por la
ciudad, y luego... las Bahamas.
Nassau
admiró a los viajeros por su belleza. Ahí visitaron una pequeña isla conectada a la principal, donde hay una serie de edificos
estilo oriental que albergan enormes acuarios de espectacular presencia, y muestran la fauna marina de la región.
El
guía contaba -vaya usted a saber si es cierto- que el famoso cantante Michael Jackson tenía mucho de participación en la creación
y operación de éstos.
Lavadee,
en Haití, con unas playas hermosísimas, copia exacta del paraíso terrenal, exclusiva de la Royal para escala solaz de sus
pasajeros, sería visitada por los paseantes del Voyager. El entusiasmo era tal que -ante el anuncio de que pasarían el día
completo en ella- ya enfundaban sus trajes de baño y cargaban con salvavidas, aletas y demás menjurges de esos que se usan
como turista para la natación en el mar.
Sin
embargo, el tiempo les jugaría una mala broma y, todos ellos, ante el embate natural, debieron conformarse con que la oficialidad
del buque les narrara sus bellezas.
Todo
viaje deja recuerdos gratos. Ese no sería menos. Tony, el hijo de Antonio que vive en Estados unidos, su esposa y sus hijos,
llegaron a Miami para tomar un vuelo a Santo Domingo a fin de visitar a sus suegros. Se hospedaron en el mismo hotel al que
llegarían nuestros viajeros y, al día siguiente, les fueron a recibir.
La
alegría de verse fue inmensa. El cariño que existe para con ellos y entre ellos es ejemplar. El grupo recorrió la ciudad,
hicieron algunas compras y regresaron a descansar. Al otro día Tony y su familia tomarían el vuelo muy temprano. Un día, sólo
un día se vieron, pero bien aprovechado.
Quedaba
en Miami, radicado en Fort Lauderdale, su sobrino Ricardo Bernal Trani -hijo de Eloína- y su esposa Joan, que presurosos les
alcanzaron para llevarles a pasear por los alrededores, programando un visita a uno de los más grandes centros comerciales,
allá llamados Malls. Qué porque decimos algo tan simple y que sabe todo mundo? Pues para poder entender porqué Antonio, considerando
su rodilla siempre sensible, les dijo jocoso jugando con las palabras:
-Como
yo no puedo andar en estos moles... me voy a casa de Ricardo a platicar con ellos.
No
sólo platicó con sus sobrinos mientras los demás daban buena cuenta de las tiendas y sus productos, sino que incluso le invitaron
a comer a un buen restaurante y tuvo tiempo de dormir la siesta.
Una
sobrina de Alicia, Amalia Batani Cabrera, casada con el italiano Tony Taliercio, propietario de un restaurante en Fort Lauderdale,
les invitó a cenar, por lo que, dejando en casa a Joan, Ricardo y Antonio pasan a recoger al grupo y parten a la cita.
Ricardo
regresa tras dejarlos, pero Amalia y Tony les agasajan a cuerpo de rey con un opíparo banquete, reflejo puro de su amabilidad
y cariño
La verdad es que quedamos muy agradecidos con todos, con Ricardo y Joan, por su atención y respeto; con Amalia y Tony,
por sus finas atenciones. Desde estas páginas, un abrazo cariñoso y fraternal.
Allá
por 1960, durante su viaje, en Bruselas le llevaron a visitar las instalaciones de la Gran Feria que había concluido días
antes. Ahí, enseñoreado aún, estaba el Atomium, gigantesco edificio formado por tubos de acero inoxidable, que se recorrían
interiormente en escaleras eléctricas, en algunas partes de tal verticalidad que daba cierto resquemor ir sobre ellas.
Lo
escuchado sobre la feria y ver la espectacularidad de sus restos -el Atomium- decidió a Antonio a no perderse una dentro de
lo posible.
La
Feria de Montreal, aprovechada para conocer algunas partes del Canadá, como Quebec, fue una de las primeras.
La
de Nueva York, a la que fueron exclusivamente para visitar la ciudad, teniendo algunos días de estancia para gozar de sus
museos, la 5a. Avenida, y los espectáculos fastuosos de Broadway.
La
Feria de Seatle, distinguida por su altísima torre desde donde se puede admirar la ciudad, les permitió recorrer una infinidad
tremenda de pabellones de todo el mundo y obviamente, ya mencionada páginas atrás, la Feria de Sevilla, fueron algunas de
las muchas visitadas.
Me gustaba ir a las ferias porque cada una de ellas tiene algo nuevo y espectacular. Son especializadas. Unas destacan
el desarrollo social, otras el humano, unas más inventos y progreso... en fin... cada una es un mundo nuevo.
Hablar
de todos y cada uno de los lugares visitados por Antonio, sería tan largo e interesante que merecería libro aparte. Pero no
pueden quedar en el olvido detalles que enmarquen finalmente esta etapa de su vida.
La gente, en otras partes, tiene la idea de que quien viaja tiene mucho dinero, hasta los boleros... muchas veces me
decían:
-Ustedes los mexicanos viajan mucho; aquí vienen muchos mexicanos... entonces, ustedes son ricos.
-Mire, contesté, ese muchacho que está alla -refiriéndome a Salas Bello- es empleado de Petróleos Mexicanos... un empleado.
Lo que pasa es que en esos años la moneda mexicana tenía valor. La paridad nos favorecía. El Palace, frente a la fuente
de La Castellana, hotel de cinco estrellas, nos costaba entonces ocho dólares.
Con decirte que, en una ocasión que fuimos a comer a uno de los restaurantes famosos de Madrid, nos sirvieron con largueza
el vino; las señoras, que toman menos, estaban bien, pero nosotros... creo que nos pasamos y, cuando salimos de ahí, cuando
nos dio el aire, las señoras nos comenzaron a regañar porque decían que estábamos borrachos... je... je... pero, cuando llegamos
al hotel... mi cuñado Ricardo se fue directo al bar... pasados unos minutos, Salas Bello dijo que iba a buscarlo... cómo ninguno
de los dos salía, que me voy yo al bar! Estaban con un español que decía que todos los mexicanos eran sus amigos y que, por
su cuenta, pidiéramos lo que quisiéramos... y no sólo los mexicanos, decía, sino todo el que quiera!
Para colmo, se acercaron unas muchachas. Porque allá se permite la entrada a mujeres, pero... toda mujer que va sola
a un bar.... anda buscando algo.
Afuera, nuestras esposas ya no sabían qué hacer. Entró mi hermana Eloína... y no le hicimos caso... pero entró mi mujer
y ella sí me sacó! exclama muerto de risa, porque en realidad fue una aventura. El,
como ya señalamos, ni fuma, ni toma habitualmente.
Naturalmente,
por segunda vez en su vida, Antonio sabía lo que es una cruda, una resaca! Pasó el día encerrado en el hotel luchando por
quitarse el mal sabor de boca y el dolor de cabeza, auxiliado por una bolsa de hielo.... y su amante esposa Alicia.
La
solidaridad es factor importante en un grupo que viaja, y Antonio la fomentaba ampliamente. En otro de sus viajes, programado
para 75 días y para el que llevaban 75 mil pesos por cada uno, casi al final del recorrido, en Suiza, faltando quince días
para el regreso, alguien manifestó que ya no le alcanzaba el dinero.
-Bien...
veamos todos quien es el que tiene la menor cantidad de dinero.
-Yo,
dijo uno de los acompañantes. Me quedan siete mil quinientos pesos...
-Es
decir, un promedio de quinientos pesos por día... señaló Antonio. Pues entonces todos nos vamos a atener a un gasto de quinientos
pesos diarios... y si llevan más, que los ocupen en compras o lo que sea...
Salomónica,
pero también solidaria respuesta que, aunque usted no lo crea, los demás aceptaron con gusto y el resto del viaje transcurrió
en cordial armonía.
Si
hablamos de gustos, varios son los lugares que han dejado mejor recuerdo en el gusto de Antonio. Bruselas, por ejemplo, deja
en la memoria del viajero su Gran Plaza, rodeada de maravillosos edificios en los que resalta principalmente el tono dorado,
bellamente enmarcado de noche por una espectacular iluminación, a la que acompaña el rumor saltarino del agua que brota de
la fuente central.
Sin
embargo, Praga también dejó huella en nuestro personaje. Es una ciudad maravillosa, donde pasa el Río Moldava, que tiene
más historia que París, pues se remonta a finales del siglo IX, es decir milenaria. Le llaman también la madre de todas las
ciudades o la ciudad de las cien cúpulas.
Catedrales, monumentos, plazas enteras te llevan a otra época
De
Italia, Venecia con sus canales y maravillosos edificios; Asis, vigilado por su monasterio situado en lo alto y que huele
a Francisco por todas partes, humor que se esparce por los valles que le rodean... y Padua, maravilla innata con su grandiosa
y monumental catedral, cuna de San Antonio y testigo de millares de peregrinos al igual que Asis.
Estocolmo,
otra preciosidad de ciudad, montada sobre un lago junto al mar, enseñoreada por el Palacio Real, con su esclusa para poder
pasar del lago al mar.
Leningrado,
con el Palacio de los Zares y el Museo del Ermitage, el más extenso del mundo; sus canales estilo venecia y sus 500 puentes;
el Palacio de Verano de los Zares de una elegancia extrema o Moscu con el Kremlin, sede de los poderes y la Catedral de San
Basilio.
Y
Río... el siempre hermoso Río de Janeiro, al que Antonio fue varias veces -dos de las cuales al carnaval- y que admira por
sus grandes espacios, como el de Copacabana -envidia de los acapulqueños que ven sus playas tapadas por los hoteles que debieran
protegerlas como fuente misma de sus ingresos- bañada por las aguas de la Bahía de Guanabara, y vigilada por el Cristo del
Corcobado y el Pan de Azucar.
De
cada ciudad visitada, Antonio guardaba alguna figurilla, un llavero, un escudo, un algo que le representara en el recuerdo.
El emblema era infaltable. Aún guarda prácticamente todos, aunque muchos ha regalado a sus amigos que siempre, aunque sea
una insignificancia, reciben al tornaviaje.
De
los países nórdicos, por ejemplo, conserva una barca vikinga.
Quizá
lo más importante que Antonio aprendió con sus viajes fue a no escatimar. No puedes llegar a una ciudad y tratar de recorrerla
sin un guía; puedes, sí, comprar un manual o una guia turistica informativa, pero.. cuánto te vas a tardar en ver todo? Lo
ideal, y en su propia razón económico, es contratar un guía.
Un
guía honesto aconseja a su viajero sobre la combinación de un buen y económico hotel, o lo aleja de peligros innecesarios,
le lleva a servicios gourmet aunque no necesariamente sea en los mejores restaurantes, y le ahorra tiempo y dinero señalándole
qué lugares conviene visitar -conforme a los gustos y costos del viajero- y la mejor forma de llegar a ellos.
Un
guía profesional, es el amigo o pariente que nos aguarda en una ciudad extraña.
Todos
esos viajes dejaron en Antonio muchas enseñanzas más, como apreciar la realidad de vida de cada país, muy diferente del conocimiento
lego. A México, se ha comentado siempre, aún se le conoce en Europa como el país de los charros cantores montados a caballo,
borrachos, pendencieros, jugadores y enamorados. Lo mismo sucede sobre otros países respecto a nosotros.
Pudo
constatar personalmente esa realidad, como en Argentina, de cuya gente se dice comunmente que son pretenciosos, déspotas y
pagados de sí mismos, cuando en verdad son sumamente amables y corteses; a nosotros nos trataron muy bien y cambiaron el
concepto popular que tenía sobre ellos.
De
igual forma, el contraste que hay entre las grandes ciudades, como Nueva York, en que circula una gran cantidad de gente
que no se fija quien viene o quien va, caminando con fruición y un permanente gesto de preocupación, y las pequeñas poblaciones
salpicadas por todo el mundo -bendita inmensa mayoría- en las que aún la hospitalidad es un arte obligado y te tratan como
si fueses un amigo de muchos años o un familiar llegado de lejos.
Yo viajé mucho con ellos, dice Rossana, su hija. Mi papá me pagaba el viaje,
pero me decía: tus gastos corren por tu cuenta. Y me enseñó a viajar... porque después me fui dos o tres veces sola a Europa.
Y disfrutaba mi viaje.
Y no pienses que ahí va a quedar todo... no, de ninguna manera... todavía voy a seguir viajando! exclama alegre y retador Antonio el culminar la relatoría de sus viajes.
Colofón
El
año del 2003 podría quedar grabado como el año en que Antonio alcanzó la confirmación absoluta de una vida completa plagada
de sacrificio, honestidad, lealtad y respeto. Ese año se cumplieron cincuenta años de vida conyugal, que pueden traducirse
en una vida plena.
Fueron
sus hijos los que se reunieron para organizar el festejo del 14 de mayo, aniversario de oro de aquellas bodas celebradas todavía
con cierta sencillez, pero con un amor sólido y firme.
Planearon
un evento que, si bien no coincidiría exactamente con la fecha, pues se realizaría
el 27 de mayo, sería conmemorativo del suceso y al que asistirían unas doscientas cincuenta personas, incluidos los invitados
de Antonio y los de ellos mismos. El Hotel Sheraton brindaría el espacio de uno de sus famosos salones pero... surgió el primer
problema.
Resulta
que había llegado a Acapulco un nuevo Arzobispo, Monseñor Felipe Aguirre Franco, y de entrada prohibió la celebración de la
misa en lugares no consagrados. Todo mundo pegó el grito en el cielo! Cómo! Si Acapulco es famoso por sus bodas a la orilla
del mar... e incluso existen muchos espacios dedicados a eventos como esos.
Luchi
de Andrés, la esposa de Don Vicente, tras requerirse su intervención, logró que el Padre Arturo Nava Castillo, un sacerdote
muy querido por la sociedad porteña y portador de una cierta fama de consecuente, que estuviera a cargo de la Parroquia de
Costa Azul y ahora de la de Icacos, fuera autorizado por el arzobispo para que oficiara la ceremonia religiosa sin reticencias.
Solucionado
esto, los Trani continuaron con su proyecto. Obviamente, Tony se dejó venir desde Virginia acompañado por toda su familia.
Se contrató a un camarógrafo para que cubriera la cuestión de la película y las fotos, muchas de las cuales se tomaron en
el jardín de la casa de Antonio, magnífico escenario para tal suceso. Un amigo, Esteban Valdeolivar, prestó un espectacular automóvil para transportar a los felices novios dorados
Reunidos
amigos y familiares, la ceremonia se realizó en el Lobby del Hotel Sheraton, con un lucimiento muy superior al que se hubiese
logrado en el salón extra que les habían prometido inicialmente. La vista es fabulosa. El desfile de entrada fue encabezado
por sus nietos, de menor a mayor. Inmediatamente después, entró Alicia llevada del brazo por sus dos hijos: Rafa y Tony. Le
seguía Antonio, a quien flanqueaban sus hijas Licha y Rossana.
El
Padre Arturo les habló, con esa hermosa facilidad de palabra que tiene, sobre la importancia que representa llegar a los cincuenta
años de casados, en el ejemplo, en la constancia, en la perseverancia, en la comprensión.
En
el salón, la fiesta empezó amenizada por dos músicos que se dejan escuchar como si fuesen toda una orquesta –que de
ahí su éxito- y un intérprete de bella voz, lo que animó a los asistentes. No podían faltar, naturalmente, los tradicionales
calabaceados que se acostumbran en toda boda... aunque sea de Oro.
Antonio
y Alicia recibieron una nueva sorpresa: la proyección de una película producida y narrada por sus propios hijos en la que
se presenta una retrospectiva de la vida de ambos, y para lo que pidieron la complicidad de Mariquita, una de las más antiguas
colaboradoras de la casa paterna, a fin de hurtar subrepticia y temporalmente algunas fotos del archivo familiar.
Si
las páginas de este libro pudiesen transportarse a esa noche, con seguridad notarían la satisfacción reflejada -justamente-
en la faz de Antonio.
Su
vida ha sido tan interesante, y sobre todo tan ejemplar, que dan ganas de seguir preguntando, grabando, escuchando, pero
esto ya se está extendiendo mucho! señala sin falsa modestia, así es que no queda otra que apagar la grabadora.
Este
es Antonio Trani Zapata, pescador, platero, chícharo, chaperón, ferretero, político y amigo. El único hombre que he encontrado
al que nadie tiene nada que reprocharle, ni secretos que le corroan el alma. De quien cualquiera puede sentirse honrado con
su amistad. La puerta abierta para el infortunio de muchos, y respaldo de otros tantos.
El
hombre que participó activa y productivamente en la vida de su comunidad, como lo pueden atestiguar la Canaco, la Cruz Roja,
o la Universidad Loyola del Pacífico de la que fuera co-fundador, episodio que se olvidaba en un rincón escondido y que tiene
un mucho de honra y prestigio.
Antonio,
reunido con otros nueve amigos, decidieron hacer algo por el progreso educativo porteño y conformaron la asociación Enseñanza
e Investigación Superior de Acapulco A.C. con el fin de crear un campus universitario digno de nuestro hermoso puerto.
En
ese entonces no existía más que la Universidad Autónoma del Estado de Guerrero.
Entusiasta
como pocos, se dieron a la tarea de apoyarse en amigos y consejeros, como su hijo Rafael, que realizó el proyecto arquitectónico,
y se presentaron ante el Gobernador José Francisco Ruiz Massieu quien les entregó en donación varias hectáreas de terreno
en la zona de Cumbres de Llano Largo.
Terreno
en mano, analizaron las propuestas que había de otras universidades, y decidieron erigir la Universidad Loyola del Pacífico
asociada o hermanada con la Universidad Iberoamericana. Nació pequeña en comparación con la que levantara el propio Ruiz Massieu,
pero con el empuje de una juventud que buscaba nuevos horizontes.
Mas
quizá una de las gracias de Antonio es que no se engríe con lo que hace. Crea y entrega en buenas manos. No abandona, sólo
se aleja para que el hijo camine solo.
Manuel
Pano de la Barrera, reconocido periodista porteño, dice sobre él: Es un hombre incomparable. Le conozco desde hace sesenta
años y no hay nada que censurarle. Bonachón, accesible, amable y respetuoso, ha sabido ganarse el lugar que ocupa en la sociedad
acapulqueña.
Comentarios
que respaldan tres de sus más cercanas colaboradoras: Guillermina Navarrete Valrian, Genoveva Almazán Arcos, e Idolina Trani
Ibarra.
Como jefe es el hombre más respetuoso que conocemos. Si bien ahora se ha retirado un poco del trabajo -que no tanto-
fue un hombre responsable que empezaba su jornada desde muy temprano, y era el último en salir. Se preocupó por nosotros todo
el tiempo, y no hubo llamado que no fuera escuchado por él.
Enrique
Díaz Clavel, Cronista de la Ciudad y Puerto de Acapulco, escribía el 29 de diciembre de 1971 en Trópico, diario de gran influencia
en su tiempo: Antonio Trani Zapata cumplió. Por qué? Pues por haber administrado los dineros del pueblo con toda honestidad,
para poder caminar por las calles citadinas siempre con la frente en alto.
En esta época de fraudes y peculados, resulta complicado dejar el poder a cualquier hijo de vecino, ya que sería tanto
como poner la iglesia en manos de Lutero...
Un periodista comentaba recientemente que no es posible en nuestros días que un funcionario sea honesto. Nosotros entendemos
que sí. El ejemplo ahí está. Y es que Toño se quedará viviendo en Acapulco, su segunda tierra (nació en Ometepec) y no hará
lo de otros políticos que al dejar el cargo huyen despavoridos...
Trani Zapata es trabajador. Llegó al puerto en aventura de progreso, comenzando como un simple empleado, pero fue tanta
su visión, que pudo ir escalando y hacer algunos fondos, que le han colocado entre la gente acomodada del puerto.
Como ha administrado bien los dineros suyos, le resultó poco complicado dirigir la hacienda pública municipal, ya que
un Ayuntamiento viene a ser otro negocio.
Trani, que una vez ocupó el cargo de presidente municipal suplente (de Ricardo Morlet), entró de regidor a última hora
en el ayuntamiento que está por concluir, hizo extraordinarias relaciones políticas como síndico y en abril de este año al
subir a la alcaldía superó ese trabajo basado en la comprensión de los demás.
No hablamos de memoria en esta columna, porque cuando hay que reconocer, hay que decir la verdad.
Trani Zapata, modesto hasta el extremo, pero no acomplejado, cumplió con el pueblo de su estado y no tendrá remordimiento
porque cuando pudo servir lo hizo y bien.
Nunca quizá pensó escalar un puesto de tanta relevancia pero entendemos que los hombres una vez tienen esa oportunidad
y si la desperdician se chamuzcan.
Y Trani cumplió y a quienes gobernó no están arrepentidos de haberlo tenido como su representante.
Pero
las palabras descriptivas más significativas de su personalidad son, indudablemente, las de Alicia Cabrera de Trani, su amada
esposa:
Fue el mejor hijo del mundo... es el mejor marido del mundo... ha sido el mejor padre del mundo... y es el mejor hombre
del mundo!
Así es!
Esta obra,
registrada con el No. 149
del Programa de Financiamiento
para Escritores Iberoamericanos,
se terminó de imprimir,
bajo el sistema POD,
y con un tiro inicial de 500 ejemplares,
el día 28 de febrero del 2006
en los talleres de
Editorial Sagitario
ubicados en
Av. Palma Sola L60B No. 4
Fracc. Princess del Marqués II
Acapulco,
Gro. México
|